Hay que ver con qué velocidad envejece la llamada “nueva política”. Tal vez se deba al “pensamiento líquido”, que lo liquida todo con gran rapidez. Cuando las sobreactuaciones, las gesticulaciones, las salidas de tono y los posturnos reemplazan al discurso ideológico y político, la “nueva política” se convierte, por desgracia, en un mal remedo de la “vieja política” sino en una especie de caricatura de los más rancios y obsoletos populismos que tiñeron de sangre gran parte del mundo en el siglo XX.

Cuando se pretende convertir en un “hombre de paz” a Arnaldo Otegi –sí, terrorista y secuestrador convicto y confeso incluso en tiempos de democracia, el mismo que se reunió con Ernest Lluch pero calló cuando aquel socialista catalán, verdadero hombre de paz, fue asesinado por otro etarra, el mismo que calló tantas veces y que aún hoy sigue sin pedir perdón a las víctimas de la banda terrorista de la que formó parte-, y al mismo tiempo se difama y calumnia a Felipe González, se demuestra una catadura moral infame.

Y esto es lo que Pablo Iglesias hizo en su primera intervención en el Congreso de Diputados. Aunque unos días después intentase corregir aquel discurso, más propio de Girolamo Savonarola que de un líder político del siglo XXI, y lo hiciera mediante una mala copia del “Club de la comedia” de tintes muy machistas, lo cierto es que el dirigente máximo de Podemos hizo volar por los aires, al menos a corto y tal vez incluso a medio plazo, cualquier posibilidad de entendimiento con los socialistas.

Se ha hablado y escrito mucho acerca del supuesto adanismo de la llamada “nueva política”, como si quienes la lideran desearan partir de cero, hacer tabla rasa con todo lo anterior. No fue éste el sentido de la demagógica intervención de Pablo Iglesias, que se retrotrajo al pasado para intentar descalificar a todos sus oponentes, aunque me parece que no le hubiese agradado en absoluto que alguno o algunos de ellos recordasen también el pasado más oscuro de lo que él mismo representa.

Si a nada bueno conduce el adanismo, mirar solo a un cierto pasado y olvidarse de la globalidad del tiempo pretérito es aún mucho peor. Y lo es en la medida que es una demostración muy clara del complejo de Peter Pan, aquel personaje de ficción creado por James Matthew Barrie hace ya más de un siglo, que vive eternamente en el País de Nunca Jamás y que no quiere crecer.

Mucho me temo que, entre el adanismo y el peterpanismo, Podemos puede acabar encerrado con un solo juguete, el de dedicar todos sus empeños en combatir al PSOE, perpetuar al PP en el poder y, de paso, poner seriamente en juego al menos algunos de los gobiernos autonómicos y municipales conquistados en las urnas el año pasado.