En un momento de The Square, dos jóvenes publicitarios se dirigen a los miembros de dirección de un museo de arte contemporáneo en Suecia para proponer la realización, que finalmente ejecutarán, de un video alrededor de la exposición ‘The Square’. Los dos jóvenes expresan la necesidad, dada la deriva actual, de realizar un video de muy corta duración en cada uno de sus planos, de buscar imágenes impactantes, cuyo sentido tengan o no que ver con la exposición, para que de ese modo se convierta en viral de manera rápida. Un concepto que no puede ser más representativo de una realidad y que, finalmente, tendrá en The Square, nuevo largometraje de Ruben Östlund y Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes, su consecución en un video que, posiblemente, se encuentra entre lo más arriesgado de la película pero que, como casi todo en ella, quedará en su mínima exposición y expresión.

Östlund usa lo anterior para cuestionar, o criticar, un aspecto concreto de la sociedad actual dentro de un contexto mayor; pero a su vez, integra en la estructura de The Square esa idea de tal manera que podríamos pensar que lo hace de manera crítica, esto es, usar la película, y su construcción, para poner de relieve ese déficit de atención cada vez más acentuado en gran parte de los espectadores. Así, la película queda estructurada en la mayor parte de su metraje, a base de sketches o gags que, aunque, aunque unidos más o menos por una línea argumental, funcionan de manera autónoma. Sí, Östlund podría evidenciar con esa fragmentación que estamos ante un momento en el que importa más lo rápido e inmediato, el fuerte impacto emocional, de ahí que opte por esos breves momentos, de diferente duración, y que contienen ideas tan aisladas como parte de un supuesto conjunto. Instantes cómicos, algunos muy conseguidos, que van dando forma a un contexto apegado a lo real pero absurdo en su hipérbole.

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Pero la sensación final tras ver The Square es que Östlund ha caído precisamente en aquello que, quizá, podría querer poner en cuestión, dado que la memoria retiene gags particulares, pero se olvidan con facilidad el resto. Bien porque resultan redundantes, bien porque no tienen sentido dentro del conjunto o porque aparecen impostadas. Al final, uno consigue reírse en muchos momentos de la misma manera en que puede hacerlo viendo un video al azar de monos enseñando el culo, sketches de cualquier cómico o los memes que toquen un día cualquiera sobre cualquier cosa que toque: risas momentáneas y olvidables. Así, The Square funciona como una acumulación de sketches con contenido crítico, pero que pierden alcancen en tanto a su acumulación. En este sentido, podríamos estar tentados, una vez más, de ver la película de Östlund como una obra importante al poner en evidencia, en el plano de lo audiovisual, la creación y el consumo de imágenes pretendidamente ingeniosas pero que se suceden sin, en verdad, crear algo consistente o perdurable. La película de Östlund, posiblemente de manera involuntaria, se convierte en perfecta metáfora de lo anterior, eso sí, intentando ser una película ‘seria’ en sus ambiciones discursivas aunque use, para ello, un itinerario basado en lo absurdo cómico apelando a una inteligencia constitutiva de los sketches que va hilvanando unos seguidos de otros y que, a la larga, carecen de alcance y, sobre todo, de un verdadero riesgo a la hora de ir más allá de lo meramente planteado.

Lo anterior conlleva que The Square aparezca como una película arbitraria y, sobre todo, como una obra con la que Östlund quiere parecer profundo antes que serlo, epatar antes que invitar a una verdadera reflexión, sermonear de manera, ciertamente, moralista y vacua y, finalmente, hacerse el gracioso antes que serlo. En cierto modo, resulta crudo que el Östlund de The Square se presente, en el fondo, como esos dos jóvenes marketinianos o como tantos otros que en redes sociales o a través de videos propios buscan continuamente ser graciosos e irónicos como vehículo, en teoría, para atacar y criticar la realidad. En este sentido, The Square es el perfecto producto audiovisual de nuestro momento, dado que Östlund parece erigirse como un director de una sensibilidad actual basada en el irónico comentario de la realidad como crítica hacia ella a partir de una asumida genialidad. En otras palabras, The Square es la representación de esa cultura del lol pero con unas ambiciones intelectualizadas. Todo vale, pero nada permanece.

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Esa forma estructural y ese tono que comienza irónico y termina siendo, de forma algo escandalosa, condescendiente con aquello que quería atacar, viene además vestido con una cierta posición altiva que Östlund asume situándose en todo momento por encima tanto de personajes como de espectadores. Es posible que Östlund confíe, como esos dos jóvenes, en el poder visual y en el impacto rápido, de ahí que enlace imágenes y secuencias sin importar el ritmo ni la coherencia del todo. El problema es que, finalmente, lo que consigue, o puede hacerlo, es la total desconexión frente a una película en la que resulta tan sencillo salirse como, después, volver a entrar sin que importe en absoluto haberse perdido alguna parte.

Esa arbitrariedad conlleva que el gran peso discursivo de la película se pierda por completo, cayendo en muchos momentos, además, que rozan el ridículo debido a su carácter enfático. Atacar a las clases altas de la sociedad es verdaderamente sencillo; hacerlo construyendo un pensamiento crítico con hondura, es más complicado. Y Östlund ha optado por lo más simple (el uso y abuso de imágenes aleatorias de vagabundos, por ejemplo, acaba siendo tan irritante como pueril). De hecho, esa fragmentación acaba cuando el director decide que The Square se encamine hacia derroteros más lineales y convencionales a la par que transforme el tono de la película en mucho más grave para conducir a su personaje a una suerte de catarsis final que deviene en moralina de aprendizaje. Hasta entonces, mucha crítica de la burguesía, al arte contemporáneo, a la sociedad, en general, capitalista y contemporánea, que queda en casi nada.

Que The Square ganase la Palma de Oro puede ser algo totalmente inocuo a no ser que representa a la perfección lo que se espera, en general, de cierto cine –autoral y europeo-. Que fuese tachada de irreverente, de cine de la crueldad y de la maldad, no hace sino poner de relieve algo que, a su vez, se aprecian en las imágenes de Östlund: un nivel de puritanismo cada vez mayor, sobre todo dado el poco alcance tanto del discurso como de sus imágenes. Ahora bien, si algo positivo se puede sacar de The Square, es que nos planteemos a partir de ella acerca de qué y de cómo nos reímos. Y que en ella se expone de manera bastante evidente gran parte de la deriva social actual y de las imágenes que la representan.