En no pocas ocasiones dirigentes de Vox se han referido al PNV como la formación “de los recoge-nueces”. Los de Santiago Abascal utilizan esta expresión para ejemplificar que los nacionalistas vascos se dedican a apropiarse de los frutos que caen del árbol que otros agitan. Recurren a ella para mentar a ETA, pero también para censurar que son un partido capaz de adaptarse al color que habite en Moncloa para sacar el máximo provecho para el País Vasco. Son capaces de pactar a izquierda, con el PSOE, y a derecha, con el PP; y precisamente para facilitar acuerdos con los segundos en caso de que copen nuevamente el Gobierno de España, el PNV ha redoblado la presión sobre Alberto Núñez Feijóo para que se desmarque de la ultraderecha.

A principios de abril, el líder de la formación vasca, Andoni Ortúzar, urgió a socialistas y populares a levantar un muro de contención en forma de un gran consenso que excluya a la ultraderecha, la arrincone y su influencia real sea nula: “Tenemos que hacer algo los partidos políticos con Vox”.

La estrategia planteada por Ortúzar para contener el auge de la ultraderecha no es novedosa. La abordan Daniel Ziblatt y Steven Levitsky en How democracies die (Cómo mueren las democracias) y la aplican algunos países del entorno europeo como Alemania: un gran consenso de los principales partidos que excluya los extremismos. En Francia, habida cuenta de que Marine Le Pen se medirá a Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las elecciones, comienza a deslizarse el mismo discurso: todos contra la extrema derecha. En el caso de España, los ultraderechistas coparán un ejecutivo por primera vez desde la Transición gracias a su integración en el gobierno de Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León, que contó con el beneplácito de Feijóo a pesar de que evitó la fotografía y no acudió a la investidura.

Este gesto dibuja un sórdido panorama: el nuevo líder del PP, al igual que su predecesor, Pablo Casado, está dispuesto a apoyarse en Abascal. De hecho, en una entrevista reciente, argumentó que no se puede exigir a los populares que no articulen pactos que faciliten mayorías porque, entonces, siempre gobernaría la izquierda.

El PNV, que acostumbra a urdir acuerdos puntuales bien indistintamente de si se trata de PSOE o PP, espera no verse en la tesitura de tener que negociar con un Gobierno liderado por Génova apoyado en la ultraderecha. Máxime cuando en el País Vasco continúan pujando con EH Bildu. Cabe recordar que las derechas nacionalistas españolas no son bien recibidas en Euskadi. De los 18 escaños que se repartieron en las últimas generales, seis fueron para el PNV, cuatro para PSOE, cuatro para Bildu, tres para Podemos y uno para un PP residual que fue quinta fuerza.

Es por ello por lo que la diputada del PNV en el Congreso Josune Gorospe ha abundado en la necesidad de que Feijóo “no se ponga de perfil" ante pactos como el que su formación ha alcanzado con Vox en Castilla y León.