La victoria de Lula da Silva en Brasil, aunque no es definitoria porque el candidato de izquierdas requerirá de segunda vuelta para gobernar tras unos resultados más ajustados de lo que se esperaba, da oxígeno a Latinoamérica y, en buena parte, al mundo; máxime después de la victoria de Giorgia Meloni en Italia.

No siempre es correcto comparar la política y los respectivos países. De hecho, para poder hablar con propiedad de los diferentes movimientos es importante explicar la historia de cada territorio y, para eso, seguramente, sería necesario más de un artículo. Pese a esto, sí se puede decir que los resultados que amparan a Lula, aunque pendientes de segunda vuelta, tienen la lectura más inmediata y positiva de que a la ultraderecha se le puede frenar con una izquierda fuerte, aunque también una segunda de que ésta no va a dejar de pelear así como así.

La victoria de Lula, esperanza y (otro) aviso a navegantes

Lula ha devuelto a sus votantes la esperanza y ha desmontado ese papel que hasta ahora encarnaba el líder ultraderechista, Jair Bolsonaro, de solucionar todos los problemas de los brasileños con populismo. Da silva ha sido capaz de revertir ese pensamiento con políticas reales y con la intención de gobernar para una mayoría amplia.

Sin embargo, no hay que dejar de lado que la ultraderecha sigue muy presente en Europa y Latinoamérica. Por ello, y siempre con la idea de la dificultad o, incluso, la imposibilidad de entender unos resultados o movimientos políticos a través de otros, sí que hay máximas que se repiten, como las ideas ultranacionalistas y excluyentes de sus representantes y el peligro que ellas suponen; también un auge generalizado de estas en muchos lugares con la salvedad de Gustavo Petro en Colombia, entre otros.

De Trump a Meloni: Cada vez sorprende menos

Queda claro que la extrema derecha está viva. Así lo reflejan, sin ir más lejos, los comicios en los que se centran estas líneas, pues, de no ser así, un político como Lula en un país como Brasil habría logrado la victoria en el mismo día de ayer sin la necesidad de recurrir otra vez a las urnas. Así las cosas, no se puede dar por muerta a la extrema derecha, y tampoco confiarse en que el mundo ha avanzado lo suficiente como para no repetir errores, porque esa es con la idea con la que (casi) todos afrontaron las primeras elecciones que ganó Donald Trump, y el resultado les cogió desprevenidos. Un factor, el sorpresa, que ya no se repite tanto. Los resquicios de su mandato, además, se han visto todavía en EEUU sin él en la presidencia como en el caso del asalto al Capitolio.

La última prueba de esto es Italia, donde Giorgia Meloni -una representante que ha lanzado loas a Benito Mussolini- consiguió una victoria que desde los medios y la opinión pública se antojaba irremediable. Es cierto que el gobierno de Italia puede calificarse poco menos que de roto, al igual que también es cierto que una victoria tan aplastante de los ultras en Europa no se ha producido desde las de Hungría y Polonia. Pero es cierto también que la puerta a los países del entorno mediterráneo se la abrió hace unos meses a la ultraderecha otra mujer -un aspecto que tampoco es menor dado el carácter, normalmente antifeminista, de estos grupos-, en Francia.

Le Pen no alcanzó el Elíseo, pero su partido consiguió los mejores resultados del radicalismo en el país vecino. Un esquema también dividido el del territorio con capital en Paris, en este caso por la existencia de varias fuerzas que se postulaban a arañar un buen puñado de votos, y la paradoja de que mucha gente de izquierda y clase media, incluso baja, opte cada vez más por estas formaciones en un tablero donde la desidia sobre el que sería el voto lógico tiene igualmente su parte de responsabilidad.

Y es que son muchos quienes, actualmente, no votan por convicción, sino por eliminación o a partir de falsas promesas que calan fácilmente. Y esto pasa en Brasil, Estados Unidos, Francia, Italia y en España también, donde gobierna por primera vez en democracia un Ejecutivo con Vox, aunque sea regional. En cualquier caso, la victoria de Lula en un país en el que se juega especialmente mucho, es un reflejo claro de que a la ultraderecha se le puede frenar, pero también una nueva evidencia de que ésta sigue muy viva.