La poesía abre miradas, y es ahí cuando nos abre caminos. Sensación semejante es la que uno siente cuando lee la obra del poeta argentino Oliverio Girondo. Lectura que, como ejercicio de libertad, valdría la pena practicar entre cuatro parades. Esto para descubrir (o reafirmar) la dimensión revolucionaria de las palabras.

A medida que nuestra existencia se confunde con la existencia de cuanto nos rodea, se intensifica más el terror de perjudicar a algún miembro de la familia. Poco a poco, la vida se transforma en un continuo sobresalto. Los remordimientos que nos corroen la conciencia, llegan a entorpecer las funciones más impostergables del cuerpo y del espíritu…

Como si fuera una obra proveniente del azar, al abrir Espantapájaros, de Oliverio Girondo, se van a encontrar pistas, posibilidades, formas únicas de belleza. Espantapájaros, al alcance de todos, es el tercer poemario que en vida publicó Girondo. Ahora, a finales de 2022, el sello barcelonés Trampa Ediciones nos presenta esta obra en una cuidada edición ilustrada por Ximo Abadía. Y abrir este libro, que nadie lo dude, es exponerse a romper muros (si es que tal riesgo no fuera el deseo de cualquier mortal en medio de un encierro). En las páginas de este libro hay encanto por donde se le mire; en su interior todo se ha combinado para abrirnos la mirada a las posibilidades que permite la belleza.

Antes de mover un brazo, de estirar una pierna, pensamos en las consecuencias que ese gesto puede tener, para toda la parentela. Cada día que pasa nos es más difícil alimentarnos, nos es más difícil respirar, hasta que llega un momento en que no hay otra escapatoria que la de optar, y resignarnos a cometer todos los incestos, todos los asesinatos, todas las crueldades, o ser simple y humildemente, una víctima de la familia.

Cubierta 'Espantapájaros',  del poeta argentino Octavio José Oliverio

 

El poeta lo es porque convierte en belleza también los martirios de la vida cotidiana

Que nadie se llame a engaño, el poeta lo es porque convierte en belleza también los martirios de la vida cotidiana. De un horror individual o colectivo, el poeta saca belleza. Con la palabra (y la participación del lector) rompe las paredes de un mundo hostil que ha dejado de buscar salidas. La nueva edición de Espantapájaros, al alcance de todos, tiene un texto introductorio de Ramón Gómez de la Serna, quien expresa admiración por su amigo con estas palabras: “Es el hombre de más bello vivir que he encontrado; comprensivo, supervidente, eligiendo sus horas y sus comensales en la mayor independencia de la vida, verboso, imaginario, asomado a los últimos balcones”. Octavio José Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891-1967) fue una de las figuras centrales que renovó la literatura argentina de los años veinte y treinta del siglo XX. Su escritura sigue dando brillo en este tiempo de mediocres realidades virtuales, como lo suelen hacer las obras atemporales. Quizá hoy, cuando la palabra pierde sentido ante el ruido que ametralla la sensibilidad, se hace más necesario acudir a la literatura de Girondo. Y ya sabemos que a muchos les parecerá exagerado decir que “es necesario” buscar una determinada literatura. Pero, ¿acaso todo lo necesario es obligatoriamente tangible?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Para leer a Oliverio Girondo hay que saber volar, o, como mínimo, estar dispuesto a aprender que es posible elevar los pies (y las nalgas) a setenta y ocho centímetros del suelo (y más).