Suele decirse que “otros vendrán, que bueno te harán”. El mantra, por ejemplo, lo ha experimentado en carne propia José Luis Rodríguez Zapatero, que dejó el Gobierno casi como un repudiado por la sociedad, que le marcó con el sambenito de la crisis económica, la misma que no quiso ver hasta que ésta se limpió los pies en el felpudo de La Moncloa. Después, tras una década agazapado, llegó Mariano Rajoy de carambola, para demostrar desde el minuto cero lo acertado del refrán y también aquello de “virgencita, virgencita…”.

Sin embargo, el propio Rajoy ha puesto el listón tan bajo que parece imposible que venga nadie a lustrar su imagen, más bien al contrario. Tras la misteriosa aparición a lo caras de Bélmez de José Manuel Soria en los papeles de Panamá, a Rajoy no se le ha visto sacar su propio rostro para decir esta boca es mía. Y eso que la última noticia que tenemos de él es en Salvados, diciendo que sólo asumiría su responsabilidad cuando la corrupción alcanzase a sus ministros.

Bien es cierto que aclaró que se refería a hechos cometidos en el Gobierno, y la presencia de Soria en los dichosos papeles es de hace varios años. Pero la ristra de mentiras y pinochadas chapuceras de Soria se han producido como ministro en funciones. Nos ha tomado el pelo demasiadas veces en muy pocos días, pero, ahora mismo, Soria sigue en el machito, utilizando su cartera como parachoques en su patética huida hacia delante.

Como decíamos, mientras Rajoy sigue huyendo de la prensa, otros vienen detrás que le hacen quedar peor, y en su propio partido. El ejemplo más claro, y más reciente, es el de Cristina Cifuentes, que va camino de convertirse en la Shiva de Pozuelo, vista su afición de encarnarse en la “destructora de mundos”. Un nuevo ejemplo lo ha dado este jueves, cuando ha fulminado a Edmundo Rodríguez, el compañero de Ignacio González en su misterioso viaje a Colombia y ayudante en el aún más misterioso truco de magia de hacer desaparecer bolsas de plástico.

El equipo de Cifuentes tampoco perdió tiempo esta semana en salir a corroborar que a González le pagaba la escolta el Canal de Isabel II con el dinero de todos los madrileños. Algo muy similar a lo que ocurrió cuando se destapó que Aguirre no podría pagar la calefacción de su palacete, pero bien podría tirar de estufilla eléctrica, a la vista de que la luz también se lo pagábamos el vulgo. Entonces, los de Cifuentes no perdieron el tiempo en dar la cara para sacarle las vergüenzas a la lideresa.

En el fondo, este gusto por el gatillo fácil que ahora impera en el Palacio de Correos no deja de responder a los ajustes de cuentas internos en el PP de Madrid. Como esta noche explicará ELPLURAL.COM, Cifuentes está más cerca de transustanciarse en Gallardón que en una divinidad india aficionada a destruir universos. Del alcalde no sólo ha heredado el sillón regional, su equipo en la sombra, o a su sagaz jefa de Gabinete. También se ha quedado con sus enemigos aguirristas y su habilidad para ascender como un cohete haciendo el mismo ruido que un Toyota Prius.

Cuando Rajoy se quiera dar cuenta del chirriar de los neumáticos, Cifuentes ya le habrá pasado por encima. Hasta en la forma de atropellar se diferencia de Aguirre.