La victoria electoral de ERC del pasado domingo no puede oscurecer la capacidad de resistencia demostrada por la candidatura de JxCat, cuya pérdida se reduce a un solo diputado, contrariando los muchos sondeos que anunciaban una debacle del conglomerado auspiciado por Carles Puigdemont. Ni el éxito de ERC fue para tanto, visto desde la hemeroteca (el PSC ha igualado en diez ocasiones los 15 o más diputados y la vieja CiU lo hizo otras seis veces), ni el independentismo consiguió alcanzar los 2 millones de votos que se le atribuyen en general, ni ganó en número de diputados (22 de 48). La izquierda ganó las elecciones (34 de 48), en su triple modalidad de independentistas, soberanistas y catalanistas, pero esta suma no suma para nada en Cataluña, actualmente.

El golpe de ERC a Puigdemont ha sido esencialmente psicológico y por culpa de la Junta Electoral Central la batalla entre Oriol Junqueras y el expresidente de la Generalitat no podrá plantearse directamente entre ellos en las elecciones europeas. Al negar a Puigdemont, Comín y Ponsatí su condición de candidatos al Parlamento Europeo, la junta retrasa uno de los momentos más esperados por los partidarios de uno y otro aspirante a liderar el movimiento independentista. Este “nuevo ataque a la democracia”, según la consejera de Presidencia Meritxell Budó, ayuda a Puigdemont a encajar el disgusto de ver a ERC capitalizar su discurso pragmático, convirtiéndole de nuevo a él en víctima de la persecución del estado, un estatus muy favorable para sus intereses, esperando buenas noticias de las elecciones municipales, gracias a la implantación territorial de los alcaldes de la Convergència de siempre.

A las pocas horas de las celebraciones correspondientes, el relato de los dos socios de gobierno, suavizado durante unos días para tentar al moderado voto útil, ha vuelto a sus posiciones habituales: apelar a Pedro Sánchez a sentarse de nuevo para dialogar, para “hablar de todo, sin condiciones”. La consejera Budó repitió a la salida del consejo ejecutivo dicha frase, cuya traducción al lenguaje común viene a decir, hablemos de lo que podamos pero que se nos permita decir a los nuestros que se habla de autodeterminación. Una posición tan incómoda para el PSOE que le llevó a levantarse de la mesa antes de la ruptura presupuestaria que forzó la convocatoria electoral.

La Declaración de Pedralbes, tan manipulada por la derecha en esta campaña, fijaba como uno de los objetivos del diálogo entre instituciones y partidos el de avanzar “en una respuesta democrática a las demandas de la ciudadanía de Cataluña, en el marco de la seguridad jurídica”, resultando dicha “seguridad jurídica” un obstáculo para fabulaciones anticonstitucionales, aunque no un impedimento para asociar la “respuesta democrática” al referéndum, como si el referéndum (sin especificar qué tipo, incluido el estatutario), fuera la única respuesta democrática.

ERC no tardó ni tres horas desde el cierre de los colegios electorales en recuperar la exigencia de un diálogo que alcance el derecho a la autodeterminación. Los republicanos era conscientes del valor político de su resultado para apuntalar su actual pragmatismo pero también de la muy previsible reacción de sus adversarios legitimistas, quienes al verse superados por sus rivales, regresarían de inmediato al punto de partida: sin autodeterminación no hay nada que hacer y hacerlo sería un error. Y así fue, la noche electoral estaba todavía viva, cuando el entorno de Puigdemont lanzaba una nueva consigna para relativizar el triunfo de sus aliados: “la independencia no pasa por Madrid, debe hacerse desde Cataluña”.

Puigdemont no fue hundido el pasado domingo y por si acaso, la Junta Electoral ha acudido involuntariamente en su socorro para reflotarle. Su advertencia sobre por dónde pasa la eventual materialización de la independencia, en ninguna caso por Madrid (salvo el muy improbable reconocimiento del derecho al referéndum de autodeterminación), es una negación evidente de la vía del diálogo apoyada por ERC (con todas sus licencias interpretativas), rebaja el papel de los grupos parlamentarios en el Congreso (por otra parte minimizados por la aritmética parlamentaria) y va preparando el terreno para relevar el protagonismo de los partidos en beneficio de la vanguardia popular dirigida desde Bruselas.

La gran coincidencia existente en el movimiento independentista entre los adversarios más acérrimos de ERC y aquellos que señalan a los viejos partidos como primeros causantes del fiasco del Procés explica en buena medida el escaso interés del legitimismo en reflotar el PDeCAT y su tendencia a crear nuevas plataformas (JxCat y la Crida) para dar respuesta a objetivos puntuales, sin demasiada aplicación en dotarlas de consistencia organizativa. Para este sector, lo único relevante es que la idea siga viva en la calle y en Bruselas. Esta perspectiva caudillista es la que lleva a algunos dirigentes independentistas a creer que Puigdemont es ya solo un problema.