El vínculo entre Donald Trump y Javier Milei cruzó una nueva línea este martes. En un gesto de respaldo que sonó más a ultimátum que a apoyo, el expresidente norteamericano anunció que su ayuda económica a Argentina dependerá de que Milei gane las elecciones legislativas. “Estoy con este hombre porque su filosofía es correcta”, sentenció Trump ante las cámaras, dejando claro que el lazo es más ideológico que diplomático.
Lo que hasta entonces podía parecer una alianza política fue elevado a condición explícita: el apoyo financiero de Washington no es ya un favor, sino una apuesta con fecha de vencimiento. Trump no sólo elogió la gestión del presidente argentino, sino que dejó claro que si Milei no consigue mayoría en el Congreso, “no seremos igual de generosos” con Buenos Aires. La advertencia, lanzada tras un encuentro bilateral en la Casa Blanca, agitó los mercados y encendió la discusión en ambos países sobre el alcance de la influencia estadounidense en América Latina.
🔴TRUMP DEJA EN CLARO QUE SI MILEI NO GANA LE SUELTA LA MANO Y NO PONE UN DÓLAR 14/10/25
— mattsalic (@mattsalic) October 14, 2025
Periodista: 🗣️"¿El apoyo de EE.UU. a Argentina depende del resultado de las elecciones?"
Trump: 🗣️"Si no ganan no vamos a estar por acá mucho tiempo.
Bessent: 🗣️"Si gana el peronismo habrá… pic.twitter.com/Z6LWW9Knxs
Un rescate con cláusula electoral
El mensaje adquiere mayor gravedad si se considera que ya existe un mecanismo concreto de auxilio: un swap de divisas por 20.000 millones de dólares fue pactado por Estados Unidos para apuntalar la economía argentina y contener la fuga de reservas. Pero ahora ese apoyo parece depender de que La Libertad Avanza obtenga un buen resultado el domingo 26 de octubre. En Washington, asesores del Tesoro han señalado que la continuidad del rescate está supeditada al mantenimiento de las reformas liberales y al alineamiento estratégico de Argentina con Estados Unidos.
El condicionamiento no fue circunstancial: Trump advirtió que si gana “un socialista o un comunista” —en clara alusión al peronismo kirchnerista—, el apoyo se resentirá, pues “cuando el signo del Gobierno no es favorable, uno ve con otros ojos las inversiones”. De ese modo, la ayuda dejó de ser un gesto económico para transformarse en un instrumento político, una suerte de presión diplomática que trasciende lo financiero.
Las consecuencias no tardaron en llegar. Los bonos argentinos bajo ley de Nueva York se desplomaron más de un 7 %, y la Bolsa de Buenos Aires pasó a terreno negativo apenas se conoció el mensaje condicional. Operadores interpretaron que el riesgo país se encarecerá, pues la posibilidad de una retirada del respaldo norteamericano agrava la fragilidad de la economía. En la capital argentina, la oposición denunció una intromisión flagrante en la soberanía electoral. Voces del peronismo y del progresismo calificaron el episodio como un “chantaje internacional” y llamaron a movilizar el voto como defensa ante la presión externa. Algunos legisladores incluso plantearon que el Congreso debería pronunciarse formalmente sobre presiones extranjeras en pleno proceso comicial.
El mismo guion de siempre: la diplomacia del dólar
Pero más allá de la coyuntura argentina, el episodio expone una práctica clásica de Washington: el uso del poder económico como palanca política para influir en gobiernos aliados o vulnerables. Desde la Guerra Fría hasta hoy, Estados Unidos ha condicionado ayudas, créditos o acuerdos comerciales a la orientación política de los países receptores. Lo hizo en Chile durante los años setenta, en Nicaragua en los ochenta y, más recientemente, en Venezuela y Cuba mediante sanciones o bloqueos selectivos. Lo que cambia en el caso argentino es la crudeza con que se expresa el condicionamiento: ya no se disfraza de diplomacia, sino que se formula abiertamente, en términos electorales.
Trump, fiel a su estilo, no innova en la estrategia, sino en la retórica. Dice sin filtros lo que durante décadas se ha hecho entre bastidores. Su advertencia a Milei encaja en un modus operandi histórico de Washington, donde la política exterior se convierte en herramienta de presión para moldear gobiernos afines y aislar a los adversos. Las ayudas internacionales, los préstamos del FMI o los tratados bilaterales han sido tradicionalmente instrumentos de esa arquitectura de poder. La diferencia actual es la transparencia brutal con la que se comunica: ya no es una “condición técnica”, sino una amenaza electoral explícita.
En el fondo, lo que está en juego no es solo la economía argentina, sino el principio de autodeterminación política. Estados Unidos, y en particular Trump, vuelven a situarse como árbitros del rumbo económico y político de América Latina, retomando un papel que parecía en retirada tras los años de Obama. El discurso “si gana el nuestro, ayudamos; si no, abandonamos” revive la lógica de la Guerra Fría y deja en evidencia una visión utilitaria de las alianzas: no hay cooperación, sino negocio ideológico.
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