Nacido en Olivenza (Badajoz) en 1958, médico forense, profesor universitario y socialista convencido, presidió la Junta de Extremadura entre 2007 y 2011 y de nuevo entre 2015 y 2023. Hasta el final de sus días fue vicepresidente segundo del Senado, cargo que ejerció con discreción y sentido del deber.

Su vida profesional comenzó lejos de los focos, entre informes y bisturíes. Como médico forense, participó en el análisis psiquiátrico del terrible caso de Puerto Hurraco, experiencia que marcó su mirada sobre la condición humana. Tal vez por eso, incluso como político, siguió siendo un médico que escuchaba antes de hablar.

Quienes lo trataron recuerdan su voz pausada, su trato cercano y esa forma suya de interesarse por las personas antes que por los titulares. En los pueblos de Extremadura se le conocía más por su mano tendida que por su cargo. Visitaba hospitales, escuelas o residencias sin cámaras, sin discursos: prefería los gestos pequeños que curan más que mil palabras.

Cuando perdió las elecciones en 2011, aceptó la derrota con serenidad y sin rencor. Decía que la política no consistía en gritar más alto, sino en entender mejor. Esa calma lo acompañó siempre, incluso cuando la enfermedad lo obligó a mirarse al espejo con otra luz.

En 2023 le diagnosticaron un cáncer de estómago. En su última etapa, siguió trabajando con la misma dignidad que había mostrado toda su vida. “Quiero seguir viviendo por los míos y por tanta gente que nos necesita”, confesó en uno de sus últimos actos públicos. Nunca buscó compasión, solo respeto.

Estoy vivo gracias a la sanidad pública, por las batas y por los votos”, dijo emocionado en febrero de 2025, reivindicando el sistema sanitario que tanto defendió. En abril recibió la insignia de oro de los Premios Primero de Mayo de UGT por su compromiso con la libertad, la justicia y la igualdad. En mayo, apareció sonriente en el Congreso provincial del PSOE de Badajoz, rodeado del cariño de los suyos.

Nieto de un fiscal e hijo de un magistrado del Supremo, se formó con rigor y vocación de servicio. Pero su mayor orgullo, decía, era su familia: “Mi familia es mi tesoro”. Dos momentos lo marcaron especialmente: casar a su hija en la catedral de Cáceres y convertirse en abuelo.

No quiero homenajes, ni calles, ni plazas, solo disfrutar de la familia y de la vida”, repitió poco antes de su muerte.

Guillermo Fernández Vara falleció en octubre de 2025, a los 66 años, en el Hospital Universitario de Badajoz. Se fue como vivió: con serenidad, sin ruido, sin pedir nada para sí.

Quedará en la memoria no tanto por los cargos que ocupó, sino por su manera de estar. Por su templanza. Por esa rara virtud de la política que él ejerció con naturalidad: la bondad.

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