Los dinosaurios han vuelto a invadir la gran pantalla con Jurassic World: El reino caído (2018), la quinta entrega de la franquicia sobre el mundo jurásico basada en la obra de Michael Crichton. Spielberg le ha encomendado la dirección de la película, esta vez, al catalán Juan Antonio Bayona, y éste ha conseguido, posiblemente, la mejor de sus obras hasta ahora, y probablemente uno de los mejores blockbusters de los últimos años.

Un volcán a punto explotar amenaza a los dinosaurios supervivientes en Isla Nublar. Owen (Chris Pratt) y Claire (Bryce Dallas Howard) regresan en una unidad de rescate para salvarlos, y Owen se reencuentra así con Blue, la cría de dinosaurio con la que demostró a la ciencia que la especie se podía domar incluso en sus más violentos ejemplares. La erupción le permite a Bayona trasladar la acción, trepidante y desasosegante, a un caserón fantasmal, en los que tan cómodo se encuentra, a juzgar por la frecuencia con la que ubica en ellos sus argumentos (El orfanato, Un monstruo viene a verme). El tramo de la película que se desarrolla en la casa es, sin duda, el mejor de ella. Torna, así, en un cuento gótico, una aventura de otra época que oscurece la saga de los dinosaurios con monstruos, niebla, lluvia, personajes deformes, gárgolas, abuelos, nodrizas, malos malvadísimos y escenas a lo Caperucita y el lobo.

Con unas interpretaciones y diálogos irregulares, aunque propios del género, y un espectacular despliegue visual, el director se crece manejando el terror y la tensión, consiguiendo grandes momentos, tanto en emoción como en poesía visual: estampidas, lava infernal, dinosaurios agonizantes, ataques, un monstruoso de esos animales prehistóricos amenazando con comerse a una niña huérfana…

Y bajo esta explosiva combinación, la trata de animales (¿cómo gestionar económicamente un parque temático de dinosaurios?), la guerra como motor de la historia, y las dudas por resolver sobre la manipulación genética.