
No continúo con las entrevistas. De repente me veo vomitando justo en la entrada principal de unos grandes almacenes. Son aceitunas, aceitunas a medio masticar apestosas, negras y marrones y verdosas y asquerosas. Cuando no me queda nada más que los ojos inyectados en sangre y el estómago ardiendo, comprendo por qué estaba haciendo esas entrevistas: quería ocultar el asco que le tengo a las aceitunas. Porque tengo que confesar que desde hace un tiempo su presencia y sabor repugnantes me persiguen. Están en todos lados. Podría anotar de memoria hasta cincuenta tapas, platos, postres, y hasta helados, en las que las he encontrado. La última versión, ayer mismo en uno de esos restaurantes nuevos que quieren llamar la atención con gilipolleces: estaban trituraditas impregnando una lustrosa rebanada de pan centeno, acaso el pan que más me gusta en el mundo. Su sabor a almazara antigua y revenida mató esa miga recia, ese sabor intenso y cierto, ese olor a tostado esponjoso. A partir de ahora preguntaré si puedo encontrar trazas de aceituna en todo lo que pida, incluso en el vino.
Está de moda espolvorear todo, o mezclar, con lo más barato o lo que más a mano se tiene. Ahora la aceituna parece que da el relevo al pimiento rojo. ¡Piense en donde NO ha encontrado pimiento rojo! Y mañana quien sabe que commodity alimentario nos meterán de relleno. Puestos así, hasta prefiero las salsas de bote, esos brebajes que gustan a algunas personas y siempre a los gatos golosos.
Para liberarme de semejantes redes de gladiador tramposo, en ocasiones me paso a tomar unas raciones con mi amigo Domingo a su estupenda “esquina china” llamada Yakitori, en Argüelles. Estos han copiado una docena de “raciones españolas” que no las supera nadie: tomate con ventresca, tacos de rape frito, gambas a la plancha, espaguetis con verduras… Tiene un magnífico rioja y dos ruedas correctos; en la mesa, aceite de Jaén, vinagre de Montilla y sal de Carrefour. Y están dispuestos a aprender. El miércoles pasado les di una receta que lanzó hace unos días El Comidista para que me la preparen este fin de semana que volveré. Koko, así se llama la chica, me ha llamado esta mañana: “Señor, la quinoa ser muy cara, ¿podríamos sustituirla por arroz integral egipcio, muy sabroso? “De acuerdo”. Como no lo voy a estar.
Les contaré cómo acaba todo, porque la ensalada promete: alcachofas frescas, quínoa (arroz integral egipcio), naranjas de sangre y la mano del cocinero con sus aderezos y el aliño.
Espero no continuar soñando esta semana, porque no sé en qué puerta terminaré potando. ¡Qué vergüenza!