La ola progresista sigue su curso en Latinoamérica y Brasil, lejos de ser una excepción, se ha confirmado esta tendencia. El candidato del Partido de los Trabajadores y expresidente brasileño en dos ocasiones, Lula da Silva, se ha proclamado vencedor de los comicios cariocas tras volver a ganar, esta vez en segunda vuelta, imponiéndose al político de extrema derecha Jair Bolsonaro con el 50,9% de los votos frente al 49,1% del ultraderechista.

Tras una primera vuelta en la que el izquierdista también ganó, pero sin la holgura suficiente como para evitar la segunda ronda, los resultados de este domingo encumbrarán a Lula como presidente de Brasil por tercera vez en su vida, después de ascender al poder en 2003 y de revalidar su mandato en las elecciones de 2006, manteniéndose en el cargo hasta 2011.

Después de un recuento no tan lento y tedioso como en la primera vuelta, que en esta ocasión se ha prolongado hasta pasadas las 23:45 horas de la noche, hora española, se ha podido confirmar la victoria del candidato progresista, que se ha ganado la confianza de la mayor parte de los electores, aunque con una escueta ventaja, pero que en número de votos supera el millón.

Los caídos en la primera vuelta, de su lado

Los candidatos que concurrieron en la primera vuelta y que cayeron en el intento, Ciro Gomes (PDT) y Simone Tebet (MDB), mostraron ambos su apoyo a la candidatura de Lula frente a la del ultraderechista Bolsonaro. Mientras que esto era de esperar por parte de Gomes por afinidad ideológica, Tebet generaba más dudas sobre quién sería el candidato al que se apoyaría desde su partido al resultar eliminada. Finalmente se postuló del lado del socialdemócrata, lo que ha servido, junto al ya potente tirón del expresidente, para decantar la báscula de esos varios millones de votantes indecisos a su favor en esta segunda vuelta.

En la línea del socialismo internacional

La figura de Lula da Silva es una de las más apoyadas y respetadas en el marco del socialismo internacional. De orígenes sindicalistas y obreros, fundó en 1980 un partido que tenía como objetivo defender los intereses de la clase trabajadora y se proclamó como el primer presidente del país carioca en proceder del mundo sindical. Cierto es que los éxitos electorales tardaron en cosecharse, pero el tesón, la defensa de la clase trabajadora y las políticas sociales han sido, durante toda su carrera política, los estandartes más valiosos del ya tres veces presidente brasileño.

El programa que ha llevado a la victoria al socialdemócrata está basado en la protección a las minorías y a la clase trabajadora, la subida de impuestos a las élites económicas, el aumento salarial a las clases medias y bajas por encima de la inflación, la protección adicional a la población racializada y LGTBI, una política exterior que aumente la presencia internacional de Brasil y un compromiso con el cuidado del medio ambiente.

Desde nuestro país, tanto el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, como el actual líder del Ejecutivo, Pedro Sánchez, han mostrado su apoyo a la candidatura del izquierdista, alegando que “el triunfo de Lula será el triunfo del socialismo y el progresismo internacional”.

De este modo, la victoria de Lula es solo un episodio más del triunfo de los políticos progresistas en los últimos años en Latinoamérica, que se suma a las de Gabriel Boric en Chile, Andrés López Obrador en México, Gustavo Petro en Colombia, Xiomara Castro en Honduras o Pedro Castillo en Perú, entre otros.

Progreso entre 2003 y 2011

Fue durante las presidencias de da Silva, entre 2003 y 2011, cuando Brasil experimentó uno de sus periodos más prósperos. En dichos años, entre otras cosas, el dirigente brasileño –que goza de una gran simpatía y respeto por parte del Gobierno español- logró poner en marcha una serie de políticas de ayudas sociales con las que consiguió sacar a unas 30 millones de personas de la pobreza. Unas políticas progresistas que también lograron aumentar exponencialmente el PIB de Brasil, convirtiendo al país carioca en el gigante sudamericano que es hoy en día.

Un auténtico hito que dejó huella en la sociedad brasileña –cuando abandonó la presidencia del país, contaba con más de un 80% de aprobación-. De hecho, la reelección de Lula en las elecciones de 2018 parecía más que clara, sin embargo, su condena y posterior entrada en prisión –que años después serían anuladas-, supusieron el final de su carrera electoral, poniendo la alfombra roja para la llegada de Bolsonaro.

No obstaste, pese a la victoria de Bolsonaro en 2018, la sombra de Lula seguía siendo muy alargada en el país, especialmente en las clases más bajas. Prueba de ello es que desde que el candidato del PT recuperó sus derechos políticos, no ha habido un sondeo que no le haya puesto de nuevo en el Palacio del Planalto doce años después.

Ahora, tras cuatro años de gobierno de Bolsonaro, en los que Brasil ha sufrido un importante retroceso social, Lula puede optar a desarrollar un nuevo ambicioso proyecto de país que busca, entre otras cosas, combatir la crisis económica con políticas de impulso del consumo, derogar la ley del techo de gasto y una reforma fiscal progresiva con la que gravar las grandes fortunas. Nacionalizar por completo la eléctrica Eletrobras, poner en marcha un gran plan de obras públicas para generar empleo y poner fin a la explotación indiscriminada del Amazonía, son otras de sus promesas.

Bolsonaro, una catástrofe para la economía brasileña

Pese a que Brasil está entre las diez mayores economías del mundo, se ha convertido en un Estado en el que hasta 33 millones de personas pasan hambre, el 15% del total de habitantes. Una cifra que se ha incrementado notablemente desde que Jair Bolsonaro alcanzó el poder presidencial, debido en gran parte a la falta de inversión en políticas contra la pobreza que dieron resultado durante los mandatos de Lula y Dilma Rousseff y la pésima gestión de la pandemia.

Según la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria (Penssan), durante los años 2020 y 2021, el ejército humano de brasileños que pasan hambre se dobló. Se pasó de los 19 millones en 2020 a los 33,1 millones actuales. Así, poniendo en comparación los datos actuales con los que había cuando el ultraderechista llegó al poder en 2018 se ha registrado una diferencia negativa del 60%.

La crisis por la pandemia del coronavirus actuó como un acelerador de la pobreza en un país que es un gran productor de alimentos. Desde el primer momento, Bolsonaro le restó importancia y no trató de atajarla y ayudar a la población. Fue en 2020 cuando el Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Brasil advirtió de que el país se dirigía al mapa mundial del hambre, pero el presidente hizo caso omiso.