En el corazón de Asturias, entre montañas, ríos y un verde que nunca se apaga, Cangas de Onís conserva una forma de vida auténtica, donde disfrutar de actividades al aire libre, visitas culturales y experiencias únicas. Aquí, la historia y la naturaleza se entrelazan en cada rincón: desde el puente romano y las calles del pueblo hasta el antiguo monasterio de San Pedro de Villanueva, hoy Parador de Cangas de Onís, integrándose como una extensión natural del paisaje y de la vida local. Famosa por ser la puerta de entrada a los Picos de Europa, este pueblo convive con el murmullo del Sella, las casas de piedra y los caminos que serpentean hasta el valle, logrando que cada rincón parezca contar su propia historia.
Adentrarse en Cangas de Onís es caminar por la historia entre montañas, ríos y memoria viva. Sus raíces se hunden en el Paleolítico, cuando los primeros cazadores plasmaron en las cuevas del Buxu, la Huelga y los Azules su particular visión del mundo. Sus grabados y pinturas, realizados hace más de 18.000 años, son el primer testimonio de un vínculo ancestral entre el ser humano y esta tierra. Más tarde llegaron los romanos y de aquel pasado permanece el icónico Puente Romano que, declarado Monumento Histórico-Artístico en 1931, se ha convertido en el guardián de la historia del pueblo.
El verdadero punto de inflexión llegó en el siglo VIII, tras la legendaria Batalla de Covadonga, donde Don Pelayo eligió Cangas de Onís como sede de la primera corte del naciente Reino de Asturias. Desde aquí comenzó la reconstrucción de un territorio que daría origen a la España medieval. Aunque la corte se trasladó más tarde a Pravia, Cangas mantuvo su papel como raíz del pueblo asturiano, símbolo de una memoria que sigue latiendo bajo sus piedras.
Y es que a pocos kilómetros del Santuario de Covadonga se alza el Parador de Cangas de Onís, ubicado en el antiguo monasterio de San Pedro de Villanueva. Fundado en el siglo VIII, este edificio histórico —con más de 1200 años de vida— combina con elegancia la huella del pasado y la serenidad del entorno, a orillas del río Sella. Sus muros guardan siglos de historia y arte, como el conjunto románico del siglo XII, formado por la iglesia y otros elementos arquitectónicos que conservan la estética medieval original, junto a la posterior remodelación visible en el claustro y la torre del campanario.
Ignacio Bosch, director del Parador de Cangas de Onís, explica que “el Parador se inauguró hace 27 años y, por lo tanto, tenemos algo de perspectiva para poder analizar la huella de aportación que ha dejado en su territorio”. Según destaca, “el flujo turístico de la comarca siempre ha sido importante por el atractivo del Parque Nacional y la Basílica de Covadonga, pero el Parador ha aportado otra tipología de cliente, respetuoso con el entorno, concienciado con la cultura local, la gastronomía y la historia”.
Cangas de Onís, con sus 6.209 habitantes, no es solo postal asturiana. Aquí, el Parador participa como pieza activa del concejo. Genera empleo, compra a productores locales, apoya a artesanos y mantiene un vínculo constante con la comunidad. Como ocurre en el 70 % de los Paradores, ubicados en municipios de menos de 35.000 habitantes, su impacto va más allá del turismo ayudando a sostener población, a mover la economía y a mantener viva la identidad del lugar.
Bosch, director del Parador, lo resume con una idea clara: "Desde su apertura, nos hemos preguntado cómo puede una empresa pública aportar valor real a su entorno rural". La respuesta no se limita a conservar patrimonio o atraer visitantes. "Además de generar riqueza y dinamizar el turismo, en los últimos años hemos impulsado programas culturales que refuerzan el atractivo de vivir aquí", añade.
Su claustro, el refectorio y la capilla de San Miguel siguen contando historias, mientras que la Biblioteca Dulce María Prida se ha convertido en un referente cultural de la comarca. Cada viernes, conferencias y encuentros reúnen a profesores, escritores y vecinos, prolongando la tradición de conocimiento que comenzó con los monjes benedictinos. “La biblioteca del Parador es un rincón único. Una clienta que se enamoró del espacio regresó desde Palma de Mallorca con el maletero lleno de libros para donarlos. Ese gesto simboliza lo que el Parador inspira", explica con orgullo el director del Parador.
Entre sus piedras también se esconden secretos. En los capiteles del ábside se descubrieron recientemente dos tallas del mítico caradrio, un ave legendaria que, según los textos medievales, podía presagiar la suerte de los enfermos.
Y fuera, en el pequeño huerto, crecen hierbas aromáticas como orégano, tomillo, albahaca y hierbabuena, que acaban en los platos de la cocina asturiana del Parador. Un gesto sencillo que resume su papel: un espacio que dialoga con su entorno y conserva la memoria en el presente.
Cangas de Onís no se anda con rodeos. Senderismo, escalada, paseos a caballo, rutas en bici, pesca, canoa, barranquismo, espeleología, quad, 4x4... y eso solo para empezar a sudar. La comarca es un parque de aventuras al aire libre con vistas de postal y alma de aldea. Pero no todo es adrenalina. El programa Naturaleza para los sentidos, impulsado por el Parador de Cangas de Onís, propone algo más pausado: experiencias que conectan con la vida rural de verdad. Nada de decorado: aquí se comparte jornada con pastores, se ve a los border collie trabajar con el ganado y se aprende cómo se elabora el queso Gamonéu en las majadas de alta montaña.
Para los que prefieren mirar en vez de trepar, hay fauna para rato: rebecos, quebrantahuesos, rapaces que surcan el cielo como si supieran que están en un documental. Y cuando el cuerpo pide silencio, los bosques de Ponga esperan con sombra, musgo y calma.
La aventura continúa también junto al mar. La costa jurásica de Ribadesella y Lastres ofrece acantilados, cuevas marinas y un máster acelerado en geología asturiana. También hay rutas como la de los Pastores o la de la Biodiversidad, que enseñan cómo se vive —y se cuida— la montaña desde dentro. Y para quienes buscan algo más aromático o sabroso, hay talleres de plantas silvestres, visitas a granjas, catas de quesos y sidras, velas botánicas y paseos que huelen a campo y a pan recién hecho.
Cangas de Onís no se acaba en el Puente Romano ni en las fotos de Covadonga. A un paso del centro, el Parque de la Casa Riera ofrece una pausa entre árboles, con el aire húmedo que traen el Sella y el Güeña. A un lado del camino, un hórreo de madera pone el acento rural. Y un pequeño puente, también de madera, conecta orillas.
Muy cerca, la Iglesia de Santa Cruz guarda secretos aún más antiguos. Construida en el 737 sobre un dolmen del 4000 a. C., es un lugar donde la fe cristiana y la memoria prehistórica comparten espacio. Allí reposan los restos del rey Favila y se custodia la historia de la Cruz de la Victoria, símbolo del Reino de Asturias. Pequeña, sobria y cargada de sentido.
La calle San Pelayo lleva hasta la Iglesia de La Asunción, vigilada por la estatua de Don Pelayo. Su campanario de tres pisos y las vidrieras del artista Casimiro Baragaña resumen bien lo que es Cangas: un pueblo que no olvida de dónde viene.
Y si hay un lugar donde todo eso se mezcla —pasado, presente y encuentro— es la Plaza del Mercado. Cada domingo, desde hace más de dos siglos, se llena de quesos, miel, manzanas y voces que saben a campo. Aunque para quienes aún quieran más, los Lagos de Covadonga, el Mirador del Fito o la Cuevona de Ribadesella completan el mapa.

La Iglesia de La Asunción, presidida por la estatua de Don Pelayo, en el corazón de Cangas de Onís
La buena mesa forma parte del carácter asturiano, y los productos de la tierra y del mar son motivo de orgullo local. Verdinas, fabes, ternera con denominación de origen, pescados recién llegados de las rulas de Ribadesella o Llanes, y quesos artesanales merecen altar propio. Aquí se cocina sin prisas, con respeto por la tradición y espacio para la creatividad. Y sí, se nota en cada bocado. Ese espíritu se sirve en el Invernadero del Sella, el corazón gastronómico del Parador. Su carta tiene acento asturiano y guiños a la cocina monástica, en homenaje al edificio que la cobija.
"El Parador no se adapta a los productos locales: se construye desde ellos", resume su director, Ignacio Bosch. Desde los desayunos —con quesos asturianos, chosco de Tineo, embutidos de caza y repostería tradicional— hasta la carta del chef Santos Vicente, todo respira Asturias bajo el sello ‘Alimentos del Paraíso’.
La bodega también tiene carácter propio. "Ofrecemos vinos asturianos con D.O.P. Cangas del Narcea y damos especial relevancia al universo de la sidra —reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad— con variedades naturales, de nueva expresión, de mesa y las innovadoras sidras de hielo", añade Bosch.
Y si hay una tradición que une gastronomía e historia, esa es la del campanu del Sella. Cuando suena la campana, el primer salmón de la temporada ya está en camino. El Parador lo celebra con un menú especial que rinde homenaje a una costumbre medieval que sigue viva —y que sabe a fiesta.

El restaurante 'Invernadero del Sella' constituye el corazón gastronómico del Parador de Cangas de Onís. PARADORES