El timbre suena en bucle. El sonido es débil, pero persistente. Nadie presta atención. Nadie abre la puerta. La casa a la que da acceso ya no existe. Es solo una puerta con timbre que flota en la cima de una escombrera de dos pisos de altura en Tnirt, el epicentro del sismo de magnitud 6,8 que ha borrado del mapa a decenas de aldeas. Son solo montones de adobe con ciudadanos que deambulan como zombies.

Es la nueva realidad de El-Hauz, la prefectura montañosa del Alto Atlas en la que camiones y maquinaria pesada tratan de abrir paso en las carreteras encrespadas, salpicadas de rocas y colapsos del camino. Para acceder de una ciudad como Amizmiz, que pasa por ser pueblo de cabecera, hasta Tnirt hay que recorrer menos de 30 km, pero invertir una hora.

Los caminos de montaña se han inundado de tráfico repentinamente al quedar mínimamente despejados. La maquinaria pesada comparte un solo carril de 5 metros de ancho de subida. Bajada con coches, motocicletas y trailers que, desde la tarde del lunes, empiezan a llevar bienes a las aldeas de la zona cero. Montaña abajo, en Amizmiz, el ejército de Marruecos que coordina todo el dispositivo de emergencia llena los camiones de colchones, mantas, cubiertas para tiendas e incluso muebles.

Se trata de hacer magia y construir un hogar en tiempo récord. Muchas personas están viviendo a la intemperie, sin agua ni electricidad. La OMS ha decretado que el terremoto de El-Hauz ha afectado a unas 300 mil personas. Las que se llevan la peor parta están en los duares, las aldeas montañosas de casas de ladrillo y adobe. “Hasta aquí no ha llegado nadie, gracias por vuestra ayuda, nos hace sentir que existimos, gracias España”, dice Hassam ante lo que fue la casa de sus familiares, en Talant, 60 horas después del terremoto.

Hassam es uno de tantos jóvenes que dejaron la aldea para ir a trabajar a Marrakech. Ha vuelto a casa en cuanto ha podido acceder a la aldea. Pero no para de preguntarse por qué nadie les ha asistido hasta ahora. En Talant no queda nada en pie. Hay dos campamentos de unos 20 metros cuadrados atestados de mantas invernales, a más de 1.800 metros de altura, las noches refrescan incluso en el ambiente desértico que rodea a esta difunta aldea. Un cuarto de su pequeña comunidad ha desaparecido bajo los escombros. De su alrededor de 85 habitantes, 23 han muerto y cinco están heridos.

También en la zona 0 del terremoto, en Tnir, los números son rabiosos, los voluntarios de la Asociación Marroquí de Seguridad y Salvamento Civil revelan que han sacado de la aldea 68 cuerpos. Aún quedan dos de ellos bajo los escombros, “¿estarán vivos?”, preguntamos a Hakim, voluntario que resopla y suda exhausto entre las montañas de hogares, “a medida que cavamos huele tan mal que no lo creo”. El olor a cadáver está en este tercer día ligado a las escombreras.

 “Las posibilidades de sacar a alguien con vida son mínimas al ser las casas de adobe, estos colapsos no dejan oquedades en el interior, no hay huecos ni respiraderos”, explica preocupado Borja González de Escalada, uno de los responsables del destacamento de rescate de Samu: 9 efectivos, dos todoterreno y dos perros de rescate de vida no desisten en la busca de algo de vida en la región.

“Los terremotos de Turquía y Siria, dónde se rescataron a personas 7 días después del sismo, nos demuestran que nuestra mejor arma es la esperanza”, nos dicen los rescatistas de la UME, que también llegan mediada la tarde a Tnir, conducidos por militares marroquíes. La prioridad es encontrar personas con vida; pero su esperanza es en vano. Mientras se escriben estas líneas, no hay constancia de ningún rescate con vida en la zona.

Con la llegada de más ambulancias y equipos sanitarios, los heridos más graves empiezan a ser trasladados. Los voluntarios han bajado a la zona más accesible de la empinada aldea a dos mujeres para que puedan ser recogidas por las ambulancias. Una, es una embarazada que sufrió un aborto durante el terremoto. Tiene la mirada desvanecida en la camilla. La otra, perdió a su bebé de 20 días en el sismo. Lleva tres noches con sangrados abundantes y dolor persistente en los pechos.

72 horas después, los hospitales de campaña empiezan a estar operativos en localidades como Azmi o Adassil, menos devastadas pero próximas al epicentro. Milagroso, teniendo en cuenta el estado de las carreteras y la dispersión de las tragedias entre valles y montañas. Mientras, en las aldeas, siguen cavando con lo que tienen a mano. Para los que quedaron bajo los escombros, la ayuda ha llegado demasiado tarde.

Muchos marroquís no tienen miedo en expresar a la prensa internacional su sentimiento de abandono con las autoridades locales y con el propio Rey mohamed VI. Este sentir se acentúa ante el hecho de que la primera ayuda que han visto a estas alturas del Atlas proviene de militares o sanitarios español.es.