Ignacio Camacho (ABC):

“Se puede ser yihadista y estar perturbado; de hecho, hay que estar bastante perturbado para ser yihadista. Pero cuando ambas condiciones se juntan, las consecuencias pertenecen más al ámbito del terrorismo que al de la psicología, como es el caso del asesino de Algeciras (…) Hay un claro componente de motivación fanática en la elección de sus víctimas”. El artículo se titulaba ‘Se llama terrorismo’.

Carlos Herrera (COPE):

“Este crimen nos recuerda algo que a veces olvidamos, el yihadismo islamista sigue siendo una de nuestras mayores amenazas. Atentados en Madrid o en Barcelona, aquellos fueron acciones organizadas meticulosamente. Lo de ayer parece que podría ser obra de un llamado lobo solitario, pero responde al mismo espíritu”.

Federico Jiménez Losantos (esRadio):

[Marlaska no salió de inmediato a dar una rueda de prensa]. “¿Por qué? Porque era un marroquí ilegal y aquí todo lo que es marroquí es legal. ¿Por qué? Porque manda Rabat. Luego sale el detalle de que era un lobo solitario. No, un lobo solitario no era, era un tío que lee el Corán".

Alberto Núñez Feijóo (PP):

“El terrorismo islámico es un problema de toda la sociedad europea. Desde hace muchos siglos no verá a un católico, a un cristiano, matar en nombre de su religión o de sus creencias y hay otros pueblos que tienen algunos ciudadanos que sí lo hacen”.

Santiago Abascal (Vox):

“Entró ilegalmente en España, tenía una orden de expulsión, estaba vigilado por yihadismo, era okupa. ¿Cuántos habrá como él en España? Las mafias de tráfico de personas y los políticos que les abren las fronteras y los riegan a subvenciones no pueden ocultar su responsabilidad. No podemos tolerar que el islamismo avance en nuestro suelo”.

Hasta aquí las citas. El hombre que el miércoles en Algeciras asesinó con un machete al sacristán Diego Valencia e hirió al cura Antonio Rodríguez, ¿qué es, antes que nada? ¿Un yihadista o un enfermo? ¿Un peligroso terrorista o un pobre diablo? Aun siendo ambas cosas, ¿cuál de ellas es antes? De la letalidad de su conducta no hay, por desgracia, duda alguna, pero sí las hay de las causas primeras de la misma. ¿Seguro que hay tales dudas? Para las derechas mediáticas y políticas, Yassine Kanjaa es antes que nada un inmigrante musulmán ¡y además marroquí! que asesinó a un cristiano tras radicalizarse durante su estancia ilegal en España sin que el Gobierno lo hubiera expulsado, como era su deber.

Lees y oyes a los portavoces de la derecha y cuesta trabajo saber qué les indigna más de Kanjaa, que fuera musulmán, que fuera marroquí o que fuera ilegal. Lo de yihadista no cuenta porque dan por sentado que lo es, aun cuando las informaciones policiales y los testimonios de vecinos, compañeros o imanes apuntan en una misma dirección: que se trata de un hombre que no está del todo en sus cabales. Su conducta en la tarde del crimen y en días anteriores así parece atestiguarlo.

"Para mí, que era un colgao"

Quien con más crudeza ha definido a Kanjaa ha sido José Chamizo, ex Defensor del Pueblo Andaluz, cura compasivo que conoce de primera mano las despiadadas catacumbas donde malviven los desheredados del Campo de Gibraltar y el menos sospechoso de los hombres en materias tan delicadas como la inmigración, la xenofobia o la violencia. “Para mí, que era un colgao”, decía en declaraciones al periodista Juan José Térrez. Dicha la palabra por otra persona, sería insensibilidad o menosprecio; dicha por Chamizo es más bien misericordia.

La de Kanjaa habría sido una radicalización exprés. Mísero inquilino de un piso patera, en unas pocas semanas de lectura, tal vez compulsiva y febril, de propaganda radical se convirtió, parece ser, al salafismo. Creyó haber encontrado la salida del infierno en el Corán, al que hasta entonces no parecía haber prestado mucha atención.

Al igual que el Viejo Testamento para los judíos y el Nuevo para los cristianos, el Corán no es un texto más tóxico que sus antecesores. Miles de millones de personas en todo el mundo hallan consuelo, esperanza y fortaleza en la lectura de Los Tres Libros. Como sucede con tantos textos sagrados, la toxicidad del Corán no está en el texto sino en los intérpretes, en concreto en aquellos que aúnan férreamente bajo su manto el poder político y el poder religioso, el doble cetro letal del alfanje y la fe.

Quién sabe: puede que una atención psiquiátrica adecuada o la prescripción a tiempo de diazepam –principio activo que los médicos recetan a “personas con síntomas de ansiedad o agitación psíquica vinculados a estados psiconeuróticos”– hubieran aplacado la furia criminal que, como una mortífera flecha ansiosa de abandonar el arco, lanzó a Kanjaa hacia las pacíficas iglesias de San Isidro y La Palma.

Perteneciente al grupo de medicamentos denominados benzodiazepinas, el diazepam tiene “efectos tranquilizantes, sedantes, relajantes musculares y anticonvulsivantes”. No vendría mal que a algunos políticos y a bastantes periodistas se lo recetaran para ingerirlo –sin falta– antes de ponerse frente al micrófono o sentarse ante el teclado.