En la ciudad blanca el tiempo se expande, flexible, como un fluido. La maquinaria cesa, los nombres se diluyen, no hay pasos marcados. No hay rígida cartografía, no hay lunes, no hay estaciones, no hay horas vespertinas, no hay segundos indefinidos. El tiempo es una corriente donde uno se sumerge. Los momentos saltan y nos atrapan con su latido, y jugamos con sus sabores y sus mareas. Palpamos al acecho los rincones del tiempo, cada esquirla y cada suspiro. Todo nace a nuestra mirada, con la cara lavada, sin maquillajes de cadenas de horarios. En la ciudad blanca los momentos respiran y los vivimos en su radiante desnudez. En la ciudad blanca (1983), de Alain Tanner, era la exploración de un mundo sin brújulas y con un intangible diapasón. Paul (Bruno Ganz) abandonaba el barco donde trabajaba como maquinista, desembarcaba en Lisboa, y se dejaba mecer por las olas de una deriva, la de dejarse llevar por las sensaciones, el fluir incierto. ¿Quién no ha querido romper con las coordenadas temporales determinadas por las obligaciones y las rutinas?. Esta película podría ser uno de Los sueños de Einstein (Libros del asteroide), de Alan Lightman, uno de las múltiples enfoques del tiempo, una de las diversas maneras de representar o sentir y vivir el tiempo. Lo relativo impulsa la especulación. Lo que podría ser. Pero no dejan de ser reflejos de nuestra forma de relacionarnos con la realidad, como refleja cada uno de los breves capítulos que enfocan el tiempo desde un concreto ángulo, o de una posible narrativa. Es el singular y alumbrador territorio de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. En vez de espacios, tiempos. En uno de los capítulos precisamente enfoca en el contraste que planteaba Alain Tanner en su bella obra, la colisión entre el tiempo mecánico, ese que es inflexible, predeterminado, mientras que el tiempo corporal, vital, decide las cosas sobre la marcha.

Cuando los dos tiempos se unen, la desesperación. Cuando los dos tiempos se separan, la alegría. Y es que, milagrosamente, tanto un abogado como una enfermera o un panadero pueden crear un mundo en cualquiera de los dos tiempos, pero no en ambos a la vez. Los dos tiempos son verdad, pero las verdades no son la misma.

En esta obra excepcional se plantean interrogantes sobre cómo sería (o cómo se habitaría) la realidad si el tiempo se repite de forma precisa e infinita, pero nadie lo sabe, nadie sabe que no hay futuro sino que una y otra vez vivirá esa misma circunstancia. O cómo serían las narrativas alternativas si se considera que en el tiempo hay una infinidad de mundos, y por tanto las circunstancias que vivimos pueden disponer, simultáneamente, de diferentes desarrollos. O cómo sería nuestra realidad si la vida durara lo que tarda la Tierra en culminar su rotación, con lo cual durante largos años viviríamos de día o de noche y se invertiría en nuestros últimos años, ¿cómo encajaríamos no ver ya nunca más el sol o no sentir la noche jamás? En este mundo en el que la vida humana dura un solo día, la gente atiende al tiempo como un gato que trata de distinguir un sonido en el ático. ¿Y sí fuera un mundo en que la causa y el efecto son erráticos, y por tanto el efecto podría vivirse antes que la causa?: Es un mundo de impulsos. Un mundo de sinceridad. Un mundo en el que cada palabra se dice solo para ese momento, las miradas solo tienen un significado, cada contacto se produce sin pasado ni futuro. Un mundo en el que los besos besan lo inmediato. Si se supiera de modo preciso cuándo va a ser el fin del mundo, por ejemplo en un mes, ¿cómo se viviría ese intervalo de tiempo?: Un mundo al que solo le queda un mes es un mundo igualitario. ¿Y si los espacios se confundieran con nuestros estados emocionales, es decir, si quedáramos anclados en una vivencia pretérita?: En este mundo la textura del tiempo resulta pegajosa. Hay partes de la ciudad que se quedan pegadas a ciertos momentos de la historia y no consiguen salir. Lo mismo les suceden a algunas personas concretas con respecto a algún momento de sus vidas: no consiguen librarse. ¿Y si el espacio estuviera estratificado, ya sea por alturas, y el tiempo corre más rápido cuanto más desciendes, o si como los círculos concéntricos cuando se lanza una piedra, hubiera un centro donde el tiempo se desplaza tan lentamente que colinda con lo eterno. ¿Quién no ha querido dilatar un momento hasta lo infinito?: Quienes no han llegado al mismo centro aún se mueven, pero a un paso tan lento como el de los glaciares. Cepillarse el pelo una sola vez puede llevar un año, y un beso puede durar mil. Mientras un niño recibe un abrazo, se construyen puentes enteros. Mientras se dice un adiós, las ciudades se derrumban y olvidan.

¿Quién no ha querido vivir sin recuerdos?: Es el tipo de gente que mira directamente a los ojos y da la mano con firmeza. La gente que camina con las zancadas flexibles de su juventud. La gente que ha aprendido a vivir en este mundo sin recuerdos. Si pudieras vislumbrar tu futuro ¿cómo actuarías?¿Te inclinarías cómo un junco con la corriente del viento o te esforzarías en contrariar y por tanto modificar ese futuro que consideras supuesto?¿Y si se diera la circunstancia de que no lo vislumbras?¿A quién le irá mejor en este mundo de tiempo discontinuo?¿A aquellos que han visto el futuro y viven solo una vida, a aquellos que no lo han visto y esperan para vivirla o aquellos que lo niegan y viven dos vidas? ¿Si el tiempo fuera eterno, perteneceríamos a los luego o a los ahora, a los que no se apresuran o a los que se mantienen en constante aprendizaje? Si el tiempo fuera local, y por lo tanto las velocidades del tiempo fueran distintas según las zonas, ¿nos contentaríamos, y aislaríamos, en las coordenadas conocidas, interrogaríamos a los viajeros por cómo fluye en otras zonas, o nos animaríamos a viajar lo que implicaría no regresar?: En un sitio un niño se convierte en hombre y en otro resbala una gota de lluvia por la ventana.

En ciertas realidades el tiempo es como un haz de fibras nerviosas. En cierto instante se puede producir una desconexión, un instante decisivo en el que quizá interpretamos un gesto como la respuesta que buscábamos con respecto a nuestras dudas. Un gesto que revela, o un gesto equívoco, un gesto que malinterpretamos. El tiempo se estira por unos segundos y parece que se gesta un umbral que cambia de modo radical nuestra percepción de una relación. Y quizá sea el fin de una expectativa amorosa. Quizá pensemos que no nos corresponden, y no es así. Pero la narrativa de nuestra vida varía, y nunca lo sabremos.

El tiempo puede ser visible, como los espacios, y podemos elegir la secuencia temporal. Podemos residir en un tiempo específico particularmente preciado. O quizá elijamos desplazarnos como quien más bien se derrama en un futuro que es suma de episodios pasajeros. O el tiempo no se mide, y es más bien una cualidad: El tiempo se registra como acontecimientos singulares y cruciales para cada individuo, aquellos momentos que se recuerdan como extraordinarios, el particular mapa del tiempo, el tiempo se vive en la imaginación, según cada mirada o forma de vivir la experiencia y reflexionar la propia vida con sus cambios y transformaciones. O, simplemente, puede ser un sentido.

En este mundo en el que el tiempo es un sentido como la vista o el gusto, una secuencia de episodios puede ser rápida o lenta, tenue o intensa, salada o dulce, causal o sin causa, ordenada o aleatoria, dependiente de la historia previa de quien la contempla (…) ¿Quién puede asegurar si un suceso es rápido o lento, causal o sin causa, perteneciente al pasado o al futuro?¿Quién puede decir si los sucesos ocurren en realidad?.