La memoria se desgasta, no queda gran cosa del pasado y no me importaría olvidar mucho de él, expresa el protagonista del homónimo primer relato de los relatos que componen El favor de la sirena, publicado de modo póstumo, ya que Denis Johnson falleció en el 2017. Pero a la vez no desaparece el impulso en busca de un hilo mágico, una espada mágica, o un caballo mágico. La demolición, las huellas de heridas, adversidades, inconsistencias o frustraciones, y el deseo, el impulso de acción, la mirada que no ceja de buscar, en términos handkianos. el acto de realización o el momento de la sensación verdadera. Esa paradoja, como cuerda de funambulista, palpita en la escritura de Johnson, una escritura que sabe rasgar como cuerda aguda el tuétano, lo desnuda, lo revela, lo hace sangrar, como si nos estremeciera con un despertar que nos confronta con la intemperie, o con la consciencia de ruidos y silencios que enhebran y conmocionan nuestras vidas, como los personajes destacan en sus vidas ya en la primera página de ese primer relato. Te remuerden las cosas que has hecho y te arrepientes de las cosas que no has hecho, dice en otro fragmento de El favor de la sirena, pues es un relato más que episódico, fragmentado, como las astillas de una fractura que se niega a dejarse vencer por el lamento o la amargura. Más bien, es una escritura que recuerda al boxeador aturdido que aún se resiste a caer a la lona y encaja golpe tras golpe porque espera que en el próximo asalto, aunque la sangre nuble su rostro, si logrará realizar esa finta ganadora con la que encuentre el hilo mágico, la espada mágica, el caballo mágico.

 

En otro relato, Triunfo sobre la tumba, otro personaje dice: No sé cómo interpretar el hecho de que he visto a esos mismos hombres muchas veces a lo largo de mi vida, repetidamente en sueños y a veces en la vida real -doblando una esquina de la calle, mirando por la ventanilla de un tren que pasaba o saliendo de un café en el momento justo en que yo levantaba la vista y los reconocía y luego desapareciendo por la puerta-, y eso me hace sentir que en realidad el universo de una persona es muy pequeño, no más grande que una penitenciaría del condado, una serie de celdas en las que uno se encuentra a los mismos compañeros de prisión una y otra vez. Pero aunque haya esa noción de la vida como sucesión o acumulación de celdas o prisiones, de ruidos o silencios que nos golpean y abrasan, no por ello hay que deleitarse con la desgracia, como expresa otro personaje en Bob el estrangulador: Vive en el fango y va a obligar al mundo entero a revolcarse en él. Quiere que el mundo sea consciente de que hay gente con la que la vida se ensaña, gente para quien todo es cuesta arriba y que acaba cansada, fatigada, solo quieren que la poli se los lleve a esa dulce tierra llamada cárcel y los meta en sus catres. Lo que me gustaría es que algún día viniera a un sitio como este y oyera a un par de personas decir la verdad. Es inspirador, hermano John. Es fantástico cómo los hombres y las mujeres salen de debajo de esas vidas enteras de mentiras. Se las quitan de encima y dicen Dios, buf, cuánto tiempo cargando con esa mierda. Y las cosas que cuentan. Las cosas que han hecho. La sangre por la que han nadado. Las estupideces, las oportunidades de oro, las victorias y las derrotas, todas las cosas quemadas, todos los niños aullando en las tormentas, la suerte alcanzada en el último momento, o bien todas las veces que les han dado la espalda a los corazones que han roto sin parar, o que han sido detenidos en su cumpleaños, o que se han creído muertos al despertar con el sol calentándoles la cara, o que han atravesado el país a dedo de vuelta a casa bajo la lluvia justo a tiempo para decir una cosa importante antes de que exhalara su último suspiro, o bien han llegado demasiado tarde y se lo han dicho ya a su tumba.

 

Es una escritura que parece rasgar las yemas de las retinas. Desentraña las mascaradas que nos entumecen, y hace parpadear los sentidos. Es una escritura que nos hace sentir, como ya dejaba manifiesto en su memorable primera obra publicada en España, Ángeles derrotados, o en los excepcionales relatos de Hijo de Jesus, o las admirables novelas breves Sueños de trenes o El nombre del mundo, y la espléndida extensa novela El árbol de humo, que esta mañana me ha asaltado una tristeza tan grande por lo deprisa que pasa la vida -por la distancia que ya he viajado desde que era joven, por la persistencia de los antiguos remordimientos, de los nuevos remordimientos, por la capacidad que tiene el fracaso de reinventarse de forma novedosa- que he estado a punto de estrellar el coche. Nos hace sentir que despertamos raros y desprevenidos, como el protagonista de Ángeles derrotados, como si te preguntaras qué hace la realidad ahí, o cómo te has dejado aturdir por sus golpes hasta casi perder la consciencia. Pero su escritura nunca deja de levantarse: A veces me levanto y me pongo el albornoz y salgo a la calma de nuestro vecindario en busca de un hilo mágico, de una espada mágica, de un caballo mágico.