El escritor venezolano Edgar Borges ha sido nombrado recientemente miembro del Instituto Patafísico de Granada; mérito que también han recibido autores como Umberto Eco y José María Merino, entre otros. El Institutum Pataphysicum Granatensis, fundado y dirigido por el escritor Ángel Olgoso, es dependiente e independiente del Collège de Pataphysique de París. En esta reseña, de patafísico a patafísico (con la bendición de Alfred Jarry), hablo de la nueva novela del narrador nacido en Caracas y radicado en Madrid, 'Figuras' (Trampa Ediciones, 2023).

Un autor inclasificable que descompone la realidad

Tal vez, el adjetivo que más se haya prodigado a la hora de calificar el universo literario de Edgar Borges sea el de inclasificable. Su singular manera de integrar verdad y ficción ha sido comparada con el arte de cineastas como David Lynch y Lars von Trier. En lugar de convalidar la realidad, nuestro autor propone historias que cuestionan nuestra percepción de esa realidad, con el designio de hacerla estallar en pedazos. Espacio, tiempo y memoria se descomponen en fragmentos que aspiran a configurar una verdad más compleja. Pues, según sus propias palabras"la realidad es un acto de fe".

Ahora, Borges vuelve a sorprendernos con su última novela, Figuras, publicada por el sello catalán Trampa Ediciones.  Figuras ha sido definida por el poeta visual Manuel Moranta, autor de la cubierta del libro, como una novela maravillosa entre la fábula, la fórmula matemática y la filosofía. La novela narra la historia de Enrico, un hombrecillo vestido de cartero, más acostumbrado a saltar que a caminar. Salta en todos los estilos: a zancadas, en diagonal, en zigzag, en retroceso. Es un artista del salto, «como el gimnasta que camina sin hacer ruido, o la bailarina que no halla otra forma de andar que no sea de puntillas». Sus saltos son el desafío más honesto de su existencia, su conexión con la naturaleza de las cosas, su rebeldía frente al poder y sus normas: la máxima expresión de libertad a la que puede aspirar. 

Personajes de la novela

Desde muy niño, Enrico ha sufrido crisis de perspectiva, alteraciones del eje de observación de la realidad circundante, que le impiden desplazarse como los demás seres humanos. A menudo, sus movimientos se ven obstaculizados por la repentina aparición de paredes surgidas de la nada, que tiene que saltar, bordear o atravesar. A veces se tropieza también con objetos inesperados, como un caballito de madera, una cama, una lámpara o un metrónomo. No confía en la noción absoluta de la realidad; para Enrico, todo es parte de un continuo movimiento. Pero en él hay un desfase, un desequilibrio, entre pensamiento y acción. Su tendencia a la contemplación puede convertirse en una rémora para la agilidad de sus movimientos. 

Por último, suele dibujar figuras, extrañas representaciones de las personas, cosas y experiencias que suscitan su atención, respondiendo quizá a una necesidad de ubicarse en el espacio. Como afirma una de las protagonistas del libro, son «los dibujos de las figuras abiertas». Descripción que ha sabido captar muy bien la autora de las ilustraciones interiores del libro, la artista valenciana Ana Raquel Leiva. 

En el transcurso de la narración, Enrico perderá tanto la facultad de saltar como la de dibujar.

Enrico ha sido contratado para entregar las cartas de un misterioso vecino del pueblo a su novia, una mujer joven internada en un cercano manicomio (Borges recupera esa palabra, desterrada desde hace tiempo del vocabulario psiquiátrico). Saltando sobre un sendero de casillas numeradas, entre farolas, llega hasta la puerta del manicomio. Pero allí se encuentra con la oposición de un corpulento guardián, que le cierra el paso. 

El guardián, armado de escopeta, revólver y látigo, es un estricto y puntilloso cumplidor de las normas. Y Enrico ha vulnerado las normas saltando sobre las casillas del camino. No obstante, y a su pesar, el guardián se sentirá atraído por los saltos y los dibujos de Enrico. Los rasgos definitorios de su carácter son la rabia y la violencia, aunque ha sido adiestrado para corregir a tiempo sus emociones. Es el vigilante de los espacios, pero también del tiempo. Él dicta qué día de la semana es, si lunes o domingo, dislocando así la sucesión lógica de las jornadas. Asegura recibir órdenes de un guardián superior, al que nunca llegamos a conocer. Avanzada la lectura de la novela intuimos que el guardián bien pudo ser un antiguo paciente del manicomio. 

En el curso de la narración, el guardián se convierte en el implacable antagonista de Enrico, siempre reacio a admitir la entrada del cartero saltador en el manicomio, al que accede solo durante breves minutos y bajo estrictas condiciones. Sospecha que Enrico no es más que un estúpido al servicio de un plan subversivo. Enrico acabará enfrentándose al guardián, en una batalla entre sensibilidad y violencia. El falso cartero aprenderá que solo una sensibilidad herida es capaz de matar.

Aun sin conocerla, Enrico sueña varias veces con Federica, la destinataria de las cartas. En uno de los sueños aparece calzada con sandalias romanas. 

Después de negarle varias veces la entrada en el manicomio, el guardián accede a admitirle un miércoles, día de la semana en que acude a la institución un grupo de estudiantes de psiquiatría. El miércoles por la mañana, Enrico se dirige al manicomio. En el camino se encuentra con el grupo de estudiantes de psiquiatría. Se trata de  tres hombres y dos mujeres, casi todos unos ancianos. El estudiante de mayor edad le confía un secreto: «Escrito está que solo un hijo del monstruo podrá acabar con el monstruo». El monstruo no es otro que el guardián. Una mujer ¿acaso Federica? debe sacrificarse para concebir y alumbrar al hijo que destruya al guardián y a toda la dinastía de guardianes. 

Al entrar en el manicomio, Enrico comprueba que es un espacio vacío, sin paredes ni líneas divisorias. Los internos, seis hombres jóvenes sentados en círculo, juegan a la casilla al aire libre. Solo el ganador del juego puede dormir bajo techo, en el faro, el único edificio del manicomio que merece recibir tal nombre. Los demás internos deben dormir a la intemperie, dispersos por el suelo. Federica es una privilegiada, pues según el guardián, siempre resulta ganadora en el juego, y puede dormir bajo techo.

Cuando ve por primera vez a Federica, una mujer más joven de lo que él imaginaba, Enrico piensa que tenía una belleza surgida de alguna película del neorrealismo italiano. Como en su sueño, la mujer calza sandalias romanas. El trastorno de Federica consiste en creer que en otro tiempo sabía volar. De ahí que se sienta fascinada por los saltos de Enrico y quiera aprenderlos. Cuando Enrico logra por fin entregarle las veintiuna cartas y ella abre los sobres, descubren que son folios en blanco.

El cartero saltador inventa nuevas excusas para volver al manicomio y verse a solas con Federica. Intenta enseñarla a saltar. Ella le confiesa que el peso de «cierto problema» le impedía volar. Para Federica, el salto es la resignación de quienes no pueden volar. Reconoce que la gravitación es una realidad y el vuelo, una fantasía. Cuando finalmente Federica y Enrico se abrazan, son sorprendidos por el guardián.

Nada es lo que parece

En Figuras, las personas y las cosas no son lo que parecen. Enrico tiene toda la apariencia de un cartero, pues lleva gorra, indumentaria de repartidor oficial y una bolsa repleta de cartas, pero no es un cartero profesional. En todo caso, un cartero accidental. Un vecino del pueblo, cuyo nombre ignoramos ¿acaso tiene existencia real? ha contratado supuestamente a Enrico para entregar unas cartas ¿de amor? a su novia, una mujer internada en el manicomio. Pero luego descubrimos que esa mujer, llamada Federica, no tiene novio alguno. Entonces, ¿quién envía las cartas?, ¿y para qué? Según el guardián, «esa novia es otro delirio de uno de los viejos del pueblo».  

Las cartas resultan no ser cartas, pues los sobres carecen de sobrescrito y sello postal, y su contenido son folios en blanco. No hay mensaje, o acaso se trata de un mensaje sin palabras, un mensaje oculto. 

El manicomio no es en realidad un manicomio, sino la simulación de un manicomio. Ni siquiera es un edificio propiamente dicho. Se trata más bien de un lugar abierto por tres de sus lados, presidido por una torre de vigilancia (un faro circular), donde los presuntos pacientes son torturados o destruidos, moral o físicamente. Esos pacientes apenas tienen identidad. Se les conoce por algún rasgo superficial de su apariencia física: el interno que permanece con los brazos cruzados, el que tiene cara de niño, el de aspecto vulgar y corriente, el del ojo morado, el del moratón en la cabeza, el que llevas gafas oscuras. 

Los estudiantes de psiquiatría son en realidad unos ancianos. El presunto guardián superior no existe.  

Uno de los leitmotive de Figuras es el juego, ya presente en otras novelas de Borges, como Enjambres. Enrico juega a ser cartero, sus saltos son una forma de juego, los internos juegan a la casilla, los estudiantes de psiquiatría juegan a ser estudiantes de psiquiatría. Quien no parece jugar es el implacable guardián de los espacios. El mal absoluto nunca juega.  

Otra clave de la novela es la obsesión por el salto. El personaje de Enrico recuerda a la protagonista de La niña del salto, otra novela de Borges. El salto concebido como huida del mundo adulto a la infancia, al primigenio deseo de volar. El salto como cúmulo de posibilidades. 

Una alegoría del triunfo de la sensibilidad sobre la violencia

Escrita con un lenguaje sobrio y conciso, alejado de cualquier alarde o artificio verbal, Figuras es una alegoría que escenifica el triunfo de la sensibilidad sobre la violencia y el resentimiento. ¿Cómo? transformando la rabia en dolor, y el dolor en belleza: la belleza del salto o del vuelo. La última novela de Edgar Borges es un libro que invita a sucesivas lecturas, pues una sola no basta para descifrar todas las claves de comprensión del texto. En un mercado literario dominado por la urgencia consumista, sorprende hallar un libro tan arriesgado y creativo, que siembra dudas, ofrece atisbos y deja señales para que el lector busque y descubra su propio hilo de Ariadna.

José Antonio López Nevot es escritor, catedrático de Historia del Derecho y presidente de la Academia de Buenas Letras de Granada.