La punta del iceberg, primer largometraje de David Cánovas, se basa en la obra teatral homónima escrita por Antonio Tabares, y dirigida por Sergi Belbel. A partir de ella, narra la investigación que Sofía (Maribel Verdú) lleva a cabo en una sucursal de la gran compañía en la que trabaja y que se ha visto azotada por varios suicidios en poco tiempo. Durante un día, Sofía entrevistará a diferentes miembros de la empresa en busca de desvelar qué ha sucedido y escribir un informe interno al respecto.
El principal problema de la película reside en lo convencional que resulta el trabajo de Cánovas tras la cámara. No se trata, como podría parecer, de la base teatral de la que parte, de hecho, es gracias a la buena construcción e ideas de Tabares que la película se sostenga, así como por el trabajo de los actores. Es más un intento de dar forma a una narración mediante imágenes sin que éstas tengan demasiada, o ninguna, importancia, como si se asumiera que las buenas ideas del guion son más que suficientes. Una postura, por desgracia, demasiado extendida en el cine español. La punta del iceberg, salvo en momentos muy puntuales, presenta una construcción visual muy apática, rutinaria, que por fortuna, como decíamos, acaba sustentándose en un desarrollo argumental de guion y no visual. El desequilibrio ocasiona que la historia interese pero no así cómo está contada.
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De hecho, podría decirse que la película supone llevar a la pantalla, y en teoría a otro tipo de público, el planteamiento de Tabares, incidiendo más, en esto sí se percibe cierto cambio con respecto a la obra teatral, en una construcción de thriller, que aunando con el drama, nos introduce en una sucesión de entrevistas, con algunas salidas de tono a modo de secuencias de transición en forma de ‘visiones’ por parte de Sofía, que van dando forma a un entramado deshumanizado. Sí es un acierto por parte de los responsables de la película el introducir un tono frío, casi metalizado, en las imágenes, con el que contextualizan muy bien el ámbito laboral en el que se mueven los personajes y en el que apenas son más que figuras de un mundo en el que no importan nada.
El tono frío y distante que Cánovas imprime a la película se rompe con ciertas concesiones a Verdú, quien por otro lado entrega una buena interpretación, sin embargo, en ocasiones se tiene la sensación de que su presencia está por encima del personaje, cuya paulatina toma de conciencia es fundamental para el discurso de la película. Secundarios como Fernando Cayo, Carmelo Gómez o Bárbara Goenaga añaden al elenco calidad en sus papeles, consiguiendo dotar a la película de la fuerza que le ha faltado a Cánovas a la hora de llevar a cabo una puesta en escena más arriesgada, incluso, y sin dejar de ser frío y directo, más agresiva.
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En cualquier caso, un thriller laboral que tiene su fuerza en lo que plantea sobre la vida y el ritmo laboral de muchos trabajadores, sobre los sistemas empresariales y su total desprecio por las personas más allá de lo que aportan a la hora de seguir aumentando ganancias. Que se pierdan vidas por el camino, un daño colateral. Poco más.