El 22 de febrero se cumple un año del cese de Pablo Casado como presidente del Partido Popular y su consiguiente sustitución por Alberto Núñez Feijóo. 365 días que han estado marcados por el continuismo, ya que lejos de renovar la imagen del partido y hacerlo virar hacia un discurso más moderado, como se pretendía, los ‘populares’ se han mantenido en una línea muy similar a la que les caracterizaba durante su anterior liderazgo.

También se cumple un año de algo que conviene recordar: los momentos en los que Feijóo trató de eclipsar a Ayuso y al PP de Madrid con la remodelación del partido, al concentrar prácticamente todo el poder en Galicia y Andalucía, pasando por alto a la capital.

En su momento, el líder del PP tomó la decisión de situar en las diferentes vicesecretarías a figuras del partido vinculadas a estas comunidades autónomas: Miguel Tellado (Galicia) en la Vicesecretaría de Organización Territorial, Juan Bravo (Andalucía) como Vicesecretario de Economía y Mar Sánchez Sierra y Marta Varela, ambas del núcleo de Feijóo en la Xunta, en Proyección e Imagen y Gabinete respectivamente. A su vez, para la Vicesecretaría de Coordinación Autonómica y Local, Feijóo nombró a una figura contraria y descartada por Ayuso para su propio equipo, como es el caso de Pedro Rollán.

Una serie de decisiones que daban a entender el objetivo del ‘nuevo’ PP: reforzar el nexo entre Galicia y Andalucía y que fueran, precisamente, esas dos comunidades las que hicieran las veces de punta de lanza del partido, restando todo el protagonismo posible a Madrid y dejando ‘de lado’ a la administración Ayuso, aumentando las tiranteces entre la directiva nacional y la de esta región.

Lo que ha cambiado… y lo que no

A pesar de que Feijóo y los suyos tomaran esta serie de decisiones para restarle fuerza a Ayuso y postularse como los principales activos del partido, lo cierto es que la presidenta madrileña sigue siendo una de las caras más visibles y apoyadas de la formación, mientras que el líder de los ‘populares’ no ha conseguido calar de la manera que se esperaba en el electorado de derechas. Es cierto que las encuestas le postulan como ganador de las elecciones, pero sin la holgura suficiente como para ser investido presidente, ni siquiera mediante un supuesto pacto con Vox. A su vez, si se estudian las tendencias electorales desde 2019, puede apreciarse que el ascenso del PP a nivel nacional proviene a raíz de los éxitos cosechados por Ayuso y Moreno Bonilla en Madrid y Andalucía, respectivamente.

Por otro lado, en las filas del PP se esperaba que la dimisión de Casado supusiese un cambio de aires, una renovación que hiciera olvidar una etapa nefasta para el partido y que sirviese no solo para mejorar la imagen de cara al electorado con la apuesta de un discurso más moderado, sino también para limar las asperezas internas. Sin embargo, las rencillas no han cesado, y la estrategia del PP ha continuado intacta: morir con las botas puestas, boicoteando todas las iniciativas progresistas que salen del Parlamento y comprarle el relato a Vox en ciertas cuestiones socialmente sensibles.

Un continuismo que se aleja de la renovación que prometió el gallego cuando asumió el cargo y que, un año después y cada vez más cerca de las elecciones, no está dando los resultados esperados ni está haciendo despuntar a la formación a nivel nacional. Un año en el que Madrid, a pesar de estar envuelto en sus propios problemas, se ha comido la tostada de Galicia y de Andalucía en esta guerra (no tan) silenciosa.