Cinco años después del magnífico díptico de Nymphomaniac (2013), Lars von Trier ha regresado con La casa de Jack, la cual sigue el modelo narrativo de aquella, con menor brillantez en su conjunto, para entregar una película que tiene tanto de comedia negra como de reflexión -y aplauso- a la destrucción obsesiva creadora, moviéndose entre lo sublime y lo ridículo, entre el realismo visual y la fantasía evocadora.

En La casa de Jack, a través de una estructura fragmentada y por capítulos, cada uno dedicado a un asesinato, sigue a Jack (Matt Dillon), un asesino en serie en los años setenta que sufre de TOC. Con un tono confesional, como en Nymphomaniac, en esta ocasión con Verge (Bruno Ganz), cuya naturaleza exacta no se reconoce en momento alguno (tampoco importa), como interlocutor, von Trier nos sumerge en un relato amoral y enfermizo pero repleto de humor negro que busca, desde el principio, interpelando al espectador, situar a este en un punto incómodo que no permite la indiferencia ante la película.

La casa de Jack, Lars von Trier

El cineasta danés propone con La casa del Jack una obra entre lo sublime y lo ridículo, moviéndose entre contradicciones, mostrando una sencillez que es mera apariencia. Porque es una película de una gran complejidad en su propio desvarío, en la que el trabajo formal y estructural pueden parecer caprichosos, pero todo está, como en todo el cine de von Trier, meticulosamente trabajado. Algo que, por cierto, desmonta en gran medida esa imagen del director de creador perturbado: su cine es muy caligráfico, formalmente recapacitado tanto en la construcción de los planos como en su montaje, por muy caótico que pueda parecer. Algo que produce que en La casa de Jack colisionen un sentido anárquico y nihilista, aquello que von Trier muestra en pantalla, y un orden y un discurso, la forma en la que muestra lo anterior. Y en ese enfrentamiento de contrarios se encuentra gran parte de la esencia de la película.

No se puede negar que hay algo exhibicionismo premeditado por parte de von Trier en La casa de Jack¸ pero es, en realidad, parte del juego; lo ha sido siempre. De hecho, en su filmografía, von Trier se ha ocupado película tras película, y a partir de diferentes formas de trabajar la imagen, de evidenciar la construcción de sus obras según iban desarrollándose. Una forma de evidenciar la ficción, sus costuras, para, a su vez, hablar y violentar la realidad de la que parte. En La casa de Jack se hace igual de evidente, pero en este caso subyace un discurso tan personal como general a la hora de poner en pantalla, con total desnudez, y en ocasiones llevando hasta el extremo las imágenes, en qué consiste la condición artística. Que use para ello a un asesino en serie, es parte del juego de soportabilidad que von Trier maneja.

La casa de Jack, Lars von Trier

El cineasta se incluye dentro de una concepción del exceso artístico y de una idea de la genialidad como estatus único frente a la mediocridad del mundo. Postura que tiene algo de ajuste de cuentas por su parte, y se hace evidente que en gran medida disfruta con ello, algo que podría anular, si se quisiera, las implicaciones de su discurso. Pero todo es parte de un gran simulacro en el que el director se sitúa en el centro, en todos los sentidos, con un abierto exhibicionismo que es, igualmente, parte de ese simulacro. Sin embargo, y a diferencia de otros autores que lo ejercen del mismo modo, von Trier no tiene problema de presentarse como creador tan magnánimo como mentiroso, como un creador consciente del trampantojo que está dando forma, aunque en el fondo, una vez más, otra contradicción, se enorgullezca de serlo.

Pero al final, La casa de Jack, resulta una de las más estimulantes propuestas de los últimos tiempos a la hora de poner en escena un relato sobre los límites (o la carencia de ellos) del creador, sobre su posición en el mundo como figura única frente a la mediocridad. Pero también, como se puede apreciar en el epílogo, una mirada sobre su inmersión en un infierno del que no tiene escapatoria. Von Trier ya había anteriormente planteado (su) posición del artista más allá del bien y del mal. Y aunque se puede cuestionar absolutamente todo en La casa de Jack, en tiempos tan convencionales y normativos, la figura de von Trier, guste o no, incomode o no, es necesaria, precisamente por esos motivos.