Un día u otro, y todos esperamos y deseamos que sea mucho más pronto que tarde, esta grave pandemia que padecemos quedará definitivamente atrás. Sucederá incluso a pesar de que hasta que exista una vacuna eficaz contra el Covid-19 que esté al alcance de toda la población subsistirá la incertidumbre que provoca el riesgo de un rebrote.

A partir de entonces, cuando vivamos todos ya en esta “nueva normalidad” que se nos anuncia, nos enfrentaremos al gran desafío colectivo de nuestra reconstrucción económica y social. Porque los efectos de esta grave crisis sanitaria han sido, son y serán trágicos porque las personas contagiadas han sido muchas, sin duda demasiadas, y también han sido muchas, de nuevo sin duda demasiadas, las personas fallecidas a causa del coronavirus en nuestro país. No obstante, los efectos devastadores de esta primera gran pandemia global en España no se agotan en el terreno de lo estrictamente sanitaria, por desgracia y ello a pesar incluso de su enorme magnitud trágica. Los efectos económicos y sociales han sido, son ya y lamentablemente seguirán siendo por mucho tiempo terribles. Si no lo remediamos o paliamos, esto es sin que este maldito virus se cobre todavía muchas víctimas más.

Por esto a todos nos conviene e importa mucho que esta tan necesaria y urgente reconstrucción económica y social de nuestro país puede tener orientaciones muy distintas. Tan distintas que pueden ser también muy distantes, hasta el punto de que pueden llegar a ser incluso radicalmente opuestas.

Durante todas estas últimas semanas de vigencia del estado de alarma, una muy amplia y diversa mayoría de la ciudadanía de nuestro país ha dado una espléndida lección de responsabilidad cívica, de civismo. Es cierto que se han producido algunos incidentes, menores y en no pocas ocasiones grotescos, de incumplimiento de las normas dictadas sobre el aislamiento en nuestros domicilios, la restricción de nuestra libertad de circulación y el cumplimiento de unas pocas medidas básicas de nuestra higiene personal. Por propia convicción individual o por un más que natural y comprensible temor al contagio, la inmensa mayoría de nuestra ciudadanía ha estado a la altura de esta insólita e inesperada situación.

El tan ampliamente mayoritario civismo de la sociedad española ha tenido cada día una concreción ejemplar en los espontáneos aplausos dedicados a todo el personal sanitario, por su extraordinario comportamiento profesional durante toda esta larga crisis. Cada día, a partir de las ocho de la tarde, los aplausos a nuestros sanitarios han sonado desde nuestros balcones y nuestras ventanas, desde nuestras terrazas e incluso desde nuestras calles y nuestras plazas, en un acto cívico de reconocimiento público a todos los trabajadores de nuestra sanidad público, y por extensión también a todos los trabajadores de otros servicios esenciales.

Cuando finalmente lleguemos a la tan ansiada “nueva normalidad”, deberemos ser consecuentes con estos diarios aplausos nuestros de gratitud, homenaje y solidaridad con todos los trabajadores de nuestro servicio público de sanidad que, a pesar del gravísimo proceso de deterioro incesante al que ha sido sometido, en especial de 2008 para acá, han realizado y siguen llevando a cabo su trabajo de manera ejemplar. Un proceso de deterioro para el que se han dado como excusa o motivación razones económicas, pero que se ha basado sobre todo en unos planteamientos ideológicos, los propios del neoliberalismo rampante de nuestras derechas, fundamentalmente el PP y CDC, estos últimos años con la complicidad de ERC.

No es ninguna casualidad que las dos comunidades españolas donde se han producido mayores porcentajes de personas contagiadas y fallecidas a causa del Covid-19 sean Madrid y Cataluña, en las que más graves fueron los recortes de toda clase practicados en la sanidad pública y en otros servicios públicos esenciales, como la educación pública, las ayudas a la dependencia y otras prestaciones sociales. Sin olvidar, claro está, la precarización y privatización de las residencias geriátricas, con los escandalosos y trágicos efectos que han sucedido y siguen sucediendo en muchos de estos centros.

Tampoco es ninguna casualidad que donde se han producido menores porcentajes de víctimas de esta pandemia hayan sido comunidades gobernadas durante estos últimos años por las izquierdas, y en concreto por el PSOE, en solitario o en coalición con otras formaciones, en donde hubo siempre recortes muy inferiores, que además fueron en parte subsanados en cuanto se produjeron los primeros síntomas de la recuperación económica.

Ser consecuentes con estos aplausos implicará que cada uno de nosotros tome en conciencia y con responsabilidad sus propias decisiones cívicas a la hora de convertir estos aplausos en votos, a la hora de llevar estos aplausos a las urnas. Será una nueva y rotunda expresión colectiva de solidaridad y homenaje para con los profesionales de la sanidad públicas, pero también en defensa propia y en defensa de los intereses colectivos. Y será una expresión aún mucho más rotunda de definir y decidir hacia qué “nueva normalidad” queremos ir, si es o no la de la supremacía siempre del interés general sobre los intereses privados.