El antropólogo más macarra de España, Iñaki Domínguezacaba de publicar su último libro, San Vicente Ferrer 34 (Vencejo ediciones, 2024)A través de una obra de teatro, Domínguez nos narra un extracto de Macarras Interseculares en el que dibuja qué sucede en un fumadero de crack en pleno Malasaña. En un mundo en el que la gentrificación actúa como un virus en los barrios populares de Madrid, todavía conviven imágenes de dos mundos antitéticos. Como dice Jarfaiter en su álbum No Soy Nadie, "yonkis pinchándose debajo de mi kelo, al lado de pijos en terraza, mundos paralelos". 

En una conversación con ElPlural.com, Iñaki Domínguez reflexiona sobre cómo ha sido la creación de su último libro.

Pregunta (P): ¿Cómo te ganaste la confianza de un grupo de yonkis?

Respuesta (R): Hay una chica a la que llamo Niña Loca en la obra. Era amiga de un amigo mío al que estaba entrevistado también para mis investigaciones. Era adicta a la coca y, a través de ella, fuimos a un narcopiso en la calle San Vicente Ferrer. La excusa era para entrevistar, pero ella quería que la invitáramos a fumar en base.

P: Es curioso porque ellos son los autóctonos del barrio, mientras que los modernos son los que están 'invadiendolo'.

R: En Malasaña hay varios estratos de personas que ocupan el mismo espacio. Ocurre igual que en Olavide. Tiene una imagen muy pija, pero puedes ver bares sacados de una peli de Almodóvar y fruteras vendiendo cocaína. En Malasaña tienes a los votantes de Más Madrid, pero también te puedes encontrar con el Johnny, que era el portero y dueño de Nueva Visión. También con antiguos rockers. Gente así.

P: Entre restaurantes veganos todavía resisten algunos fumaderos de crack.

R: En la calle Tesoro había uno muy conocido y en el que estuve yo era en San Vicente Ferrer. Imagino que habrá más. Fue conocido en los 90 el de El Jamiro, un magrebí. Tampoco es una cosa tan clandestina, sino que son drogadictos que, simplemente, viven ahí.  Muchos han heredado la casa. Junto a ellos, también hay un camello vendiendo la droga.

P: Entras en ese piso, ¿cómo estás en ese momento?

R: Siento algo de tensión porque voy con mi amiga Mónica. Pero bueno, Niña Loca era muy maja y bastante protectora también. De hecho, uno que estaba paranoico trató de robarme la grabadora y ella fue quien me la devolvió. Tienes algo de nervios pero bueno, al final también es gente normal con la que relacionarse. Conversas con ellos y ya está.

P: Me parece muy interesante tu reflexión sobre el chivo expiatorio.

R: En el caso de las familias o la sociedad, una persona carga con los pecados de todos. Es el apestado, y él mismo internaliza esa proyección y ese rol. De esta manera, empieza a consumir más, a cometer delitos, o a hacer cosas malas, puesto que de algún modo asume lo que le ha sido adjudicado por la sociedad o por su familia. Para que absorba todos los pecados de la comunidad. Si no es muy inteligente y culto, se come esos pecados y acaba sucumbiendo y autodestruyéndose. Yo he sido un poco la oveja negra en mi familia y lo he podido comprobar de primera mano.

P: ¿Coger consciencia de eso no puede servirte como excusa y poder justificar esos comportamientos?

R: Todo lo contrario. Cuando tomas conciencia de ese rol, ya no lo quieres. Si tú haces las cosas mal, es tu problema. Si tiene que ver con la familia o la sociedad, a mí no me vais a colgar ese San Benito. Si te das cuenta de que te está pasando eso, no quieres que te mine ni la familia ni la sociedad.

P: En la obra se plasma cómo la droga es el sol de sus vidas. Todos gravitan a su alrededor.

R: Es el tema principal, sin duda. A mí me gusta preguntar sobre otras cosas. Por su vida sexual o sentimental. A mí me interesa eso, las preguntas que no son normales. Como soy antropólogo y escritor, tengo curiosidad. Busco conversaciones un poco inverosímiles

P: ¿De qué hablaban?

R: Sobre los años 80, su pasado. Les pregunté si la droga no les había bajado la lívido. Si no habían pegado el sida a nadie. Preguntas de todo tipo. Por eso me dice Antoine, el protagonista, que yo soy muy lanzadillo

P: También existe la sospecha de que tú seas un chivato.

R: Un poco. No sólo eran adictos. Algunos eran atracadores que habían pasado por la cárcel. Y a esa gente no les gustan las grabadoras. También influye la paranoia a la que induce la cocaína. Al final tuve suerte porque los que mandaban confiaban en mí.

P: Me ha hecho gracia que de fondo estaba jugando el Real Madrid

R: Perdió 0-2 contra el Levante.

P: ¿Fumaste tú también?

R: Sí, sí, lo probamos. Puedes ponerlo si quieres. A mí no me hizo mucho efecto, la verdad. Como antropólogo tienes hacer una observación participante. Y te ves obligado científicamente a participar. No entendí muy bien esa droga. Quizás, para saberlo mejor, tendría que probarlo más veces.

P: ¿Cómo era la casa?

R: Antigua. Como de los años 90. La típica casa de la abuela de un amigo de la infancia. No estaba mal del todo. Tenía varias estancias y en una estaba durmiendo el dueño de la casa, que estaba muy deteriorado. Nosotros estábamos en el salón y en otra estancia Jeff, el camello.

P: ¿Has vuelto a verles?

R: Con Antoine he quedado alguna vez. Pero he perdido su teléfono. Es un tío muy gracioso, debería ser monologuista. Es un personaje. Siempre me está pidiendo que le presente a chicas. Está salido y es seropositivo. Tiene cincuenta y pico años. El cabrón dice que se hace dos o tres pajas al día. .

P: ¿Entiendes que la gente se haya enganchado de esa manera a algo?

R: Sí, claro. Empatizo con ellos, me caen bien y me llevo con ellos. No entiendo muy bien lo de fumar cocaína ni la adicción empedernida. Yo soy hipomaniaco y la gente toma cocaína para estar como yo (ríe). La droga es un elemento autodestructivo. Como a quien le gusta jugar a la ruleta rosa y perder dinero. Es más eso que el placer que proporciona.