Las obras de ambos autores siguen siendo fundamentales para entender a la sociedad occidental. Véase: cuando alguien tiene razón en algo, pero sabemos de la imposibilidad de llevarlo a cabo, pensamos que es quijotesco. Al otro lado de la diplomacia de aquel tiempo, William Shakespeare. La cuestión sigue siendo ser o no ser. Durante la cuarentena que vivimos, quizás, pasamos más tiempo del que quisiéramos con nosotros mismos y esta cuestión ontológica se hace incluso más pesada y difícil de responder.

Me gustaría destacar de ambos lo profano de su literatura, especialmente de Cervantes. Cervantes, al final de su obra universal, nos deja huérfanos porque logra que aceptemos a un personaje desigual, poliédrico, alejado de la perfección. Hoy en día la imperfección es conditio sine qua non para que el personaje sea creíble. Nadie es perfecto, un tipo que nos hace estallar de risa por su ingenuidad, tampoco. Me gusta mucho de Cervantes, muchísimo, que haya inventado esa comedia “de la vergüenza ajena” que ahora vemos en, por ejemplo (y valga la redundancia), Vergüenza. La serie protagonizada por Malena Alterio y Javier Gutiérrez, en este sentido, no podía ser más cervantina. Además, está ese dúo cómico en el que la figura de uno compensa la del otro. Sancho y Quijote se complementan el uno al otro remediando las carencias mutuas. Pensemos: R2D2 y C3P0; el Gordo y el Flaco; Jack Lemmon y Tony Curtis; Tip y Coll; Berto y Buenafuente… La lista, afortunadamente, es interminable.

Por otro lado está Shakespeare. Me gusta mucho la literatura shakespeariana porque es tan sacrílega con su propio tiempo como sutil. En El sueño de una noche de verano, en la primera escena, el padre quiere que su hija se case con tal; pero la hija en cuestión ama a tal otro, siendo correspondida. El argumento lo hemos visto en innumerables ocasiones… Imagínenselo en la contemporaneidad londinense de clasicismo en la corbata y zapatos a juego, piensen, por ejemplo, en la serie Sí, señor ministro. Lisandro podría seguir respondiendo algo muy parecido a: “Demetrio, vos tenéis el amor de su padre. Dejadme a mí a Hermia y casaos vos con él[1]”. Esa comedia de enredos, primero clásica, luego shakespeariana, parece haber estado siempre en nuestras vidas. Primero en el teatro, luego en la televisión y ahora en Netflix o HBO.

La cultura y la política hoy

Por otra parte, desde la política debemos pensar si hacemos lo suficiente para que la obra cervantina en particular y la cultura española en general tenga el vigor y la presencia que merecen. Admiro cómo, en Estados Unidos, el Presidente acude anualmente al Kennedy Center. Susodicho centro organiza desde 1978 una gala que honra a cinco personas de las artes escénicas. El primer presidente en no acudir a la gala desde su primera edición ha sido, cómo no, Donald Trump. A su vez, Inglaterra tiene a Shakespeare hasta en la sopa.

Aquí en España, el Instituto Cervantes se esfuerza, el Premio Cervantes es capital… Pero quizás nos falte algo de show. Si bien agradezco la solemnidad que la Corona aporta a este objeto, un poco de pop, una pequeña modernización en las formas, sería necesaria. Necesitamos celebrar nuestro arte, que es envidiable desde cualquier punto de vista, que contribuye a una imagen sanísima de nuestro país y que es un embajador sempiterno que goza de una vigencia y una salud imperecedera.

A su vez, debemos empezar a hacer políticas públicas de defensa de nuestra cultura. Los actos simbólicos para celebrar la mera comparecencia de nuestras artes en nuestra vida deben existir, pero como complemento. La implementación de susodichas políticas públicas debe pasar obligatoriamente por acercar a la población al teatro, las librerías, los cines… La tecnología nos ayudará, como siempre ha ayudado al ser humano. Quizás el fallo de las administraciones haya sido pensar en un mundo sin pantallas, imposibilitando una reacción ni mejor, ni peor, sino propia del año 2020.

Y hablando de 2020, quisiera hacer mención a nuestra contemporaneidad. Nuestro pasado es maravilloso, pero nuestro presente está siendo espectacular en cuanto a literatura se refiere. Sigue habiendo una creatividad desbordante. Sigue habiendo imaginación para crear una poesía que, bajo mi punto de vista, se basa cada vez más en la riqueza de las imágenes poéticas. Quizás podamos tener un debate a este respecto, les invito a participar. A su vez, nuestra narrativa también está en una gran forma, aunque a este respecto no me atrevo a lanzar una característica que esté marcando nuestro tiempo. Con la dramaturgia me sucede algo parecido. Quizás esa heterogeneidad sea la característica que busco, quién sabe. Les invito también a este interesantísimo debate. En cuanto al ensayo me sucede justo lo contrario: tengo cada vez más claro que el posmodernismo ha ganado definitivamente la partida con voces innegablemente inteligentes.

En este Día del Libro sin Ferias, sin firmas, ni dedicatorias, les deseo que lean y luego lo cuenten. Quisiera que hablásemos de nuestra cultura en general y de nuestra literatura en particular como si expandiésemos un evangelio pagano. Nadie nos ha representado –ni nos representa- mejor. De hecho, no sería la primera vez que miro por la ventana y pienso en Segismundo, encerrado en La vida es sueño. O, volviendo al nombre que me trae hoy aquí, cada vez que miro por la ventana veo la playa de Barcelona: el deseo de lo imposible, el destino al que en este 23 de abril nadie debe de llegar: la calle.

Feliz Día del Libro.

Fernando Camacho es secretario de Cultura de las Juventudes Socialistas.