Ángela Banzas (Santiago de Compostela, 1982), la finalista del Premio Planeta 2025, no parece una persona aficionada a los focos. Lo suyo es contar historias a través de la escritura, una “necesidad” que la ayuda a entender el mundo, nos confiesa en una entrevista para ElPlural. Esos apuntes que tomaba en pequeñas libretas desde niña le sirvieron para “moldear con palabras” sus sentimientos y, sobre todo, para escucharse a sí misma. Licenciada en Ciencias Políticas y Máster en Dirección de Empresas, dejó atrás el mundo de los negocios para dedicarse a la literatura. En 2021 publicó su primera novela y ‘Cuando el viento hable’, con la que ha sido finalista del Planeta, es ya su quinta novela. En todas ellas, su Galicia natal juega un papel importante, al igual que la maternidad, los secretos familiares y la memoria.
‘Cuando el viento hable’, sin embargo, es la más personal de todas, ya que parte de una experiencia personal, el paso de la autora por un hospital cuando tenía 7 años, aquejada de una peritonitis y descubrió una “terrible verdad: que los niños se podían morir”. “Vivir aquello me marcó y me enseñó a valorar todo de otra manera”.
Una novela ambientada en la posguerra
La novela nos traslada a 1939 y comienza en un cementerio, en una noche llena de sombras, la de los difuntos. Esa atmósfera pervive a lo largo de toda la novela, en contraste con la luz de su protagonista, Sofía, que transforma las experiencias más terribles en una aventura que le permite ver luz al final del túnel. El antiguo Hospital Real de Santiago de Compostela, contruido por los Reyes Católicos y hoy convertido en Parador, es el escenario principal del relato, que nos trasladará también a las aldeas del interior de Galicia y a la Costa de Morte, donde recrea una isla ficticia, la isla del fin del mundo, a la que ha dado por nombre Dídean, que en gaélico significa "refugio".
La cruz del éxito
Ángela Banzas está viviendo un momento mágico en este último mes, sin embargo, como en el caso de su protagonista, la luz nunca es completa. Le preguntamos por la demoledora crítica de 'El País', publicada en su revista cultural ‘Babelia’ coincidiendo con el día en que llega a las librerías ‘Cuando el viento hable’. Reconoce que le ha dolido enormemente y que todavía la está digiriendo, no por ser negativa, sino por su crueldad.
“Me ha parecido un comportamiento más propio de un matón de patio de instituto”, asegura, relacionando la crítica con el bullying. “Me queda mucho por hacer, tanto a nivel escritora como a nivel persona —admite—, pero tampoco puedo decir ‘no pasa nada’, porque si mis hijos estuvieran sufriendo bullying, o vieran a otro niño que lo padece, no quiero que miren a otro lado. Este tipo de comportamientos no deberíamos tolerarlos”, concluye.
Entrevista con Ángela Banzas: "Escribir siempre ha sido mi forma de entender el mundo"
P. Esta novela parte de una experiencia personal, ¿no? Cuando eras una niña, sufriste una peritonitis y te enfrentaste a una realidad muy dura: la de otros niños que no sobrevivían.
R. Efectivamente. Cuando tenía siete años estuve en el hospital y descubrí esa terrible verdad: que los niños se podían morir. Había niños que llevaban encerrados toda su vida; tuve una compañera que me inspiró mucho para esta historia. Recuerdo el dolor, el tener que gestionarlo, y aun así seguir siendo niños. Eso me resulta especialmente doloroso incluso ahora, como adulta y madre. Pienso mucho en la suerte que tengo. La vida es como una moneda que puede darse la vuelta de repente. Aquella experiencia me marcó y me enseñó a valorar todo de otra manera.
Me duele especialmente ver niños en medio de una guerra, víctimas de una realidad desproporcionada
P. Cuando hablas de la suerte que tenemos, pienso en dos ideas que conectan con tu novela: por un lado, el sufrimiento de los niños de Gaza, y por otro, la posguerra española, una época muy oscura que, según las estadísticas, las generaciones más jóvenes están idealizando ¿Qué reflexión te merece?
R. Mientras escribía la historia también pensaba en Gaza. Me duele especialmente ver niños en medio de una guerra, víctimas de una realidad desproporcionada.
Llevo la historia a la posguerra civil porque fue una época especialmente dura de nuestra memoria colectiva. Quería trabajar el tema de la memoria, tanto a nivel individual como colectivo.
A nivel individual lo representa Sofía, la protagonista, que transita esa oscuridad y el silencio impuesto. Escucha cómo las mujeres suplican que no las violen, que no las torturen solo para saber dónde están sus familiares. Pero ella convierte ese dolor en esperanza. Su padre le enseña que lo más horrible puede transformarse en algo bello, que todo depende de cómo gestionamos lo que vivimos.
El odio es un virus terrible que convierte al diferente en un ser inferior
En lo colectivo, creo que es importante mirar nuestras heridas y cicatrices, aceptarlas y asumirlas sin alimentar lo que yo llamo una política de trincheras. En la posguerra había vencedores y vencidos, y no bastaba con vencer: había que reeducar, humillar. El odio es un virus terrible, una espantosa enfermedad que convierte al diferente en un ser inferior, en una especie de subhumano. La historia está plagada de eso. Por eso es tan importante mantener la memoria, pero no para seguir enfrentándonos, sino para entender lo que ocurrió y avanzar juntos.
P. Pero tiene que haber justicia y reparación, ¿no?
R. Claro. Pero primero hay que mirar la herida. No soy partidaria de huir. Hay que saber qué ha pasado desde todos los ángulos, desinfectar la herida y después continuar avanzando.
P. Hay una parte muy conmovedora de la historia: la de las personas que desaparecían de la noche a la mañana. Las familias solo querían recuperar los restos de sus seres queridos para poder enterrarlos, y ochenta años después seguimos igual.
R. En la novela recojo la figura de la madre que espera. Perder a un hijo es durísimo, pero no saber dónde está debe de ser insoportable. Quise reflejar esa figura porque representa parte de esa historia nuestra que aún hay que reparar. Todavía continuamos en ello. Hay que verlo con empatía, ponerse en el lugar del otro. Necesitamos rituales de cierre, ponernos en la piel de esas madres. A veces lo que nos falta como sociedad es precisamente eso: empatía.

Reescribir la historia es algo que siempre tentará a algunos (...) Me quedo con la memoria de quienes la vivieron
P. Te preguntaba antes por los jóvenes. Tú, que tienes dos hijos adolescentes o preadolescentes, ¿te preocupa la reescritura que se está haciendo del franquismo, que algunos incluso niegan como dictadura?
R. Me preocupa todo lo que implica volver a enfrentarnos, alimentar ese germen que siempre está ahí. Tenemos que elegir entre avivar esa llama o tender puentes. Yo trato de acercar, de buscar el entendimiento. No pretendo pecar de ingenua, pero prefiero tender un puente hacia el semejante y no lanzarme contra alguien porque piensa distinto.
Reescribir la historia es algo que siempre tentará a algunos. Es difícil analizarla; yo no me atrevería jamás. Me quedo con la memoria de quienes lo vivieron, con esa memoria fraccionada en pequeñas voces. Mis abuelos me contaron sus vivencias sin odio, y eso me parece fundamental. Si heredas el odio, miras al descendiente del otro con una mirada turbia. La vida es un regalo; tenemos el tiempo que tenemos y hay que verlo todo con esperanza y con nuestro propio ideal de felicidad.
Nuestra democracia tiene solo cuarenta años; con los ojos de la historia, es joven y frágil. Y es fácil alimentar el odio otra vez
P. Dices que tus abuelos sí te transmitieron su historia, algo poco común, porque muchas familias guardaron silencio.
R. Sí. Siempre he sido muy curiosa y me ha encantado preguntar a los mayores. Pero percibía miedo. Incluso ya en democracia, mi bisabuelo me decía: 'Ay, Dios mío, te van a meter en una lista'. Sentían que todo era frágil, que podía romperse en cualquier momento. Nuestra democracia tiene solo cuarenta años; con los ojos de la historia, es joven y frágil. Y es fácil alimentar el odio otra vez. Por eso creo que debemos apostar por la concordia y el acercamiento.
La novela se la dedico a esa generación que nos forjó una oportunidad
P. En la novela hay también un homenaje a los mayores, ¿crees pese a todo lo que se dijo durante y después de la pandemia, se nos han vuelto a olvidar?
R. Justamente la novela se la dedico a esa generación que nos forjó una oportunidad. Crecieron con silencios y nos entregaron la voz. Trabajaron, lucharon, renunciaron pensando en nosotros, y les debemos mucho.
La pandemia fue estremecedora. No quiero ni recordarla porque se me encoge el pecho, pero sí, se nos olvida todo muy pronto. Por eso en la novela hablo de memoria, de cicatrices y de avanzar. No se trata de vivir anclados al pasado, sino de asumirlo y respetar a quienes nos precedieron.
Debemos recuperar el respeto hacia los mayores, escucharles. Educo a mis hijos para que lo hagan. Tienen tanto que contar... Esa experiencia no se aprende en ningún libro. Me entristece ver a niños centrados en sus pantallas, perdiendo la conversación. Yo he aprendido mucho de las sobremesas familiares. Observar y escuchar son requisitos para escribir. Siempre les digo a mis hijos que hay que prestar atención no solo a tus abuelos, sino también a los abuelos de los demás. Eso nos hace fuertes como sociedad.
Para mí, escribir es una necesidad, una herramienta para moldear con palabras todo aquello que necesito encajar y para escucharme a mí misma
P. Tu primer libro lo publicaste en 2021, época de pandemia, ¿fue la escritura una especie de refugio para ti?
R. Escribo desde siempre, desde niña. Me recuerdo con pequeñas libretas escribiendo. Era mi forma de entender el mundo. Escribía poesías de dudosa calidad, supongo (ríe), pero la novela la abordé con la maternidad. Tenía muchas historias de esa generación de la posguerra y quería comparar mi maternidad con la de entonces. Cuando me sentía agotada, pensaba en aquellas mujeres que lo habían tenido mucho más difícil. Me emocionaba tanto que sentí la necesidad de escribir. Para mí, escribir es una necesidad, una herramienta para moldear con palabras todo aquello que necesito encajar y para escucharme a mí misma. En todas mis novelas hay elementos que se repiten: la fortaleza de las mujeres, la mirada feminista y la maternidad.
P. Por cierto, ¿cómo descubriste lo de la 'sangre dorada', un tipo de sangre Rh nulo, que es muy raro y lo tienen muy pocas personas en el mundo? No sabía que existía.
R. Investigando mucho. En la novela se habla de la búsqueda de un 'gen rojo', y hay una niña con leucemia. Quería que todo tuviera base científica, así que me documenté. Soy muy curiosa y acabo encontrando de todo.
Aprecio las críticas constructivas, porque tengo vocación de mejora, pero esa burla gratuita me parece destructiva y cruel
P. El día en que tu libro llegó a las librerías te desayuntaste con una crítica muy dura de 'El País', ¿cómo la estás viviendo?
R. Con mucho dolor. Me cuesta creer que alguien pueda reírse de algo tan íntimo. Esa crítica me recordó al bullying, algo contra lo que estoy muy sensibilizada como madre. Me ha parecido un comportamiento más propio de un matón de patio de instituto. Me parece algo impropio de una crítica literaria.
Aprecio las críticas constructivas, porque tengo vocación de mejora, pero esa burla gratuita me parece destructiva y cruel. Me queda mucho por hacer, tanto a nivel escritora como a nivel persona, pero tampoco puedo decir ‘no pasa nada’, porque si mis hijos estuvieran sufriendo bullying, o vieran a otro niño que lo padece, no quiero que miren a otro lado. Este tipo de comportamientos no deberíamos tolerarlos”.
Es una novela con un mensaje luminoso y esperanzador
P. ¿Qué te gustaría que el lector sintiera con tu novela?
R. Me gustaría que se emocionara, que sintiera algo profundo. Creo que vivimos un invierno emocional. Deseo que los lectores disfruten de la historia, de los personajes y de la ambientación, y que si alguno les llega al corazón, lo guarden para sí.
Es una novela con un mensaje luminoso y esperanzador. Al terminarla, quiero que el lector sienta esa sonrisa, como el beso de una madre sobre una herida. Ese es el mensaje.