Federico Fellini no solo ha sido uno de los grandes directores de la historia del cine, sino también fue el creador de un universo propio e intransferible, un cineasta que radiografió la historia de su país desde su prima personal y legó varias obras maestras claves. Ahora se presenta una doble oportunidad de acercarnos a su obra: a través de la palabra, del propio Fellini y de quienes le admiraron, en La dulce visión, editado por Gallo Nero, y en el magnífico documental Qué extraño llamarse Federico, sentido homenaje de uno de sus mejores amigos, Ettore Scola y que ha estrenado en exclusiva el Canal TCM.

 

Si la vida es una fiesta, ¿por qué no vivirla como tal?, se pregunta Fellini en la película de Scola, realizada en 2013, veinte años después de su muerte y que ha estrenado en exclusiva el Canal TCM. Y es que el cineasta italiano fue uno de los mejores en entender la vida como un regalo, como esa fiesta en la que desde joven decidió vivir, creando un mundo propio. En Qué extraño llamarse Federico, Scola crea un docudrama en el que, como en gran parte del cine final de Fellini, la realidad y la ficción se confunden hasta borrar los límites, signo de la modernidad cinematográfica a la que tanto aportó Fellini. Scola, que durante años fue amigo íntimo del actor, recrea la juventud de Fellini y su encuentro con él mediante un relato de ficción en blanco y negro que combina con imágenes de archivo de todo tipo: fotografías, dibujos, imágenes de sus películas, de los rodajes… Un narrador nos amplía la información mientras los decorados de la película son mostrados evidenciando la tramoya del cine. Qué extraño llamarse Federico habla emotiva y cariñosamente de un amigo, con admiración y respeto, con una gran dosis de melancolía. A la par, acaba siendo todo un relato sobre el cine italiano desde el neorrealismo, sobre sus guionistas, sobre cómo se trabajaba. Y lo es porque Fellini estuvo ahí, ayudando primero con sus guiones, como Scola, algunos de ellos sin acreditar; después convirtiéndose en un cineasta cuyos premios eran celebrados por todos los italianos como propios.

 

 

 

 

 

Pero si algo hace hincapié Qué extraño llamarse Federico, tanto en su construcción formal como en su planteamiento narrativo, es en la reformulación de Fellini de la realidad a través de sus ojos para, a través de esa transfiguración, acabar hablando de lo real de manera muy clara. Creaba mundos y los visualizaba mediante una mirada y un estilo muy particular, creando una estética inconfundible, pero siempre partiendo de algo tangible, ya fuera pasado o presente. Ese apego a la realidad, nos recuerda Scola, se daba la mano con la capacidad fabuladora de Fellini, aunque para muchos no era más que un mentiroso, un liante para quien la vida, efectivamente, era una fiesta. Y eso que gran parte de su obra está sustentada en una mirada hacia la decadencia de la sociedad, una mirada libertina y melancólica a partes iguales.

 

 

Al final de Qué extraño llamarse Federico, el fantasma de Fellini parece huir de su propia muerte. Seguido por dos guardias que velaban por su féretro, corre por Cinettiá, abandonando el famoso Estudio 5 en el que reconstruyó ciudades y creó mundos. Mientras corre suena La passerella d’addio, uno de los temas que el gran Nino Rota compuso para Fellini, ocho y medio. Acompañamos a Fellini por Cinecittá mientras vemos atrezo de sus películas hasta que llega a un viejo carrusel al que se sube. Da vueltas y más vueltas mientras se suceden imágenes de todas las películas de Fellini en un carrusel caótico y enloquecido, pero también enigmático y fantástico, como su cine.

 

 

 

 

 

Scola ha rendido en Qué extraño llamarse Federico el mejor homenaje posible a Fellini. Porque no ha buscado el vislumbrar completamente al hombre (Tullio Kezich lo intentó y al parecer no lo logró en su biografía y es quizá el mejor trabajo al respecto sobre Fellini) sino que ha buscado su lugar en la vida de Fellini, indagando en aquello que les unía y en aquello que les diferenciaba, pero, ante todo, creando un docudrama que hace justicia a la frase con la que iniciábamos el texto: Si la vida es una fiesta, ¿por qué no vivirla como tal?

 

 

La dulce visión, editado por Gallo Nero, nos acerca a Fellini en los últimos momentos de su vida: la entrevista de Goffredo Fofi y Gianni Volpi y que supone el grosso del libro, fue realizada en abril de 1993; Fellini falleció en octubre del mismo año. La entrevista se convirtió así en una suerte de último, y magnífico, testimonio de un genio y fue utilizada, parcialmente, en diversos medios tras la muerte de Fellini, también para algunas retrospectivas que durante los dos años siguientes se sucedieron a lo largo del mundo. En la entrevista, perfectamente estructurada por temas, los entrevistadores muestran un gran conocimiento del cine del maestro italiano, al igual que este contesta como acostumbraba: siendo capaz de extenderse durante páginas o responder con un par de lacónicas frases. Hablan sobre la mentira, sobre su gran maestro, Roberto Rossellini, su amigo Pier Paolo Pasolini, Kafka y Jung, las ciudades italianas, la situación del cine en general y el italiano en particular, el catolicismo… temas todos ellos que les llevan a dar una imagen de Fellini más allá del director. Porque no hay que buscar en La dulce visión respuesta sobre el cine de Fellini, para eso quizá es mejor recurrir al Fellini por Fellini, sino dejarse llevar por su visión del cine y de la vida, por su narración, a través de las preguntas, de varias décadas de Italia.

 

 

Si películas como Casanova, Entrevista o Y la nave va, ya mostraron a un Fellini que miraba al mundo casi desesperado ante la decadencia que veía a su alrededor, en La dulce visión esa sensación se agrava, quizá porque, llegado al final de su vida, Fellini miraba a su alrededor con cierta desazón. Prevalece la alegría y la fiesta, pero hay algo en sus palabras que nos transmite esa sensación. Sin embargo, la segunda parte del libro, compuesta por declaraciones de cineastas norteamericanos extraídas del mediometraje documental Federico il Grande, hacen que esa extraña sensación se marche al leer la admiración de directores como Woody Allen, Robert Altman, Sidney Lumet, John Frankenheimer, Jim Jarmusch, Costa-Gravas o Louis Malle.

 

 

Finalmente, La dulce visión ofrece las fichas técnicas de las películas de Fellini con comentarios sobre ellas a cargo del director –procedentes de Fellini por Fellini-, de Luces de variedad a La voz de la luna, pasando por obras maestras como La strada, La dolce vita, Fellini, ocho y medio, Roma, Amarcord o Casanova, todas ellas de sobras conocidas pero no está mal volver a mencionarlas una vez más.