Este sábado, Post Malone ha ofrecido en el Estadi Olímpic de Barcelona un show a la altura de su estatus: llamaradas, fuegos artificiales y un despliegue lumínico que parecía cercano a un rodeo en un pueblo del interior de Montana. La gira The Big Ass World Tour 2025 aterrizó en España con un setlist demoledor y una escenografía que mezcla neones de bar de moteros, tipografías western y la imagen de un Posty vestido de camisa vaquera, zapatos marrones en punta y gorro cowboy, como salido del rancho Dutton en Yellowstone.
Sin embargo, la entrada no estuvo a la altura del aura de estrella mundial que es. El estadio, lejos de llenarse, evidenció algo que se puede intuir: más allá de Estados Unidos, buena parte del público sigue conectado con el Post Malone de sus inicios, el trapero que se hizo viral con White Iverson o Rockstar y no tanto con el artista de acento country en el que se ha transformado. Y quizás en ese espacio temporal una parte de su público se ha difuminado. Un Post Malone en la cuerda de lo urbano hubiera podido llenar sin problemas un estadio europeo.
La dualidad de Posty
Un adolescente Austin Richard Post decidió hacerse artsta el día que pidió a un generador de nombres que le diera el suyo como rapero: la máquina se decidió por Post Malone. Ahí nació el sueño de un chaval al que sus propios compañeros votaron como “el más probable en hacerse famoso”. Y lo cumplió: primero tocando al Guitar Hero II, luego subiendo White Iverson a internet y viendo cómo Wiz Khalifa, Mac Miller y hasta directivos de sellos lo compartían en cuestión de horas.
El propio Foreign Teck, productor del hit, recordó en una entrevista a ElPlural.com que no podía creerse que aquel chaval desgarbado con trenzas y una cerveza gigante en la mano fuera quien escondía esa voz única. Pero lo era. Posty explotó, y lo hizo desde el hip hop. De ahí, dicen, usó el género como catapulta hasta encontrar su espacio real en el country y el rock. Y esa es la tensión que se respira hoy en sus conciertos: el cruce entre quien fue y quien quiere ser, aunque siempre desde la originalidad y su marcada personalidad artística.
La noche arrancó con Texas Tea y Wow, marcando territorio entre el country y el trap. Continuó con Better Now, Hollywood’s Bleeding e I Fall Apart, uno de los grandes hits del artista y con la que el público conectó de forma pura. Después, Losers, cantada junto a Jelly Roll, que añadió un aire de Nashville en pleno Barcelona y quien previamente había sido el telonero.
Los vasos rojos de cerveza y el humo de cigarro no eran solo atrezo: Post Malone bebió, fumó y cantó con la voz rota de siempre, curtida en nicotina y alcohol. Feeling Whitney y Never Love You Again sonaron íntimas, pero lo que realmente levantó a la gente fueron las piezas que lo hicieron global: White Iverson, Rockstar (en una versión más rockera), Sunflower y Congratulations. Y fue en esas canciones, donde el público vibró de forma genuina y demostrando con qué Posty se identifican más. Sería maravilloso escuchar su lado country en un bar en la América profunda; sin embargo, en un directo en España es obvio con qué se va a vibrar más. Pese a todo, hay algo innegable: Post Malone es un artista con un aura que desborda. Sus tatuajes en la cara, la sonrisa desdentada con grills brillando bajo los focos, su camisa vaquera empapada en sudor y la forma de moverse como un búfalo en el escenario generan una imagen magnética.
Antes de despedirse, Posty dejó unas palabras que encapsulan su carrera: “Hijos de puta dijeron que solo sacaría una canción y que jamás podría hacer esto. Que nunca podría hacer un tour. Muchas gracias a vosotros, os quiero mucho. No importa lo que quieras hacer, mientras lo hagas como quieras. Nadie puede decirte cómo hacerlo. Hazlo a tu modo y lo conseguirás”.
Barcelona escuchó a un Post Malone que ya no es solo el trapero viral de hace una década ni únicamente el cowboy de Nashville: es un artista cambiante cuya evolución sigue gestándose.