Tras cerca de dos décadas creando como miembro del colectivo artístico La tristura, y colaborando con agrupaciones destacadas de las artes escénicas españolas y europeas como  La Veronal, El conde de Torrefiel o Mucha Muchacha, Celso Giménez debuta como creador en solitario del 1 al 11 de junio con Las niñas zombi, que se estrena en Centro Cultural Donde Duque.

El dramaturgo no se aleja, no obstante, de las propuestas formales y temáticas de La tristura, porque, como ya hizo aquella agrupación en CINE o Renacimiento, Giménez explora aquí nuestra historia política reciente, el peso de la herencia. Y lo hace de manera diferente a cómo abordan la desmemoria otras firmas creadoras que son, como él, parte de la generación de nietas y nietos de la guerra del 36 y la dictadura franquista: sobre el escenario, tres mujeres jóvenes ríen, bailan y tienen una historia que contar. ¿Es una historia fantástica que parece real o quizás sea una historia tan real que parece fantástica?

Se dice que la primera generación que sufre un trauma no habla de lo que les ocurrió, necesita encapsularlo. La segunda, tampoco, pues ha vivido el ‘shock’ de sus padres demasiado de cerca. Es la tercera, la generación más joven, la que puede adentrarse en la memoria de sus mayores. Es además, la última que puede hacerlo, porque la siguiente, ya estará demasiado lejos.

De alguna manera, hablas de nuevo de memoria, como ya hiciste en CINE y en Renacimiento.

Sí, estos días me estoy acordando mucho de CINE, hay algunas relaciones que ni siquiera había notado hasta no ver la pieza al completo por primera vez. Creo que las conexiones y enlaces entre los tiempos, especialmente entre los tiempos que nos parecen lejanos, es uno de los grandes temas de la creación artística. Queremos saber de dónde venimos. Es así de sencillo. Y cuando, por diferentes motivos, estos hilos se han cortado o invisibilizado, nos sentimos huérfanos. Para eso sirve el teatro y la poesía también. Al menos a mí es de lo que más me motiva. En un sentido sentimental y político.

En todos estos casos, ¿has trabajado sobre casos reales? ¿Cómo te has documentado?

En Las niñas zombi hablo de una historia familiar, sobre la que nadie conoce realmente lo que pasó. Así que lo principal ha sido hablar con diferentes miembros de esa parte de la familia. Dependiendo de a quién preguntas tiene unas certezas u otras, pero en el fondo coincidimos en que nunca será posible conocer realmente qué sucedió. Podemos saber los años que tiene nuestra corteza terrestre o cómo se construyó la Capilla Sixtina pero desconocemos nuestras historias familiares de hace apenas 80 años.

¿Cómo ha cambiado el proceso de trabajo una vez fuera de La tristura?

Hay un cambio pequeño de nombre y La tristura en lugar de aparecer como ente creador, digamos, aparece como parte de la producción. Es un pasito a un lado para poder ver con claridad dónde estoy y cómo lo siento, pero sigo acompañado de manera física y espiritual por Violeta e Itsaso que acaban de publicar su primera novela y rodar su primera película como directora, respectivamente.

Las y los nietos de la guerra del 36, ¿finalmente veis la historia como algo de fantasmas, fantástico, para imaginar todo lo que se os ha ocultado de la historia?

Aunque las nietas de la guerra civil somos muchas y es difícil aseverar nada, diría que por lo general no sabemos ni por dónde nos da el aire. En la mayoría de casos desconocemos quiénes eran realmente nuestros abuelos. Yo, de hecho, me enteré la semana pasada, y solo por estar haciendo este proyecto, de que mi abuela era sacada a pasear desnuda en el pueblo, después de hacerle tomar aceite de ricino, para que todos la vieran andando y cagándose encima sin ropa, por ser de izquierdas. Y que no la mataron porque era la hija del maestro. Es mi abuela, conviví con ella antes de que muriera, y no tenía ni idea de esto. Y obviamente es solo es un ejemplo de tantos.

¿Es la imaginación un territorio especialmente fértil para la política, para romper con esquemas habituales?

Me gusta pensar que sí. Me da la vida de hecho. Siempre hay una pequeña parte de mí que se siente culpable por no haber dedicado la vida más completamente al activismo político. Pero en el fondo lo entiendo así, creo que hay una clave en la vida de la que hablamos poco y es que solo podemos desear lo que somos capaces de imaginar. Y sin esa visión, ese deseo, la vida se nos achata.

La tristura ha trabajado habitualmente para instituciones públicas: teatros, festivales… ¿Es el apoyo público imprescindible para propuestas como las vuestras?  En este sentido, ¿qué significa para vosotras Natalia Álvarez Simó?

El trabajo de Natalia, en Canal antes y ahora en Conde Duque, está siendo un inmenso placer como espectador. Nos ha permitido ver propuestas que, de otro modo, nunca habrían llegado a la ciudad. Y como creador, es una cómplice genial. La escuela de Invierno, por ejemplo, es un proyecto que jamás existiría sin ella.

Y a la pregunta más general, 'Las Niñas Zombi' tiene 5 coproductores: Conde Duque, Festival Grec, el Noorderzon de Groningen, MA Scène Nationale de Montbéliard y el Auditorio de Tenerife. Todo estos lugares se sostienen principalmente con dinero público de sus diferentes países y regiones. Sin ellos, la obra no podría ni ser imaginada, y como hablábamos antes la imaginación es un arma muy poderosa que tenemos que ir conquistando.