Cuando se apagaron los focos y el techo de la sede de Ciudadanos dejó de escupir confeti y globos, llegó la hora de la verdad. ¿Qué hacemos ahora con estos 57 escaños? Todo indica que la única alternativa es el ruido, el mismo que ha caracterizado su campaña electoral. Los números dan para pactar con el PSOE y las presiones serán muchas y grandes, pero el cordón sanitario que Albert Rivera puso a Pedro Sánchez es la excusa perfecta para que el líder socialista no defraude a los militantes que le aclamaban a Ferraz y a quienes le prestaron su voto para frenar a la extrema derecha. Que no vuelva a caer en la trampa del abrazo.

Hablando de abrazos, Ciudadanos tendrá que valorar a donde le va a llevar su estrategia de acercarse a la extrema derecha y abandonar el centrismo del que hacía gala ayer por la tarde o del progresismo del que presumía antes de ayer por la mañana. A corto plazo, podría pensarse que las elecciones han sonreído a Rivera, pero el coqueteo con Vox en Andalucía y el plagio de sus mensajes es pan para hoy y hambre para mañana. A Rivera se lo pueden explicar sus socios liberales en Europa, si le queda alguno. Si no, también le podría preguntar a Pablo Casado.

La campaña electoral de Ciudadanos se ha basado en convertirse en el hazmerreír continuo. Esos debates cercanos a la caricatura, con abono asegurado para el meme como el uso de cachivaches entre los que cabía una tarjeta o un rollo de papel, no podían ser casuales, a no ser que los asesores de Rivera fichasen por la mañana en una guardería. O la carrerita en Valencia, donde dejaron al líder ganar como si fuera un niño en su fiesta de cumpleaños o el líder de una república bananera. La explicación, como decíamos, solo puede estar en la necesidad de hacer ruido para imponer su imagen, por ridículo que fuera, en una campaña con más partidos que nunca.

Varios dirigentes de Ciudadanos dejan ganar a Albert Rivera en una carrera en Valencia.
Varios dirigentes de Ciudadanos dejan ganar a Albert Rivera en una carrera en Valencia.

Pero la rentabilidad de convertirse en el hazmerreír es relativa. Ciudadanos tiene en el Congreso más escaños que nunca, es cierto, pero no olvidemos que hace justo un año, y antes de la moción de censura, los naranjas aparecían como primera fuerza política. Ahora renegarán de aquellos sondeos, pero hay otros datos más palpables. En Cataluña, donde han presumido hasta la saciedad de que ganaron las elecciones autonómicas, han acabado relegados a quinta fuerza política, tras varios meses donde la estrategia de Inés Arrimadas ha sido convertir el atril del Parlament en un bazar con banderas, fotografías y demás parafernalia. Marca Ciudadanos.

Los tres partidos de la derecha se han dividido estas elecciones, pero se han unido en sus discursos, sus estrategias y modos. Hoy, El País, uno de los periódicos que mejor ha tratado a Rivera -de ellos era la encuesta de primera fuerza política- le recuerda que con su mejor resultado no han conseguido batir al peor PP y le reprocha su “retórica” de ultraderecha que ha llevado a Ciudadanos a “un callejón sin salida”. E Iñaki Gabilondo les acusaba hoy en su análisis diario de haber abrazado “el hooliganismo de una manera absoluta y radical”.

Son detalles que cualquier votante podría detectar, pero hay más. Los periodistas también detectamos un calco entre las formas de sus gabinetes de comunicación de los partidos que es preocupante, aunque hasta ahora solo se haya denunciado en público el acoso de Vox. Pero ya se ha vuelto habitual que, ante los errores de estrategia -por decirlo de una manera benevolente- de PP y Ciudadanos, sus equipos acudiesen a matar al mensajero y acusarle de hacer “fake news”. Así, en inglés, para imitar mejor a Donald Trump, al que solo les falta copiar el peinado, si no lo han hecho ya. Sin embargo, la realidad es tenaz y, al margen de todas las mentiras que hemos oído a Pablo Casado y Rivera, resulta que hoy sabemos que quienes han usado la estrategia de la mentira, y pagada en Facebook, ha sido Ciudadanos. No hay más preguntas, señoría.