La amnistía al independentismo tiene de traición a España más o menos lo mismo que la negociación con ETA tuvo de traición a los muertos y lo mismo que los indultos a los líderes independentistas en la primavera de 2021 tuvieron de deslegitimación de la Justicia: nada. Los indultos fueron interpretados en su día como una victoria política del independentismo, pero el devenir político ha demostrado, con poco margen para la duda, que han sido una victoria de todos, tan victoria de ‘ellos’ como de ‘nosotros’.

No hay motivo para que no suceda lo mismo con la amnistía, aunque la derecha esté haciendo todo lo posible para bloquearla. Las manifestaciones de este domingo serán con toda seguridad multitudinarias: acudirán a ellas muchos votantes del PP y todos los de Vox, pero también los habrá del Partido Socialista, al menos aquellos que, habiendo dado por buena la palabra electoral de Pedro Sánchez, hoy se sienten indignados y ofendidos por el perdón del Estado a Carles Puigdemont.

Momento Transición, Momento Cataluña

La crisis catalana es de tal envergadura -no hay más que repasar el cómputo de votos separatistas desde hace más una década- que solo puede salirse de ella como salimos del franquismo: pactando. Pero tampoco sobre esto hay consenso. Los contrarios a la amnistía ven el conflicto catalán como un grano en el culo del que solo cabe curarse reventándolo. Quienes, aun con no pocas reservas, la respaldan piensan justamente lo contrario: que, sin ser el bálsamo de Fierabrás, la amnistía es un buen ungüento para rebajar el forúnculo y combatir la infección.

A la muerte del dictador, el espectro de la Guerra Civil alentó a unos y otros a conjurar los riesgos de una nueva confrontación acordando una salida no traumática merced a la cual, sin humillar ni perseguir a los franquistas, se instaurara un régimen impecablemente democrático. La Transición fue pacto pero no un empate: fue una victoria con apariencia de empate. Demócratas y franquistas no quedaron a la par: ganaron los primeros y perdieron los segundos, si bien ambos bandos procuraron, aunque unos más que otros, simular que la partida había quedado en tablas.

La única cesión significativa de los demócratas fue incluir a los delincuentes franquistas en la ley de amnistía. El precio de hacer como que no habían delinquido no era bajo, pero todos pensaron que valía la pena pagarlo. Entonces podía haber dudas, pero hace mucho tiempo que dejó de haberlas: la Transición puede que no fuera justa, pero era necesaria. Su utilidad indiscutible nos ha hecho olvidar lo que en ella hubo de injusticia, pues injusto fue que funcionarios, policías o jueces franquistas no pagaran las iniquidades que habían cometido. Que fuera una victoria de los demócratas no significa que los franquistas se fueran de vacío: el precio que se cobraron por su derrota fue la impunidad. Huelga recordar que delinquir al amparo de un Estado autoritario no es lo mismo que hacerlo bajo un Estado de derecho, pero el Momento Transición y el Momento Cataluña se parecen en que la naturaleza de ambos es esencialmente política y solo tangencialmente penal.

Razones éticas y razones épicas

El hecho de que la amnistía sea fruto de la imperiosa necesidad de Sánchez de los siete de votos de Junts empaña, ciertamente, cuanto en ella pudiera haber de virtud. La necesidad de Sánchez es genuina, mientras que su virtud es sobrevenida. Eso no significa, sin embargo, que la amnistía no pueda acabar siendo buena, pues no en vano sus detractores esgrimen contra ella argumentos similares a aducidos en su día contra los indultos. Las razones contrarias son de tres clases: éticas (Sánchez amnistía a Puigdemont por puro egoísmo), políticas (es un error que debilita al Estado) y épicas (pisotea la Justicia, vulnera la Constitución y pone a España de rodillas ante una banda de sediciosos).

La palabra traición irrumpe de nuevo en la conversación nacional. Suele hacerlo, por cierto, solo cuando el PP está en la oposición. Es la palabra que hoy sacará a las calles a decenas de miles de españoles. Pero con los traidores a España tal vez pase como con los envidiosos sobre los que alertaba con sorna Rafael Sánchez Ferlosio:  “El multitudinario coro -escribía- de los que aseguran que hay envidiosos sin fin está exclusivamente compuesto de puros envidiados […] los envidiosos de España no son más que un mito, una fantasía de los envidiados”. Pues eso mismo cabe decir de los traidores, que son una fantasía de los traicionados.

Los contrarios a la amnistía consideran ésta una derrota no solo del Estado de derecho, sino propia, personal, una derrota con insoportables tintes de humillación. La huida de Puigdemont y el fracaso de los sucesivos intentos de sentarlo en el banquillo debido a la falta de receptividad de los jueces belgas y alemanes a las imputaciones formuladas por sus colegas españoles son un obstáculo insalvable para el orgullo colectivo de quienes -los jueces españoles, los primeros- no albergan dudas de que la Nación jugó limpio en la persecución de los rebeldes independentistas.

¿Con las horas contadas?

Si el pacto con Junts y la ley de amnistía son solo la mitad de infames de lo que quienes están en contra dicen que son, los días de Pedro Sánchez como político, y aun como español, están contados. Contados en España y contados en Europa, y no ya por esa sandez de que habría convertido a España en una dictadura, sino porque las concesiones socialistas habrían sido de tal calibre y hasta tal punto humillantes para la gran mayoría de los españoles, que estos no podrían perdonarlas nunca.

Si Sánchez es el tipo infame y vendepatrias que sus adversarios dicen que es, en las europeas de 2024 que viene el batacazo socialista debería ser histórico. No es probable que lo sea, pero quién sabe: con Junts y Esquerra a la greña por ver cuál de ellos es más antiespañol, hay un riesgo severo de que la legislatura descarrile. Recuérdese, además, que la jugada de Sánchez rehabilitando al expresident prófugo a cambio de sus votos concita un repudio que sobrepasa con mucho el perímetro del voto conservador.

En todo caso, y siempre que la ley de amnistía supere con éxito el control de constitucionalidad, el punto débil de los controvertidos acuerdos alcanzados por el PSOE con Junts es que no hay certeza de que Puigdemont vuelva no ya a perpetrar nuevas ilegalidades, algo altamente improbable, sino a desplegar gestos y promover iniciativas cuyo simbolismo ofenda la sensibilidad de los españoles. Cuando un alcalde 'indepe' quita el retrato de Felipe VI del salón de plenos no comete una ilegalidad, pero el gesto es interpretado a este lado del Ebro como un desprecio no tanto a la Corona como a España misma. Esa es la clase de cosas que harían insoportable la ya de por sí lentísima, pesadísima digestión nacional de las cesiones hechas a Puigdemont.