La melancolía se adueñó del discurso oficial del gobierno catalán tras el fracaso de la intentona unilateral de 2017 y con el paso del tiempo ha derivado en monotonía política. Los intentos del gobierno central de plantearles algunos retos materialistas propios de la gestión pública a duras penas consiguen hacer reaccionar a los dirigentes independentistas. La ampliación del aeropuerto, la liberación de los peajes en algunos tramos de las autopistas catalanas, la eventual candidatura para los JJOO de Invierno de 2030 son siempre valorados a través del prisma del pulso permanente con el Estado, lo que ralentiza de inmediato cualquier avance. El modesto intento de ERC de abrazar el pragmatismo ha sido sentenciado ya por el ex presidente de la Generalitat, Quim Torra, asegurando que “el independentismo ha descarrilado, ha pasado de la confrontación a la gestión”.

El actual presidente catalán, Pere Aragonés​, deambula por el alambre de esta supuesta contradicción lo mejor que puede, practicando una disciplina casi prusiana de no acabar ninguna intervención sin mencionar la urgencia de la amnistía y la perentoria necesidad de ejercer el derecho de autodeterminación. Así todo se desfigura y se complican los consensos. A veces, incluso favorecen la improvisación. En su último hit soberanista, la profecía de Aragonés de un referéndum antes de 2030 que tanto alteró los nervios en el gobierno de Sánchez, podría deberse incluso a una inoportuna asociación de ideas con la candidatura olímpica de 2030 que era uno de los temas de los que el presidente estaba hablando cuando dejó caer un vistoso ultimátum, muy incómodo para los defensores del diálogo.

Sus adversarios de JxCat no dejaron pasar la oportunidad de sacar punta a esta improvisación. La presidenta del Parlament, Laura Borràs, bromeó al momento, con tanto aeropuerto y candidaturas olímpicas, “no tendremos referéndum ni en 2030 ni en 2080”. Quim Torra y sus fieles interpretan que el sólo hecho de hablar de gestión con el gobierno central y haber fijado un periodo de dos años para esperar a los resultados de la mesa de negociación supone haber concedido una “tregua” a Estado. “Y el Estado tiene que saber que estamos dispuestos a volver a la unilateralidad” advirtió el vicepresidente Jordi Puigneró, para marcar diferencias con ERC, olvidándose de recordar que la unilateralidad es sinónimo a estas alturas de fracaso, dolor y división.

Este panorama obliga a todos los dirigentes independentistas a refugiarse en la monotonía de los mantras para no descarrilar. Por eso, si no hay más remedio que hablar de la ampliación del aeropuerto (cuestión en la que ambos socios de gobierno discrepan) no les queda otro recurso que asegurar que lo determinante no es la ampliación sino la cesión de la titularidad del aeropuerto al gobierno catalán y que esto es bueno porque allana el camino hacia el estado propio. Y si las autopistas del Estado quedan libres de peaje, lo primero es reclamar que este mismo Estado rescate a las autopistas de la Generalitat para fortalecer las aspiraciones soberanistas.

El curso político empieza en Cataluña con la celebración de la Diada del 11 de Septiembre, capitalizada en la última década por la manifestación independentista convocada por la ANC. En la concentración se reparten pitos y aplausos a los dirigentes según el termómetro de la devoción que mantienen con el supuesto mandato del referéndum del 1-O, prácticamente organizado y monopolizado por la ANC. El grado de devoción por el 1-O solo puede ser igualado por el de la desconfianza en la mesa de negociación. De ahí, que a ERC no le conviene ninguna tipo de aproximación al gobierno Sánchez antes de la fiesta nacional catalana y en las vigilias de la efeméride se deje llevar un poco más de la habitual por la escenificación de la diferencia. A ERC todavía le duelen los pitos de sus compañeros de viaje.