El escritor alemán Daniel Kehlmann es uno de los autores en lengua germánica más reputado de la actualidad. Su obra nos ha ido llegando poco a poco en diferentes editoriales. Ahora, Random House Mondador, publica F, su última novela, un paso hacia delante en su narrativa.


F es una novela de una asombrosa sencillez formal y narrativa, construida, aparentemente, también de una forma tan simple como inteligente. Y sin embargo, bajo esa sencillez encontramos un relato complejo que comienza con un padre, Arthur Friedland, llevando a sus tres hijos, Iwan y Eric, dos gemelos de una madre, y Martin, de otra, al espectáculo de un hipnotista que cambiará su vida: después de esa noche Arthur abandonará a su familia, desaparecerá y se convertirá en un escritor de éxito, escribiendo un libro, Mi nombre es Nadie, novela cuyo violento nihilismo llevará a algunos lectores a suicidarse. Kehlmann recupera a los tres hijos años después, ya adultos, cada uno en su lugar: Martin es un sacerdote obeso con dudas; Eric, un financiero a punto de arruinarse; Iwan un pinto frustrado que sin embargo pinta y trabaja en ventas de arte. Los tres viven sus vidas con el fantasma de un padre que se marchó de sus vidas y que, sin embargo, siempre ha estado presente debido a su fama nacional.



Kehlmann trabaja varios estilos, pero creando uniformidad, para cada capítulo dedicado a uno de los hermanos, pero siempre con un magnífico toque de humor negro mostrando a tres personajes que buscan sentido a sus vidas en un momento en el que, por un motivo u otro, se encuentran en un punto de inflexión. Pero ese contexto íntimo se relaciona, de manera sutil y nada enfática, con un momento, el actual, de crisis. El nihilismo de la obra de Friedland logra agitar a muchos lectores, tanto que lleva a algunos de ellos a enfrentarse a una realidad, que no son nadie. Que no son nada. En un mundo en el que la realidad, con la crisis, se ha transformado, mostrando que en muchos aspectos todo era un constructo y no algo real. Y para ello habla del fraude del arte, de la falsedad, de la, en ocasiones, poca consistencia de la idea de familia… Todo ello como una gran mentira.


Los tres hermanos, quienes además perdieron la referencia del padre, sirven a Kehlmann para hablar, en realidad, de la muerte de Dios, como metáfora, más que en sentido teológico, de un mundo sin referentes, sin nada a lo que agarrarse. Habitantes de una suerte de infierno, o de oscuridad vital, los personajes se mueven perdidos en busca de su lugar en el mundo. La habilidad del escritor para crear una realidad sombría a partir de detalles, de la propia construcción de los personajes, es magnífica, porque las ideas acaban surgiendo de la narración. Aunque algunos capítulos sean mucho más potentes que otros, el conjunto es de gran homogeneidad, creando, a pesar de los diferentes estilos y voces, un sentido unitario y complejo.


Para Kehlmann, aniquilada la posibilidad de un Dios, tan solo quedan las relaciones de los hombres para suplirla. Y si esta también falla, entonces, todo se desmorona. Pero el escritor alemán no cae en grandes dramatismos, porque esa comedia negra que es F, consigue que riamos muy a menudo. Aunque poco después la sonrisa se congela, porque, e realidad, de lo que está hablando Kehlmann es bastante serio.