Con todas sus virtudes y defectos, el cine de Gaspar Noé, con cada propuesta, impone al espectador una experiencia visual que, guste o no, exige algún tipo de respuesta por parte del espectador. Con su última película, Climax (2018), parece haber convocado, o casi, el aplauso unánime de la crítica allí donde se ha podido ver antes de su estreno en salas, algo que no había conseguido previamente ninguna de sus películas previas; es más, sus dos largometrajes anteriores, Enter the Void (2009) y Love (2015), apenas despertaron atención más allá de sus pasos por los festivales de turno. Sin embargo, Noé ha continuado su camino ajeno a todo, con una fe ciega en una más que personal mirada hacia el cine, con una película que puede ser una versión tan extremada como amortiguada de muchos de sus intereses estilísticos.

'Climax', Gaspar Noé

A diferencia de Love, un melodrama con escenas sexuales explícitas que resultaba del todo convencional más allá de su intersección con el porno, Noé recupera en Climax algo que había dejado patente desde sus inicios, su faltan de creencia en la narración común ni en la confección del relato alguno. Sus juegos estructurales, como el famoso de Irreversible, ponen de relieve que cualquier organización argumental, convencional o no, es algo por lo que no siente interés alguno. Noé parte de una base experimental en la que busca otras formas narrativas basadas más en la imagen y en otros elementos –como la música, caso extremo en Clímax- que produzcan unas formas expresivas basadas en lo sensorial como vehículo para transmitir no solo sensaciones, también ideas que recorren transversalmente el cine de Noé. Ante una película como Climax debemos abandonar toda postura convencional y cualquier atisbo de comodidad, no tanto para descifrar lo que vemos como para abandonarnos en su contemplación, única forma de entrar de lleno, al menos en un primer visionado, en aquello que Noé despliega en pantalla.

Climax comienza por su final, con un plano cenital sobre la nieve con una joven ensangrentada y gritando, anticipo claro en clave de género. En este caso, de terror, algo que cobrará sentido cuando la película avance. Después un televisor, con libros y cintas VHS en ambos lados, reproduce las entrevistas de unos jóvenes que participarán en una suerte de taller de baile. A continuación, ya introducidos en un espacio presidido por una enorme banda francesa, los jóvenes bailan, después, conversan entre sí. En un momento dado, perciben que alguien ha debido introducir droga alucinógena en la bebida, y la locura se extiende. En el fondo, Climax parece no contar nada, sostenerse en el capricho visual del director. Y sin embargo despliega un sinfín de ideas con cada baile, con cada movimiento; los diálogos son banales pero poseen en su interior todas las claves, o muchas de ellas, para entender lo que luego sucederá cuando los personajes, devenidos en cuerpos narrativos, dejen salir sus instintos más primarios.

'Climax', de Gaspar Noé

Climax se presenta como una narración basada en los cuerpos y su movimiento en correspondencia al de la cámara, los colores y la música, que van conformando un relato abstracto lleno de sentido en sus imágenes. A pesar de su construcción visual recapacitada, Climax posee algo primitivo en su concepto visual a la hora de ir recudiendo al plano hasta su parte final, en el que la cámara se vuelve en sí y sitúa a los cuerpos en un espacio ingrávido de formas y colores desquiciados. Porque Noé en Climax ha desarrollado un itinerario tan fascinante y apabullador que tiene sentido en su recorrido, en su aspecto lúdico visual a pesar de la crudeza de lo que muestran sus imágenes. Una mirada que, centrada en unos supuestos hechos acontecidos en los años noventa, mira en realidad a nuestro presente o, quizá, rompe cualquier atisbo de temporalidad. No se trata tanto de cuestionar/criticar el uso de las drogas, dado que surgen como detonante para despertar a unos jóvenes y que liberen unas pulsiones internas que ponen de relieve, como sucede a menudo en Noé, la complejidad de la relación entre individuos y, sobre todo, como dice uno de los carteles –muy godarianos-, “vivir es una imposibilidad colectiva”. En este sentido, es imposible no percibir Climax como un retrato certero de desorientaciones actuales, de egos liberados, de supervivencias a base de arremeter contra el otro, de preceptos culturales confusos… Y Noé lo muestra a partir de cuerpos –y de la cámara- en movimiento constante, conformando un territorio cinematográfico en el que la imagen se convierte en el vehículo del relato de una película fascinante y arrolladora en todos los sentidos pero que al final parece lanzar una pregunta sobre sí misma y sobre su naturaleza, sobre la perdurabilidad de la propuesta, sobre su real incisión en el audiovisual contemporáneo. Pero Noé continúa subvirtiendo el relato con su experimentación visual en busca de un cine puro en su narración mediante imágenes.