Aunque no podamos verla en su formato original en 3D, se estrena "Adiós al lenguaje", la nueva película de Jean-Luc Godard, una de las apuestas visuales más arriesgadas y estimulantes de los últimos años

 

 

 

 

Entre 1988 y 1998 Jean-Luc Godard realizó una de las obras más importantes del cine contemporáneo, Histoire(s) du cinema, ensayo documental con el que el cineasta narraba el siglo XX a través de sus imágenes. Con él se abrían varios caminos en su filmografía creando una nueva etapa, una más, en su carrera. Godard, desde sus inicios a finales de los cincuenta, ha sido uno de los cineastas más relevantes de los últimos cincuenta años, influyendo en cada momento y en diferentes dispositivos y formatos, siempre atento al momento audiovisual mostrando una infatigable curiosidad por adentrarse en las imágenes de su tiempo. Y no solo movido por su condición de cineasta, también porque Godard entendió desde sus inicios la importancia de la imagen para narrar la contemporaneidad, nuestra realidad. De ahí su incesante experimentación con formatos e ideas, su tendencia al collage en el que todo tipo de imágenes (y referencias literarias y filosóficas) se aunaban creando conjuntos que superaban las categorizaciones de ficción y no ficción (o documental), atento a la historia del siglo XX en busca de narrarla a través de sus imágenes, centrándose en momentos claves sobre los que vuelve constantemente (el Holocausto y la guerra de Sarajevo, por ejemplo, como puntos de inflexión en la Historia del pasado siglo, como dos episodios terribles, inefables).

 

 

En el año 2000, y después de una década trabajando en varias ideas que en la siguiente cuajarán de manera excepcional, Godard rueda una de sus obras más importantes, el cortometraje De l’origine du XXIe siécle, realizado para la introducción del Festival de Cannes y que, grosso modo, supone un montaje de imágenes del Holocausto y sus atrocidades intercaladas con imágenes de diferentes películas, creando una dialéctica desconcertante, premeditadamente violenta en su contraste a modo de collage visual (una de las mejores definiciones de gran parte de su cine). Después vendría el largometraje Elogio del amor, en 2001 y una serie de cortos antes de rodar en 2004 Nuestra música, otra de sus grandes obras, una visión de la guerra de Saravejo y el nuevo orden geopolítico europeo en la que había tanta desolación como expectación, sentimiento que pierde en su siguiente película, rodada seis años después, en 2010, la magnífica Film Socialisme, una mirada hacia una Europa varada en un barco sin rumbo. Para Godard, la utopía ha muerto, porque la sociedad, como conjunto, ha perdido su capacidad de unión o de sociabilizar. Su mirada, antes que crítica, es melancólica.

 

 

 

 

 

Hasta ese momento, Godard se mueve en los terrenos de la llamada memoria histórica (en un término bastante más amplio y complejo que el que solemos utilizar). Pero en Adiós al lenguaje, como se señala en un momento determinado de la película, hemos pasado a otro estadio, a otro momento, que se apresura a denominar malestar histórico. Aunque persiste la mirada hacia el colectivo, Godard parece querer ir más a lo íntimo, al individuo, como si hubiera perdido la fe o el interés en lo global o bien intentara desde lo personal llegar a lo general. Si bien asistimos a varias narraciones en la película, nos interesa ahora centrarnos en la protagonizada por una extraña pareja que, en el interior de una casa, hablan, se acuestan, discuten, se observan, se evitan, se golpean, siempre desde una postura de lucha, más o menos explícita, y con un cierto sentido violento. Hay, incluso, muestras de sangre como antesala a una posible confrontación física. Ambos suelen ir desnudos, apenas tapados por una gabardina o un sombrero, dos elementos, por otro lado muy godardianos. Así, desnudos, se exponen, despojados de todo. Citan y citan aforismos, que a veces resultan reveladores, otras veces auténticas pedanterías, pero algo falla en su comunicación. Algo está muerto. El lenguaje. La comunicación. Ahora a Godard le interesa no tanto el posible fin ideológico y de la utopía como en Film Socialisme, sino que intenta ir más abajo y ahondar en esa incomunicación que nace de la pérdida del valor de las palabras, del lenguaje.

 

 

 

 

 

Rodada con diferentes cámaras, de video y, digitales, e incluso con dispositivos móviles, en Adiós al lenguaje Godard sigue indagando en las expresiones visuales del momento, aunque ahora no solo hay experimentación con el formato, también hay algo más. Su primera introducción dentro del terreno del 3D (formato que no se podrá ver en España) es a su vez una certificación de que las imágenes del momento conforman un conjunto caótico y arbitrario que quizá sea la mejor representación de nuestra realidad. Godard rompe las expectativas tanto visuales como sonoras durante todo el metraje, rueda con una libertad expresiva apenas perceptible en cineastas coetáneos, creando encuadres imposibles, abiertos, evidenciando su construcción para anular las estrategias narrativas más convencionales pero también las más experimentales. La música comienza, pero se interrumpe constantemente por sonidos de la naturaleza o simples ruidos que violentan la expectación de continuidad. Godard rompe de este modo todo atisbo de narración siguiendo las reglas más comunes y, sin embargo, con ello crea otra forma de narración, mucho más abierta, interpretativa, sin límite alguno. Y lo hace para mostrar que el lenguaje, tanto verbal como visual, aunque quizá más el segundo, como lo hemos conocido hasta ahora, se encuentra en un punto muerto. Resulta recurrente esa pantalla de plasma de televisión que proyecta cine en blanco y negro mientras la pareja languidece en su desnudez por la casa. Una pantalla abierta que parece no decir ya nada, ser solo una presencia más, casi obsoleta. Y no es que ya no tenga significado, porque lo tiene, y mucho, porque Godard no anula su importancia, pero sí el uso que tiene en la actualidad. La utilización del 3D intuimos viene a mostrar una nueva posibilidad expresiva hacia una mayor profundidad en la pantalla en caso de usarse con creatividad y no solo como mero vehículo para la espectacularidad.

 

 

 

 

 

Pero ese adiós que entona Godard viene acompañado de una clarividente apuesta por parte del cineasta que lanza abiertamente en la película. Una petición quizá. Tanto a los creadores como a los espectadores. La de volver a mirar y a crear de una forma nueva. Citando a Monet y usando un perro como metáfora de un receso hacia la mirada limpia y de un (re)descubrimiento ante aquello que nos rodea, Godard nos advierte de que todo está ahí. Siempre lo ha estado, pero se debe mirar de manera diferente para no terminar del todo con el lenguaje, con la comunicación. Y, sobre todo, para encontrar nuevas imágenes que hablen del presente, que lo narren, que ayuden al entendimiento. Cierto es que Adiós al lenguaje es, como toda la obra del siglo XXI de Godard, profundamente melancólica. Pero también que abre, como siempre, caminos. Ahí los deja, para que alguien los transite, para que el propio Godard sigue haciéndolo, porque a pesar de su edad y de su larga y prolífera carrera sigue siendo uno de los cineastas más jóvenes y abiertos de la actualidad. Su apuesta por el 3D no es, como en otros casos, un simple reclamo comercial o una búsqueda de crear un mayor espectáculo, sino una inteligente utilización del formato para ver en él sus posibilidades expresivas y estéticas. Para mostrarnos que una de las mayores crisis actuales puede que sea también que no sabemos mirar, o bien, que hemos perdido la capacidad para hacerlo. Volvamos a mirar y a crear imágenes que narren nuestro presente de un modo nuevo, libre. Solo por mostrar esto y de manera tan clarividente, Adiós al lenguaje es una de las grandes obras que hemos visto en los últimos tiempos.