Sin descuidar la agenda legislativa, los compromisos europeos y las cuestiones orgánicas e intramuros de cada partido, el arco parlamentario ha activado el ‘modo campaña’ y parece dispuesto a focalizar sus esfuerzos en la calle, pegado a la ciudadanía, rentabilizando en beneficio propio el descontento social y aprovechando el rebufo de un contexto inestable para esprintar de cara a un calendario electoral que se prevé largo, complicado y decisivo en 2023. Una vez acabadas las vacaciones, acortadas por la crisis energética y la subyacente necesidad de armar un plan energético acorde a las exigencias de Bruselas, el inicio del curso político escondía la derivada de estar dando el pistoletazo de salida al año electoral, a la campaña, al aumento de la exposición pública tanto en la calle como en los medios de comunicación.

Los equipos, en su gran mayoría, quedaron perfilados: el propio Pedro Sánchez cambió el organigrama de su partido imprimiendo un tono más duro a sus portavocías, ahora en manos de Pilar Alegría y Patxi López; Alberto Núñez Feijóo, por su parte, se aprovechó del trabajo realizado durante el tiempo de transición post Pablo Casado y se arropó en una Ejecutiva estudiada con anterioridad y con claro sello andaluz. Ahora es el momento de armar los equipos a nivel municipal y regional. El PSOE ya ha fijado el calendario para elegir a sus aspirantes, con la excepción de alguna peculiaridad como la ciudad de Madrid, donde la necesidad de tener un aspirante potente que sea capaz de rivalizar con Almeida deberá postergarse hasta noviembre. El presidente del PP, en la misma línea, se reúne con sus barones para implementar un organigrama “ganador”.

Una vez fijados los nombres, es el momento de estudiar cuál es la estrategia ganadora, y aquí, además de PSOE y PP -únicos aspirantes reales a conseguir las llaves de La Moncloa-, hay quórum entre las partes: es la hora de recorrer España, de impulsar una agenda callejera con la que devolver la ilusión a aquellos votantes descontentos e indecisos que afrontan un año electoral preocupados por la inflación, el precio de los alquileres, un futuro económico volátil y plagado de claroscuros.

Fue el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien, conocedor de la capacidad de movilización que atesora, impulsó una agenda bajo el nombre de ‘el Gobierno de la calle’. Un esfuerzo que implicará hasta 30 viajes por el país para conseguir retener el colchón de la mayoría social frente a los cantos de sirena que llegan desde Génova, donde creen que las encuestas son claras, las tendencias se han revertido y la alternativa está más cerca que nunca. El líder del Ejecutivo, uno de los primeros en emprender esta gira por los rincones de España, ya ha estado en ciudades como Granada o Toledo, donde ha trasladado un mensaje de carne y hueso, sin complicaciones argumentales, cimentado en las leyes aprobadas, en los retos del futuro y en las sucesivas crisis que ha debido encarar la coalición desde que arrancase la legislatura.

Pese a todo, el PP también recorrerá sus grandes delegaciones para escuchar a sus cuadros internos. La idea, que de este conjunto de reuniones salga un programa electoral con predominancia por lo económico y que sea capaz de atraer a aquellos que aún no consideren al PP una carta ganadora. Una vuelta a los orígenes de Feijóo como presidente del PP. Un programa que sea una promesa cimentada en los tres adjetivos que le sirven como eslogan: solvencia, gestión y mayorías. El propio Elías Bendodo, coordinador general del partido y número tres en Génova, explicó este lunes que su partido está centrado en los "temas que preocupan a los ciudadanos" y que con ese objetivo han fijado 20 de ejes en la Interparlamentaria que van a "marcar las líneas de trabajo" de los próximos meses. Esos ejes servirán de base "para configurar el futuro programa de gobierno de Feijóo", añadía.

Los pequeños tampoco se rinden

Especialmente interesantes son también los movimientos que están realizando el resto de partidos. Si bien PSOE y PP parecen llamados a jugarse las llaves de La Moncloa, en Génova y en Ferraz miran muy de cerca el trabajo que están realizando sus potenciables socios de gobierno e investidura. La época de las mayorías absolutas parece lejana, pese a la subida paulatina que vuelven a experimentar las dos piezas principales del tablero, por lo que de la proyección que consiga Yolanda Díaz con su iniciativa ‘Sumar’ o de la capacidad de resiliencia que atesore una extrema derecha en plena descomposición puede salir el resultado final.

En Vox andan desconcertados. Algunas encuestas ya les dejan en cuarta posición, por detrás de Unidas Podemos, y la primera gran crisis interna desde que la cúpula actual sucediese a la vieja guardia amenaza con dinamitar cualquier aspiración futura. Santiago Abascal se divide en dos frentes: el ‘efecto Feijóo’, que como el ‘efecto Moreno Bonilla’ o el ‘efecto Ayuso’ no hace más que restar transversalidad a la marca y escorarla hacia la inoperancia; y Macarena Olona, dispuesta a hacerse notar y evidenciar los problemas orgánicos de una estructura que forzó su salida en Andalucía, se negó a recogerla en Madrid y ahora todavía piensa si merece la pena sentarse a la mesa de negociación para acabar con la sangre y amansar la revuelta que coge forma con cada aparición pública de la otrora candidata andaluza.

En Ciudadanos la cosa no es mucho mejor. Desaparecidos en combate, luchan por sobrevivir bajo el constante de deseo de volver a ser lo que eran. Tras el fracaso de Rivera, las pérdidas han sido irreparables y los primeros díscolos con el mandato de Inés Arrimadas han forzado a los naranjas a emprender una gira por las diferentes delegaciones para medir el grado de implicación de organigrama con la actual líder del partido. Una especie de referéndum en diferido con el que Ciudadanos decidirá sobre la vida y la muerte, el bautismo o el funeral, la supervivencia o la desaparición.

Por su parte, la izquierda alternativa sigue enfrascada en discusiones internas: la ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, sigue dando forma a ‘Sumar’, una iniciativa nacida desde la sociedad civil que ya ha provocado algún que otro encontronazo con la cúpula de Podemos. Por el momento, el proyecto sigue siendo una incógnita: ni se conoce el programa, ni sus integrantes ni cuándo estará lista. Con demasiada tranquilidad, hay quienes incluso vaticinan que el tirón social de la titular de Trabajo empieza a reducirse y las aspiraciones futuras a achicarse para un conglomerado de partidos (Podemos, IU, Más País, Equo, Compromís…) que sigue debatiéndose entre la unión del ‘pacto de los botellines’ o la huida del ‘núcleo irradiador’ del que ya advirtió Íñigo Errejón.