Lo que empezó como una disputa comercial se ha transformado en una guerra de desgaste que amenaza el equilibrio global. China ha decidido romper su habitual contención diplomática y lanza un mensaje directo a Estados Unidos: el fracaso será suyo si persiste en su estrategia arancelaria. En este sentido, Pekín no solo ha rechazado las últimas medidas arancelarias de Washington, sino que ha prometido "luchar hasta el final" si la ofensiva persiste.

Para ser más precisos, Lin Jian, portavoz del Ministerio de Exteriores chino, ha enfatizado en una rueda de prensa que en este tipo de conflictos "no hay ganadores ni perdedores". "China no quiere luchar, pero no teme hacerlo. No vamos a sentarnos tranquilamente a observar cómo los intereses y derechos legítimos de la población china son socavados", ha subrayado, destacando que Estados Unidos está priorizando sus propios intereses hegemónicos a expensas de otros países, lo que inevitablemente enfrentará la oposición de la comunidad internacional.

Estas declaraciones se producen en respuesta a las recientes acciones del presidente estadounidense, Donald Trump, quien ha elevado los aranceles a productos chinos al 125% con efecto inmediato. Esta medida es una represalia al incremento previo de China, que aumentó sus aranceles del 34% al 84% sobre productos estadounidenses. Trump justificó su decisión citando la "falta de respeto" de China hacia los mercados internacionales y afirmó que los días de "estafar" a Estados Unidos han terminado.

EEUU y China, un choque de modelos

La guerra comercial entre Estados Unidos y China no es solo una cuestión de tarifas, productos o desequilibrios comerciales: es, en el fondo, el reflejo de un choque mucho más profundo entre dos modelos de poder. Es una batalla por la supremacía global. En el fondo, el pulso refleja dos proyectos de orden mundial. Estados Unidos, que ha liderado el sistema global desde el final de la Segunda Guerra Mundial, aspira a mantener su hegemonía mediante la fuerza económica, militar y diplomática. China, en cambio, promueve una alternativa basada en un orden multipolar donde varias potencias compartan el protagonismo, y donde los mecanismos multilaterales —como la Organización Mundial del Comercio— sean respetados por todos.

La tensión actual muestra hasta qué punto ambos modelos son incompatibles en algunos de sus fundamentos. Para Washington, el ascenso imparable de China representa una amenaza existencial que exige medidas firmes. Para Pekín, los intentos de frenar su crecimiento son una muestra de "acoso" que debe ser resistido a toda costa. Y en medio, la comunidad internacional observa con creciente inquietud cómo las dos mayores economías del mundo parecen caminar hacia un enfrentamiento prolongado.

La guerra arancelaria golpea a los consumidores

Más allá de las amenazas diplomáticas y los gráficos bursátiles, la guerra comercial entre Estados Unidos y China ya empieza a sentirse en un lugar mucho más cercano: el bolsillo de los consumidores. Con la última subida de aranceles impuesta por Washington —del 125% a productos chinos— y la respuesta inmediata de Pekín —elevando sus tasas al 84% para bienes estadounidenses—, sectores clave como el textil, el tecnológico o el deportivo están en el centro de la tormenta.

Marcas de referencia global como Nike, Adidas y Puma —que fabrican gran parte de su producción en China— ya advierten de un impacto directo en sus costes. Según diferentes expertos, los precios finales de muchos de estos productos podrían encarecerse en torno a un 50%. Esto significa que unas zapatillas que hoy cuestan 100 euros podrían superar fácilmente los 150 en apenas unos meses si la escalada continúa.

Pero no solo el deporte sufrirá las consecuencias. La tecnología, uno de los pilares del comercio entre ambas potencias, también se ve amenazada. Móviles, ordenadores portátiles, tablets o electrodomésticos de marcas como Apple, Lenovo, Xiaomi o Samsung —que depende de la cadena de suministro china— podrían registrar subidas de precios similares. Además, la ralentización en la distribución global de componentes electrónicos, otro efecto colateral de la guerra, podría provocar retrasos en lanzamientos y falta de stock en productos de alta demanda.

El encarecimiento generalizado golpeará especialmente a las clases medias y bajas, para quienes la adquisición de ciertos productos esenciales o deseados será cada vez más difícil. Mientras tanto, las empresas se enfrentan al dilema de absorber parte del coste para no perder mercado o trasladarlo íntegramente al consumidor final.

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