Cuando se produjo el debate entre las cuatro fuerzas políticas que, a priori, tenían mayores posibilidades en la campaña de las últimas elecciones generales enfrentando y polemizando, de esta forma, sobre sus respectivos programas, hubo bastantes periodistas y politólogos que calificaron la ausencia del que fuera presidente de Gobierno -que mandó a la vicepresidenta en su lugar-  como una medida inteligente y de fina estrategia.

Cuando este partido, que obtuvo en el Congreso el apoyo mayoritario de los votantes con 7,2 millones de las papeletas depositadas en las urnas que les dieron su confianza - casi un 29% del electorado que ejerció su derecho al voto-, y declinó la designación del Rey para la formación de un nuevo Gobierno, no faltaron quienes -¡quizás los mismos que alabaron su fina estrategia al no dar la cara en el debate¡- consideraron que su maniobra dontancredista había sido un prodigio de sabiduría política.  

Siendo niño tenía un compañero de clase que, cuando en los recreos nos enzarzábamos en enfrentamientos entre bandas rivales, él no se alineaba con ninguno de los contendientes, de tal manera, que sólo cuando observaba que la balanza se inclinaba claramente a favor de alguno de ellos se comprometía en el “combate” y arremetía con virulencia contra el perdedor. Pero poco le duró la estratagema pues cuando nos percatamos de ella le repudiamos como “jugador ventajista” –aunque no entendiésemos el significado exacto de la expresión- y recibió tanto de unos como de otros el apodo de “cagao” y con este mote tuvo que convivir hasta que terminó el bachillerato. No sé qué habrá sido de él, pero me atrevo a pensar que habrá sabido encontrar su oportunidad y haber sacado rédito a su particular idiosincrasia. 

En aquellos años y a pesar de nuestra poca experiencia vital -¡o tal vez por ello!- valorábamos la valentía, la honradez, la solidaridad, la honestidad y el compromiso y rechazábamos de plano el oportunismo, el chaqueteo, el ventajismo, la insolidaridad y la cobardía.

Hoy, un presidente de Gobierno en funciones que ha jugado a no dar la cara por si se la partían y a no mover ficha por si se la comían y que ha preferido ser un fino estratega y un sabio en la sombra, aún a costa del desprecio más absoluto por las formas y procedimientos democráticos, tiene la obligada oportunidad de mover sus fichas. Esperemos que el primer movimiento, por un mínimo de dignidad y por el bien del país, sea el de su propio sacrificio -¡razones tiene sobradas para hacerlo y sería muy extenso enumerarlas!- y porque, aunque “a veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión”, tendría que considerar que los españoles “somos sentimientos y tenemos seres humanos”. Así que  tal como está el panorama político, ¡Que salga el sol por Antequera y que se ponga por donde quiera! Pero que salga de una maldita vez.