14 de agosto de 2025. Bezalel Smotrich, ministro de finanzas del estado de Israel, anuncia un plan para construir 3000 viviendas en Cisjordania, donde vive ilegalmente en un asentamiento levantado manu militari por colonos israelíes en suelo palestino, que de manera efectiva dividirá en dos el territorio y, según sus propias palabras, "enterrará para siempre la idea de un estado palestino".

No sabemos si la enterrará para siempre, pero sí sabemos que eso es lo que persigue el gobierno de Benjamín Netanyahu, junto con buena parte de la presunta oposición parlamentaria israelí que respalda estos proyectos. Una limpieza étnica, en un territorio donde no tienen la excusa de la presencia de Hamás para cometer un genocidio como el de Gaza; sin embargo, ambos movimientos responden no al fanatismo de este u otros ministros, ni a razones de "seguridad" (los colonos invasores de Cisjordania no experimentan mayores problemas de seguridad que los palestinos a los que asesinan y arrebatan sus hogares para demolerlos y levantar sus asentamientos); responden únicamente a la visión fundamental del sionismo, el "retorno a la Tierra Prometida".

Los sionistas necesitan espacio vital, y fundamentan su reclamo, por una parte, en un ejercicio descarado del mal llamado derecho de conquista (es decir, se anexionan un territorio simplemente porque sus pobladores no pueden defenderlo), y por otra, en el derecho divino que les otorga la promesa que, según ellos mismos, una deidad fenicia de la guerra de nombre Yahweh les hizo muy convenientemente a unas gentes que habitabn el levante mediterráneo por la época en que Ramsés II era faraón del Antiguo Egipto.

El sionismo, basándose en su condición de "heredero espiritual" de aquellas personas del lejano pasado con las que no comparten otra cosa que el credo, trata de hacer valer ante sus valedores occidentales, sin cuya connivencia y apoyo explícito no podría llevar a cabo su campaña de exterminio, estas razones que no nos serían válidas en ningún caso si las esgrimiese cualquier otro colectivo con visos de identidad nacional. Digo que no comparten otra cosa que el credo por varias razones; la primera es que el idioma hebreo se extinguió en el siglo II como lengua vernácula y sobrevivió únicamente como lengua hablada con una función litúrgica, al modo del latín y el sánscrito, siendo posteriormente reconstruido en el siglo XIX precisamente para crear una "lengua franca" que sirviera a los inmigrantes judíos europeos que por aquel entonces se instalaban en la región. La segunda, entroncando con esa cuestión, es que las raíces de la inmensa mayoría de los ciudadanos israelíes que participan del sionismo no están en el levante mediterráneo, sino en Europa, especialmente Europa oriental (asquenazíes de Polonia, Lituania, Alemania, Rusia, etc.)

"Smotrich" no es precisamente el primero de ocho apellidos hebreos. Y la tercera es la negación de la diáspora, es decir, la asunción de que los territorios que Israel reclama para sí son propiedad de un ente abstracto que es el "pueblo judío" (un "pueblo" no en un sentido étnico sino meramente religioso) por concesión divina, y que toda la rica, trágica y trascendental historia de los judíos en los últimos 3000 años no es sino una pesarosa espera hasta el retorno a la Tierra Prometida. Supongo que con este mismo argumento podría un servidor convertirse al animismo totémico y reclamar para sí un pedazo de EEUU como integrante y representante de los pueblos nativos americanos.

Considerar antisemitismo la denuncia del sionismo que persigue la idea del Gran Israel entraña la misma falacia victimista que considerar germanofobia la denuncia del nazismo que perseguía la idea de la Gran Alemania; Israel es una colonia europea en Oriente Medio, establecida al término de la Segunda Guerra Mundial por Gran Bretaña y EEUU para proteger sus intereses geoestratégicos (todavía hoy siguen "haciéndonos el trabajo sucio", Merz dixit), mediante el exilio forzado cuando no el extermino sistemático de aquellos de sus pobladores que no tuvieron la suerte de pertenecer al "pueblo elegido" en la nakba de 1948. Una colonia poblada por colonos europeos que hablan un idioma reconstruido y fundamentan su derecho a arrebatar sus tierras a los palestinos en la promesa de un dios.

Ahora, ante la "amenaza constante" de aquellos a los que oprimen y en pos de la búsqueda de "espacio vital" para los suyos, los "elegidos", se han decidido a "enterrar para siempre la idea de un estado palestino". Es decir, no sólo se arrogan el derecho de adueñarse de aquellas tierras, sino que a aquellos que ya vivían allí cuando ellos llegaron les niegan el derecho a quedarse. Parece que, con la ayuda de su dios y de un buen puñado de dólares, el estado de Israel ha dado por fin con la Solución Final a la "cuestión palestina".

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