A seis columnas, como en los tiempos del Watergate, lleva The Washington Post la información de que Trump intentó obstaculizar una investigación del FBI. Y no una cualquiera, sino la que la agencia llevaba a cabo sobre la posibilidad de que el exconsejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, se coordinara con Rusia para influir en la elección presidencial a favor del actual presidente. Según el senador Angus King, si se encuentran las pruebas pertinentes, Trump estaría rozando “la definición legal de obstrucción a la justicia" y podría abrirse contra él un procedimiento de impeachment, es decir, de expulsión del cargo.

A Trump le han llamado de todo, desde ignorante hasta inútil y desde corrupto hasta fascista, pero en los cuatro meses que lleva en el cargo es la primera vez que las sospechas que se ciernen sobre él y su extravagante relación con el Kremlin han llegado lo suficientemente lejos como para poner en peligro su continuidad en la Casa Blanca.

Solo dos presidentes de los Estados Unidos han pasado por un trance similar. El primero fue Andrew Johnson en 1868. Un enfrentamiento continuo con el Congreso y el veto de este a una destitución presidencial concluyó con un proceso de Impeachment del que fue finalmente absuelto al no alcanzarse, ni en la Cámara de Representantes (solo por dos votos) ni en el Senado, los dos tercios necesarios para procesarlo. Un siglo más tarde fue un tal Bill Clinton el que se libró de algo parecido. Su pecado fue más mundano que el de Johnson, aunque técnicamente se parece más al que podría haber cometido Trump: perjurio y obstrucción a la justicia.

El impeachment de Clinton, del que salió airoso

13 meses duró el calvario de Bill Clinton hasta que en febrero de 1999 resultó absuelto de los dos cargos. El primero, por negar que sus relaciones con Mónica Lewinsky fueran de naturaleza sexual; y el segundo, por intentar influir en el testimonio de la becaria y en el de otras personas. En la acusación de perjurio, la más grave, Clinton tuvo a su favor a todos los representantes demócratas excepto a cinco, pero hubo cinco republicanos que equilibraron la balanza.

El caso de Bill Clinton ha pasado a la historia como un asunto de faldas más que de alta política, pero sus presuntas maquinaciones para ocultar sus deslices le pusieron bajo la grave sospecha de mentir, algo que para los norteamericanos de a pie resulta imperdonable. El caso es que el demócrata concluyó su mandato con varios éxitos que consiguieron tapar la mácula del caso Lewinsky. Otra cosa es que no lograra superar el impeachment "doméstico" y al término de su mandato fuera su esposa, que no le abandonó a pesar del vergonzoso escándalo, la que iniciara una carrera política de altos vuelos convenientemente alejada del influjo de su marido.

El NO Impeachment de Nixon, que acabó con su dimisión

Merece la pena repasar las portadas del The Washington Post de aquella época, en las que del titular "Nixon dice que no dimitirá", del 7 de agosto de 1974, al "Nixon dimite" solo transcurrieron 48 horas. No es de extrañar, por tanto, que el Post haya decidido seguir su propia trayectoria en lo relativo a Donald Trump y sus relaciones con Rusia, una historia que comenzó incluso antes de que tomara posesión de su cargo en enero de este año.

El asunto que concluyó con la dimisión de Richard Nixon se conoce popularmente como Watergate y dio lugar a una historia que ha dejado huella en la historia del periodismo. En junio de 1972, The Washington Post informa de que cinco hombres, uno de ellos ex agente de la CIA, han sido arrestados de madrugada al intentar entrar en el complejo de oficinas del hotel Watergate, en las que se ubica el Comité Nacional del partido Demócrata, para robar documentos. La información la firman, entre otros, Bob Woodward y Carl Bernstein, cuyas investigaciones posteriores, para las que contaron con las revelaciones de un "garganta profunda", fueron determinantes para el desarrollo y la conclusión del caso.

Finalmente, en julio de 1974, Nixon fue acusado formalmente de haber participado directamente o a través de subordinados en un plan dirigido a retrasar, impedir y obstruir la investigación sobre el caso Watergate. El proceso hacia el Impeachment no llegó a concluir porque unos días después Nixon reconoció su responsabilidad y dimitió.

En los años 70 fue un robo de documentos; en 2017, un "hackeo" informático. Los dos en plena campaña electoral. Es decir, los casos de Nixon y Trump se parecen extraordinariamente.

En el Watergate estuvieron implicados la CIA y el FBI. En el caso de Trump solamente este último departamento, pero el malestar causado en su seno por la destitución de su director es probable que conduzca a una profunda investigación sobre su presunta obstrucción a la justicia. Si esta consigue probar la implicación del actual presidente en las acciones de Rusia para perjudicar la campaña presidencial de Hillary Clinton el futuro de Trump estará en entredicho. De momento, la esposa del último presidente que sufrió un Impeachment en Estados Unidos debe estar frotándose las manos.