Una semana después del 8 de marzo, la vida sigue como sigue la cotidianidad normalizada.

El morado ha desaparecido de nuestros balcones, de nuestras redes sociales y de nuestro atuendo reivindicativo. También los gestos cómplices a través de los que nos hermanamos para sentir nuestra fuerza y nuestra sororidad.

El atrezzo contextualiza la historia, pero el arte de las emociones trasciende al ornamento.

En una sociedad con tendencia a ser descreída, no debemos dejar de hacer visibles las causas por las que luchamos para no tener que evocar la frase “lo que no se ve, no existe”, invisibilizando con ello las manifestaciones machistas que se incorporan a nuestro día a día a través de un sesgo involuntario; “lo malo de la gran familia humana es que todos quieren ser el padre” reflexiona Mafalda.

Cierto es que vivimos tiempos en los que el rearme del patriarcado se hace evidente a través de una ultraderecha que actúa lastrando los avances que tanto costó conseguir a nuestras predecesoras: la negación de la violencia de género, de la feminización de la pobreza, de las brechas existentes en el ámbito laboral o la justificación de episodios de violencia sexual son algunas de las manifestaciones de un machismo sin pudor que se ha incorporado a nuestra cotidianidad.

Pero hay otro machismo sibilino y asumido en gran medida por una sociedad que aún espera que una mujer se disculpe o pida permiso para optar a las mismas oportunidades y en las mismas condiciones que el varón. Sí, hablo de techos de cristal, pero sobre todo hablo de suelos pegajosos y de machismo estructural.

Hablo de los espacios de responsabilidad y liderazgo, que todavía se les presuponen a ellos y, aunque los discursos digan lo contrario, la realidad es que mujeres que ocupan espacios de toma de decisiones y representatividad tienen que vivir con ser cuestionadas por ser más o menos femeninas, por dedicar más o menos tiempo a su vida familiar, por decidir tener o no esa misma vida familiar, por pintarse la raya del ojo, por ser o no lo “suficientemente fuertes”, por su capacidad (que no es inversamente proporcional al tamaño de su tacón), por, por, por... Se trata de cuestionamientos e imperativos machistas con los que convivimos en organizaciones, instituciones y espacios públicos o privados que habitamos cuando la “habitación no nos es propia”.

Hombres que son grandes líderes frente a intrusas “encantadoras” que tienen que demostrar cada día que son merecedoras de haber elegido ser exitosas. ¡Alcemos la voz!, nos decimos, y la alzamos, e incluso algunos de ellos se incorporan a nuestro coro, pero mientras nosotras llevamos la carga de la prueba, el sistema patriarcal otorga al varón una apriorística veracidad testimonial.

Probablemente involuntarias, pero nos reconoceremos en diversas situaciones que se ajustan a estas reflexiones; involuntarias por estar peligrosamente cotidianizadas.

Pasado el 8 de marzo, nuestro día reivindicativo ha de ser un acicate de lucha contra la injusticia inherente a la desigualdad; las mujeres no tenemos tregua y el año tiene 365 8M.

Belén Fernández es viceportavoz adjunta del Grupo Socialista en el Congreso y secretaría de Cooperación Internacional del PSOE