En su ensayo El extraño que llevamos dentro (Arpa, 2019), el pensador y psicólogo social Arno Gruen (1923-2015), propone un desafío ensayístico a la idea de Sigmund Freud de que los humanos presentan una tendencia innata hacia la destrucción y la violencia. Gruen defiende que las causas del odio que conducen hacia comportamientos violentos se comienzan a germinar en la infancia y, ante todo, en un desarrollo interno hacia la violencia.

Gruen parte de casos reales, basados en su experiencia como psicólogo, así como otros casos documentados, y el análisis de figuras históricas significativas como Göring, Rudolf Hedd o, sobre todo, Adolf Hitler, a quien dedica un capítulo para elaborar un acercamiento muy singular para comprender de dónde procedía ciertos elementos de su personalidad que, después, usó para transmitir, y contagiar, a casi toda una nación. En las circunstancias apropiadas, como un país afectado por una derrota y un cuestionamiento de su identidad nacional, puede resultar sencillo que germine un sentimiento deshumanizado hacia los demás. Hacia el otro. Aunque, en verdad, suponga en el fondo, según Gruen, una respuesta a un trauma adquirido en la infancia.

Para Gruen, el odio a los además se debe al odio a uno mismo. El psicólogo alemán asegura que la imposibilidad de expresar algún tipo de sentimiento de culpa, o de vergüenza, que ha sido exteriorizado de manera adecuado, deviene en el ocultamiento de una vulnerabilidad que se reprime. Un sentimiento que el ser humano, en condiciones muy particulares, puede ir desarrollando desde la misma infancia, cuando los padres, al educar al niño establecen un dominio que tiene algo de lucha de poder, de imposición.

Una educación que queda aprehendida y que puede conducir a un desarrollo vital carente de empatía hacia el otro: la visión de los demás como meras abstracciones deshumanizadas permite la posibilidad de ejercer el odio y la violencia hacia ellos, humillar y maltratar. Así, aquel dolor y rencor acaba transmitiéndose a los demás convirtiéndolos en víctimas. Una personalidad que, al final, se relaciona con la ambición y la obediencia ciega.

El extraño que llevamos dentro revierte la teoría freudiana para hablar del odio como un auto-odio, es decir, todo lo anterior se produce por un odio hacia uno mismo que, a falta de una mejor manera de expresarlo, se hace contra los demás. La vulnerabilidad que hemos aprendido desde niños conforma una identidad en cierto modo ficticia a pesar de ser conscientes de esa debilidad. Cuando atacamos a los demás, de una manera u otra, en realidad, según Gruen, lo estamos haciendo contra nosotros mismos. En el fondo, se trata de una especie de rebelión, ¿venganza?, que se siente porque en la infancia, debido esa imposición que crea dominio y jerarquiza, buscamos un amor que nos fue negado.

Gruen propone, como forma de desactivación de ese odio, llevar a cabo un mayor respeto por la maternidad, por sus necesidades con el fin de que durante la infancia ese odio que crece en el interior de los niños de manera imperceptible entonces, pero evidente después, no se desarrolle.

La propuesta de Gruen es tan arriesgada como documentada y reflexionada, pero su perspectiva resulta reveladora en diferentes aspectos tanto en los contextos históricos que presenta como adaptadas al presente. Por ejemplo, cabe quedarse con su reflexión acerca de cómo el victimismo, algo usado en la actualidad en muy diferentes esferas y con muy distintas motivaciones, puede ser, y lo es, utilizado para llegar a la conclusión de que, siendo uno una víctima, tiene toda legitimidad para actuar como quiera ante aquel que considera que lo está humillando. La creación de una identidad victimaria que oculta, en realidad, una actitud agresiva: el uso de una máscara que convierte en lícito la expresión del odio y de la violencia hacia el otro.