De la mano del cineasta James Gray con quien ha coescrito el guión, el actor Guillaume Canet inicia su aventura americana concibiendo un consistente thriller ambientado en los años setenta. Un remake del film francés Les liens du sang, dirigido por Jacques Maillot en 2008 y protagonizado por el propio Canet, que a su vez se basaba en la novela autobiográfica Deux frères, flic et truand de Michel y Bruno Papet.

Que los tiempos estaban cambiando era algo obvio, como también que esos cambios se reflejasen en el cine. Contra el imperio de la droga (The French connection, William Friedkin, 1971) y Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971) fueron dos de esos títulos que dieron un vuelco estético y conceptual al thriller policíaco americano a comienzos de la década de los setenta. Muy lejos estaban ya los ambientes impregnados de glamour que frecuentaban aquellos elegantes gangsters del cine de los años treinta o las figuras trajeadas aunque algo menos refinadas de las tramas negras protagonizadas por los Philip Marlowe, Sam Spade y similares; como también se diluía ese aire de cierta sofisticación que empapaba el Noir de los sesenta para, hacia finales de esa misma década, dar paso a un realismo despojado de toda mitificación que ya evidenciaban títulos como A quemarropa (Point blank, John Boorman, 1967), Brigada homicida (Madigan, Don Siegel, 1968), El estrangulador de Boston (The Boston strangler, Richard Fleischer, 1968) o Bullit (Peter Yates, 1968). Porque la cámara sale a la calle y recorre escenarios tan sórdidos como reales en los que los transeúntes se convierten, casi sin advertirlo, en figurantes ocasionales.

The french connection y Harry el sucio, más allá de la acción en si misma, eran dos crudos retratos sobre las realidades y las sombras del sueño americano. Ahora los escenarios son calles grisáceas salpicadas de basura, paredes tiznadas por algún que otro graffiti, edificios abandonados, oscuros tugurios o interiores asépticos. Como los que están al margen de la ley son en su mayoría seres marginales sin futuro, delincuentes, criminales, prostitutas o camellos que sobreviven con trapicheos de poca monta en barrios degradados, aunque a veces haya por encima de ellos una organización que se lucra de sus adicciones, cuando no son atracadores, ladrones, timadores o asesinos en serie. Como los policías son individuos corrientes, con mal carácter, de aspecto desaliñado, aunque usen americana y corbata, desafiantes contra una anquilosada burocracia que les pone obstáculos y en cierto modo idealistas en cuanto a su concepción del cumplimiento de la ley, aúnque para ello recurran en ocasiones a métodos de rozan la ilegalidad. Tesituras por las que navegan también otros films como Las noches rojas de Harlem (Shaft, Gordon Parks, 1971), Malas calles (Mean streets, Martin Scorsese, 1972), Sérpico (Sidney Lumet, 1973) o Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring me the head of Alfredo García, Sam Peckinpah, 1974) por citar algunos títulos.

Y son estos precisamente los modelos que inspiran a Guillaume Canet para concebir Lazos de sangre, su cuarto largometraje como director tras mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs, 2010). Una película cuyas imágenes ponen de relieve la atracción que siente el cineasta francés por aquel cine y no solo porque su trama se desarrolla en Nueva York, sino porque está ambientada en los años setenta. Algo que, más allá de la propia puesta en escena, se enfatiza con la misma textura de la imagen y una jugosa colección de temas musicales que componen la banda sonora, algunos de ellos éxitos de finales de los sesenta y principios de los setenta como Sugar baby love de The Rubettes, Crimson and clover de Tommy James & The Shondells, Then he kissed me de The Crystals o Sunshine of your love de Cream. Porque queda patente que Canet es un apasionado de esta música, como parece tratar de acentuar con ese primer plano de la aguja de un tocadiscos con el que comienza el film y que una mano posa sobre un vinilo comenzando a sonar el tema New York groove de Ace Frehley, además de los diversos momentos en que se ponen discos a lo largo del metraje.

Sin embargo, a pesar de tan suculentos ingredientes y de la presencia de James Gray, que ha coescrito el guión además de ejercer la tareas de productor ejecutivo, emana durante el visionado de Lazos de sangre una cierta sensación de déjà vú, incluso la impresión de que parece prevalecer más el gusto de su responsable por tratar de recrear aquella época como de volver a esa manera de hacer cine que por arriesgarse a dar un paso más allá y hacer, por ejemplo, una relectura más intensa y profunda como la que llevó cabo Román Polanski del cine negro de los años treinta en Chinatown desde la perspectiva de 1974, año en el que se produjo la película y año, precisamente, en el que transcurre la trama de Lazos de sangre.

Y ese es quizá el problema de Lazos de sangre, la dicotomía existente entre el toque Canet en el terreno de la dirección y el toque Gray en la confección del libreto, ya que Lazos de sangre se sostiene sobre un consistente guión que aborda una de las temáticas habituales del propio Gray como es el entorno de la familia, las relaciones entre sus miembros, sus conflictos y sus dilemas morales. O dicho con otras palabras, que la intensidad que ofrece el material de partida, aunque esté inspirado en otro film, se diluye en su puesta en escena debido a la falta de brío en la dirección de Canet que, a pesar de que logra un buen acabado formal, navega en ocasiones por terrenos más convencionales e incluso hasta demasiado elementales, como sucede en aquella secuencia, cuando en un momento de debilidad el personaje que encarna Marión Cotillard sale a buscar droga, acción que se enfatiza precisamente con el tema Heroin de The Velvet Underground. Porque a pesar de su excelente gusto musical, Canet no logra llegar a la altura en cuanto a esa cualidad de DJ que poseen un Martin Scorsese o un Quentin Tarantino para la combinación de música e imagen.

Una dicotomía que se hace palpable enseguida, porque a más de uno le vendrá a la mente La noche es nuestra (We own the night, 2007), uno de los títulos más destacados de Gray como director y que narraba las tensiones familiares entre el protagonista interpretado Joaquin Phoenix, que regenta un club de Brooklyn frecuentado por traficantes de drogas, y su hermano y su padre, ambos miembros del cuerpo de la policía. Porque Lazos de sangre también gira en torno a una conflictiva relación entre hermanos, también situados cada uno a ambos lados de la ley, uno ex‒convicto que acaba de salir de la cárcel encarnado por Clive Owen y el otro inspector de policía a quien pone rostro Billy Crudup y quien, a pesar de la maltrecha relación que hay entre los dos, le presta toda su ayuda para que se integre en la sociedad. Y en torno a ellos las desavenencias familiares, con un padre enfermo, una hermana que trata de conciliar a unos y otros, una ex‒mujer consumidora de drogas,…

Y aún así, Lazos de sangre contiene buenos momentos, en especial los encuentros entre ambos hermanos, como también mantiene el interés hasta el final. Aunque por el camino se eche en falta un poco más de energía e intensidad emocional.