La mitología de la antigua Grecia habla de una región llamada las Praderas de los asfódelos y que era lugar donde reposaban las almas tras cruzar la laguna Estigia en la barca de Caronte una vez que el muerto traspasaba el umbral del reino de Hades. El asfódelo es una planta herbácea con raíces tuberculosas que en las culturas mediterráneas se asociaba con la muerte utilizándose en los rituales fúnebres. Y sobre el asfódelo, Jeanne de Petriconi (Córcega, 1982) apunta en las notas que acompañan a la exposición: “En Córcega, el asfódelo ha cubierto durante siglos los lugares de enterramiento. Fue también alimento, planta medicinal y soporte para el fuego de las casas, con llamas vivas y duraderas. Juega además un papel central en el contexto de los ritos funerarios, dentro de la construcción ritual de la noción de mazzerismo, ligada al chamanismo. Por las noches, hombres y mujeres mazzeri de distintas regiones corsas cazan animales que representan a personas conocidas, y combaten entre sí con ramas de asfódelo en un territorio intermedio entre la realidad y el sueño. Anteriores a Homero, los mazzeri corsos intuyen en los ojos de los animales muertos la muerte de mujeres y hombres próximos, que morirán entre tres días y año después de la cacería onírica”.

Partiendo de estas premisas y teniendo como referencia Campo santo, el libro póstumo e inacabado de W. G. Sebald que recoge una serie de textos del escritor sobre su viaje a Córcega, en especial el que da título al libro, Jeanne de Petriconi concibe una sugerente instalación con dibujos y esculturas sobre el Asfódelo, su simbología y su presencia en la cultura antigua de Córcega, precisamente el lugar de nacimiento de la artista.



A propósito de su anterior exposición en Madrid, decíamos que en la obra de Jeanne de Petriconi había dos señas de identidad que siguen muy presentes en su nueva propuesta, aunque la artista ha dado un paso más allá en cuanto a su articulación. La primera de esas señas es el carácter orgánico con el que siempre ha dotado a sus esculturas y que ahora, en la presente exposición, adquiere una mayor preponderancia al ser precisamente el asfódelo el motivo principal: la pieza central es una gran escultura que representa sus raíces ocupando una esquina de la sala y que la recorre desde el ángulo del techo hasta llegar casi al suelo. Sobre la superficie yace un conjunto de flores de asfódelo que parece asemejarse a una ofrenda y en las paredes, rodeando la sala, un friso con una serie de dibujos dispuestos a lo largo de su recorrido que representan diferentes fragmentos de la planta. Fragmentos que si se juntasen y se ordenasen a modo de un puzzle formarán un gran dibujo de dicha planta en su totalidad, desde sus flores y tallo hasta sus raíces.

La segunda seña de estilo radica en su sentido arquitectónico, que aquí alcanza una nueva dimensión al utilizar el propio espacio de la galería transformándolo en una cámara funeraria, creando al mismo tiempo una enigmática atmósfera que invita al espectador a traspasar el umbral de dicho espacio y recorrerlo a modo de tránsito, de una suerte de viaje de la vida hacia la muerte y después de ésta hacia el más allá, hacia esas praderas de asfódelos donde habitan las almas que se mencionaban más arriba. Algo que además enfatiza la gran escultura de las raíces, ya que su tallo está por encima del techo, subrayando además esa sensación de estar en un espacio bajo tierra.

Aparte de esta experiencia sensorial, y también estética, Asphodèle es una exploración particular de la artista sobre sus raíces culturales en la que se plantea una serie de reflexiones que giran en torno a la vida y la muerte con esa entrada que ofrece la propia arquitectura de la galería hacia una suerte de laberinto en forma de cámara funeraria. Juan Edurardo Cirlot apunta en su imprescindible Diccionario de los símbolos: «Eliade señala que la misión esencial del laberinto era defender el centro, es decir, el acceso iniciático a la sacralidad, la inmortalidad y la realidad absoluta, siendo un equivalente de otras pruebas, como la lucha contra el dragón. De otro lado, cabe interpretar el conocimiento del laberinto como un aprendizaje del neófito respecto a la manera de entrar en los territorios de la muerte» (Siruela, 2007, pág. 274). Y esa es precisamente una de las intenciones de Jeanne de Petriconi, proporcionar una forma de iniciación al visitante. Iniciación a la muerte, pero también iniciación a la vida.

· Web de Jeanne de Petriconi
· Web de la Galería Magda Bellotti