El 11 de diciembre de 1987 José Mari tenía trece años y su hermano Víctor, once. Vivían junto a sus padres y su hermana pequeña en la casa cuartel de Zaragoza y poco después de las seis de la mañana el edificio saltó por los aires por la explosión de un coche bomba colocado por ETA. En el atentado murieron 11 personas, entre ellas, sus padres y su hermana. “Yo era un niño que vivía con su familia”, relata José Mari en una frase lapidaria y que pone punto y final a la vida que ambos conocían. Los dos hermanos se quedaron completamente solos y ni su familia ni las instituciones supieron darles el amparo que necesitaban.

La familia Pino al completo en el día de la Primera Comunión de Víctor. La foto forma parte del archivo familiar de la familia

La familia Pino al completo en el día de la Primera Comunión de Víctor. (Foto del archivo familiar)

Pepa Bueno nos cuenta su historia en el libro ‘Vidas arrebatadas’, editado por Planeta. La periodista da voz a los dos hermanos, que hablan en primera persona de todo lo que vivieron, y, al mismo tiempo, hace una crónica del terrorismo ETA en España, una tragedia de la que, por fin, nos hemos liberado. Sin embargo tenemos una asignatura pendiente con las víctimas. “La verdad, la justicia y la reparación es más que celebrar un juicio y condenar a los culpables. Es más que eso y tenemos que pasar página. Afortunadamente, la democracia ha derrotado a ETA, pero para pasar página hay que haberse leído la página primero”, asegura entrevistada por ElPlural. 

"A José Mari y a Víctor los hemos dejado muy solos y vivieron una hecatombe emocional que han tardado más de 30 años en identificar"

PREGUNTA: ¿Te ha costado mucho ponerte en la piel de estas dos personas para poder contarla?
RESPUESTA: Costaba encontrar la distancia necesaria para poder hacer el relato. La historia de José Mari y Víctor tiene una carga emocional brutal y me costó encontrar el tono para narrar semejante desgarro. Los hemos dejado muy solos y vivieron una hecatombe emocional que han tardado más de 30 años en identificar. Me pareció que el relato puro y duro de cómo ellos lo vivieron, que nunca habían tenido la ocasión de contarlo, mezclado con la cronología de fondo.

Me sorprendió la naturalidad con la que me contaban cosas tremendas. Víctor se había refugiado en no tengo recuerdos y, sin embargo, José Mari había hecho durante los últimos años, ya de adulto, una introspección muy seria para tratar de encontrarse.

"Siempre había pensado que los niños estaban bien atendidos y comprobar que eso no fue así, me provocó mucho impacto"

P.: ¿Cómo llega a ti la historia de José Mari y de Víctor?
R.: La historia viene a mí, no voy yo a ella y no pude soltarla. Intentaba escribir otro libro que no acaba de arrancar. Ángeles Aguilera, la editora de Planeta, me dijo que tenía una historia buenísima, la de dos hermanos víctimas de ETA y que uno de ellos tenía ganas de contarla. Fui a conocerlos a Bilbao y del primer encuentro volví convencida de que tenía que escribir el libro. José Mari tenía muy claro que su historia tenía que saberse. Tuve la sensación de que en aquel encuentro se había quitado un tapón y estaba saliendo algo muy enterrado, muy oculto, que no conocíamos, que es la tragedia íntima, qué pasa cuando los periodistas nos vamos, los políticos se suben al coche oficial y hay que levantarse todos los días y encontrar una razón para levantarse y convivir con las pesadillas. Y detrás del tapón hay una historia de abandono que a mí me sorprendía enormemente porque eran niños cuando ocurrió. Siempre había pensado que los niños estaban bien atendidos y comprobar que eso no fue así, me provocó mucho impacto. Los dos eran críos. Tenían 13 y 11 años.

P.: ¿Cómo ha podido pasar esto?
R.: Todo el mundo tiene la sensación de que hizo todo lo que pudo en aquel momento cuando ETA empezó a matar de forma indiscriminada poniendo bombas que se llevan por delante a familias enteras y a niños. Ellos estaban solos y su desamparo es lo que me interesaba de esta historia. Tienen derecho a contar su propia historia, es su memoria, lo que no han podido contar a nadie ya que no estuvieron ni en los juicios. Bien adulto, José Mari ha ido a psiquiatras y psicólogos, pero bien adulto. Venimos de un tiempo en el que no había asistencia psicológica a las víctimas, por increíble que nos parezca. 

P.: Parece como si hubiéramos vivido en otro país diferente...
R.: ¡Verdad! Luego eso cambió, pero en la época en la que ellos se quedan huérfanos no existía de forma automática la asistencia psicológica y ellos han tenido que ir dando tumbos hasta que han identificado lo que les pasaba. A mí me dejaba de piedra porque el relato que ellos hacen de cuando hablan con un psicólogo que les dice que lo que tienen es estrés postraumático vinculado al atentado, es de la segunda década del siglo XXI.

P.: Todo esto pasó en el año 1987, que aunque hayan pasado muchos años, no son los 60 ni los 70.
R.: Sí, pero la consideración de las víctimas dio un enorme salto en los años 90, cuando empieza a haber una oposición en la calle y es cuando se produce un salto monumental. A ellos les pilla justo en los últimos coletazos de una etapa de desconcierto en el trato a las víctimas, en la que sólo estaba la Asociación de Víctimas del Terrorismo original, pero una iniciativa civil, muy al margen de las instituciones.

En el atentado de la casa cuartel de Zaragoza, Víctor y José Mari también perdieron a su hermana pequeña, además de a sus padre. (Foto del álbum familiar)

En el atentado de la casa cuartel de Zaragoza, Víctor y José Mari también perdieron a su hermana pequeña, además de a sus padre. (Foto del álbum familiar)

 

"Los supervivientes fueron testigos incómodos de las ganas que teníamos de un país que progresara, que fuera mejor y que se quitara de encima aquella pesadilla anacrónica que era ETA"

B.: ¿Crees que se ha hecho o se está haciendo reconocimiento, verdad, justicia y reparación con las víctimas de ETA?
R.: Nunca me gustó hablar de víctimas en general y con este libro lo he reforzado. Las víctimas no son un colectivo homogéneo. Yo he metido el bisturí periodístico en la vida de dos y conocemos muchas otras: Irene Villa, Miguel Ángel Blanco, Edu Madina, Ernest Lluch... Hay víctimas muy distintas por las circunstancias del atentado, por su propia situación y evolución o posición personal frente a la vida. Hemos ido tarde y durante un tiempo parecían un paisaje inevitable. Incluso el hecho de los que caían con un coche bomba o un tiro en la nuca fueran policías o militares o gobernadores pudo parecer que esas vidas importaban menos. Y cada vida es insustituible. La impresión que yo tengo es que los supervivientes fueron testigos incómodos de las ganas que teníamos de un país que progresara, que fuera mejor y que se quitara de encima aquella pesadilla anacrónica que era ETA. Estábamos en el funeral, en el recuento, pero cuando se apagaban los focos íbamos a otra cosa.

"Instrumentalizar políticamente a las víctimas, como se ha hecho, no sólo no las beneficia sino que las ha perjudicado"

P.: En los últimos años, que coinciden precisamente con los últimos estertores de la banda terrorista y su disolución, las víctimas han estado en la primera línea del debate político y algunas formaciones las han instrumentalizado, con el beneplácito de algunas víctimas, pero como tú bien acabas de decir, cada víctima es una historia y no se puede hablar en nombre de todas. ¿La utilización política de las víctimas ha añadido sufrimiento a estas personas?
R.: En la parte menos luminosa de la historia de este país, la instrumentalización de las víctimas ha existido, es verdad. Me parece una canallada, porque su dolor es suyo y la responsabilidad de la atención a esas víctimas es de todos. Me sorprendía cómo José Mari y Víctor tenían una distancia muy asqueada de esa instrumentalización de las víctimas. Víctor incluso no ha querido saber nada, ni siquiera de homenajes y cuando ha ido, ha estado muy distante. Instrumentalizar políticamente a las víctimas, como se ha hecho, no sólo no las beneficia sino que las ha perjudicado. Su dolor les pertenece a ellas y la responsabilidad es de toda la sociedad, de todos los colores. 

P.: En la reconstrucción de esta historia ¿has podido averiguar por qué los 'buenos', entre comillas, no supieron proteger a estos dos menores?
R.: Te lo decía antes, todo el mundo tenía la sensación de que hacía lo que podía. Es un conjunto de cosas, la falta de una ley que hasta el año 98 no hubo, con la ley de atención a las víctimas de Aznar y hasta el año 2011 no hubo una ley integral, que es la ley Zapatero. Por parte de las instituciones iban como tapando agujeros: una indemnización aquí... ahora cuando salga el juicio, la responsabilidad civil... Y las familias se han encontrado muy solas hasta que se organizó institucionalmente la atención a las víctimas. En su entorno más próximo, había mucho dolor y mucho desconcierto. Ponerlos en manos del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil les pareció lo mejor para su futuro. Ese colegio ayudó sobre todo a muchas mujeres que se quedaban viudas con niños pequeños porque les garantizaba una educación, una vida universitaria y un futuro para sus hijos, ya que se quedaban con una exigua pensión. Pero en el caso de José Mari y Víctor fue añadir desamparo al desamparo. En ocho meses perdieron a su padre, a su madre, a su hermana y todo su mundo conocido, que era el cuartel de Zaragoza y la familia de Talavera. Además, se perdieron a ellos mismos, porque como tenían distinta edad los separaron en el orfanato. Durante varios años ni se vieron ni se hablaron.

P.: Es inexplicable.
R.: Es una época en la que no había teléfonos móviles, donde cada uno estaba en un cuartel, con 19 años, empezando a ser guardias civiles. Ni siquiera tenían contacto. El colegio de huérfanos de la Guardia Civil, que ha hecho una buena tarea en muchos casos, en el suyo particular significó sentir que todo el mundo conocido desaparecía bajo sus pies.

P.: ¿Puede haber más José Maris y Víctor?
R.: ¡Cuántas veces me he hecho esa pregunta! No lo sé. Cerré el foco en José Mari y Víctor para poder contar su historia, que es una historia universal de desamparo. En España hay historiadores y periodistas especializados que han contado la historia del terrorismo y la de España brillantemente.

"Cuando hablo de las víctimas pienso en su vida cotidiana y no en esa imagen que nos ha quedado de actos institucionales, funerales o las políticas antiterroristas"

P.: Conocer la historia de José Mari y Víctor ¿ha cambiado tu percepción de las víctimas?
R.: Ha cambiado la mirada. Ahora inevitablemente, cuando hablo de víctimas, pienso en las noches. Las pesadillas de José Mari se han quedado tan dentro de mí... las noches de insomnio, ese bucle en el que transcurre su vida de adulto... Ahora, cuando hablo de las víctimas, y esto es lo que ha cambiado, pienso en su vida cotidiana, en su día a día y no en esa imagen que nos ha quedado a todos de actos institucionales, funerales o las políticas antiterroristas. ¿Hasta dónde llega la ola expansiva de un coche bomba? Esa fue mi reflexión más permanente mientras escribía el libro y llega hasta el presente.

P.: Y hasta el futuro.
R.: Cuando fui a conocerlos a Bilbao traté de rememorar aquella época y de repente me encuentro con dos hombres muy jóvenes, que han tenido que jubilarse antes de los cuarenta años y decidir qué hacer con el resto de su vida. No ha sido fácil tratar de encajar las piezas de ese rompecabezas sin asistencia psicológica hasta que ellos la han buscado desesperadamente. En concreto a José Mari le salvó dar con Natalia Moreno, psicóloga de la AVT, que le trató como víctima del terrorismo

P.: Aunque no se puede hablar de un final feliz en una historia tan terrible como esta, han conseguido reconducir sus vidas. ¿no?
R.: Son dos volcanes emocionales, cada uno a su manera. Están emocionados con que su historia se conozca, porque ellos no habían querido nunca reconocerse como víctimas, como un mecanismo de supervivencia, para que no condicionara sus vidas. Nunca quisieron vivir con ese estigma encima de la cabeza.

P.:¿Han leído el libro José Mari y Víctor? ¿Te han dicho algo?
R.: Mi obsesión era escribir sobre dos personas que están vivas y que no habían podido contar su historia. Sentí una enorme responsabilidad de no equivocarme, que se entendiera bien y pudiera ser comprensible para el mayor número de personas. Y sobre todo, mi compromiso con ellos, que pudieran reconocerse y lo han hecho. Están muy emocionados y ha sido para mí importantísimo.