Cada vez  más gente, entre la que me incluyo, viene pensando que el millonario fichaje de Manolo Caro por Netflix, tras el éxito arrollador en todo el mundo que supuso su primer trabajo (La Casa de las Flores) fue un flamante error. Sus dos siguientes ficciones para la compañía se convirtieron merecidamente en un rotundo fracaso. La primera (Alguien tiene que morir) tenía un pase, más que nada por su excelente reparto encabezado por Carmen Maura y Hector Alterio. La siguiente, estrenada el año pasado (Érase una vez, pero no ya), no había cristiano que se la fumase.

El mejicano vuelve a intentarlo con Sagrada Familia, estrenada este viernes también en Netflix, un drama con tintes almodovarianos, como siempre en su filmografía, y sobre el que sobrevuelan más sombras que luces. No había necesidad de tanto misterio. Hubiera sido suficiente con mostrar sin amalgamas a esas tres madres locas, viscerales y obsesionadas con sus hijos que la protagonizan. A Sagrada Familia le sobran muchas cosas, pero sobre todo el rocambolesco thriller que rodea a su actriz principal (Najwa Nimri), y que a uno le aleja más y más de la trama conforme avanza la serie.

La serie, que ha llegado este viernes 14 de octubre a la plataforma, transita entre el misterio y el culebrón más enrevesado para contarnos las historia de Gloria (Najwa Nimri), su bebé y Aitana (Carla Campra), su au-pair, con quienes forma un aparentemente idílico núcleo familiar. Las apariencias siempre engañan, y ni Gloria ni su familia son quienes dicen ser en realidad. De hecho, ni ella se llama Gloria ni Aitana es su au-pair, sino su hija. Igual que Abel (Iván Pellicer), al que tiene recluido en un sótano para evitar que los vecinos de Fuente del Berro, el tranquilo y acomodado barrio al que se han mudado, descubran el oscuro secreto que esconden. Entre medias una Alba Flores con un personaje de los más inquietantes que haya podido realizar la fantástica actriz madrileña a lo largo de su carrera. Es todo un acierto en el reparto, así como Macarena Gómez, que una vez más interpreta a una mujer estrambótica, sangrante, sufridora y desquiciada, tal y como nos tiene tan bien acostumbrados.

La química brota sin parar en esas “madres paralelas” que conviven en medio de  mentiras, secretos, obsesiones y frustraciones. El amor entre hombres tampoco podía escapársele a Caro; la relación entre Alex García y el hijo de Gloria, Abel Pellicer, es insultantemente hermosa.

Sagrada Familia no es una serie redonda pero tampoco mala. Entre lo bueno, los desconcertantes, obsesivos y angustiosos sentimientos y conversaciones que rodean a las tres madres protagonistas, en manos de  esas tres poderosas actrices. Lo malo es que ellas mismas con frecuencia quedan diluidas por la oscura historia que rodea a Gloria, no resuelta dignamente hasta el quinto o sexto de sus ocho episodios.

La obsesión de Caro por parecerse a Pedro Almodóvar cansa: hace que sus colores, sus decorados, estilismo, músicas y todo lo demás estén regados e impregnados demasiado por los aires del director manchego. Y ya se sabe que Pedro no hay más que uno. Imitarle le puede salir a uno muy muy caro.