No hubo sorpresa de media noche ni cambio de rumbo. Donald Trump volverá a ser el aspirante republicano a la Casa Blanca una vez más, citándose con Joe Biden el 5 de noviembre de 2024 en un eterno déjà vu. Todo tras convertir el ‘Supermartes’ de primarias en un paseo triunfal en el que Nikki Haley ha constatado su debilidad como ya lo hicieron, previamente, otros que sonaban con fuerza para destronar al excéntrico y encausado magnate norteamericano.

Igual de sencillo ha sido para el actual inquilino del Despacho Oval, Joe Biden, quien, sin rivales importantes, ha conseguido ratificar su candidatura sin despeinarse ni esforzarse demasiado en el proceso. Ambos líderes y expresidentes han calcado el resultado, dejándose exclusivamente un Estado por ganar: en el caso del expresidente republicano se trató de Vermont, un lugar de pocos habitantes y sociología tradicionalmente poco conservadora. Un premio de consolación que de poco valdrá a la exgobernadora de Carolina del Sur, que todavía debe despejar la incógnita de si apoyará a Trump en estos nueve meses de carrera a la Casa Blanca.

Trump, para quien esta candidatura ha sido un camino de obstáculos, tanto judiciales como mediáticos, no dudó en comparecer este martes desde su mansión de Mar-a-Lago, en Florida, sede habitual de las celebraciones y la ostentosidad del neoyorquino: “Lo llaman Supermartes por una razón y los expertos me dicen que nunca ha habido uno como este”.

Y lo cierto es que no le falta razón. Con las candidaturas republicana y demócrata ya cerradas, a falta de nueve meses de la cita con las urnas -la fecha escogida es el próximo 5 de noviembre-, se apaga el picante de los juegos internos y se pone una marcha más que dejará una de las campañas presidenciales más largas de la historia. Pasó lo predecible y habrá reválida: Trump vs. Biden, Biden vs. Trump. Cuatro años después, más viejos y castigados, vuelve a ser cosa de dos.

La campaña ya ha empezado

Cayó Ron de Santis y ha caído Nikki Haley. La última de las rivales que Trump ha sacudido aguantó hasta el Supermartes, algo que prometió en los prolegómenos de su candidatura. Finalizado el sueño de acabar con el imperio Trump en las filas republicanas, donde cada paso en falso se convierte en un ascenso en las encuestas para el expresidente, la de Carolina del Sur aún debe despejar la incógnita de si da por amortizado su sueño imposible o sigue postergando la evidencia. Por el momento, en ausencia de comparecencia oficial, su equipo de campaña se limitó este martes a mandar un comunicado advirtiendo a Trump de que hay muchas agrupaciones y reductos republicanos que están preocupados por su deriva judicial y política. 

No obstante, estas palabras no hicieron sucumbir al magnate neoyoquino, que desde Palm Beach se consagró como ganador y pidió altura de miras y reorientación de su partido para vencer a Joe Biden el 5 de noviembre. No será fácil, advirtió: "Es el peor presidente de la historia de EEUU", arrancó. "Tenemos que ganar las elecciones, porque si perdemos las elecciones ya no tendremos un país”, prosiguió. Un discurso de cerca de veinte minutos coronado con su famoso lema, Make America Great Again. 

El llamamiento a la unidad no es casual: pese a la amplia ventaja, el trumpismo tiene miedo. Y lo tiene precisamente porque su fuerza puede espantar a sus votantes menos conservadores de los estados con más nivel de estudios, cansados del esperpento judicial y no volcados en la causa del magnate. Un porcentaje de voto que se le puede escapar al neoyorquino por su carácter atrabiliario, dándole un respiro a Biden, que aguanta a los suyos. De ser capaz de permeabilizar el voto de todos los republicanos dependerá, en buena medida, el nivel de probabilidad de éxito del partido republicano. 

De hecho, los números así lo refrendan. Pese a la amplia victoria de Donald Trump, Nikki Haley ha conseguido porcentajes a tener en cuenta en varios estados de máxima relevancia el 5 de noviembre: Massachusetts (36%), Virginia (35%), Colorado (33%) o Minnesota (30%), por ejemplo. Un grueso de votos que Trump podría capear con la elección de su vicepresidente, de cuya elección puede depender que la candudatura republicana convierta en más horizontal su target electoral. 

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