En el edificio de lujo Embassy Gardens, en el barrio de Nine Elms, a orilla del Támesis y al sur de Londres, se encuentra la primera piscina flotante del mundo. La bautizada como Sky Pool está suspendida entre dos bloques que se encuentran a 15 metros de distancia, aunque en total la piscina de cristal mide 25 metros de largo. La instalación está acoplada a los pisos con un marco de acero que soporta hasta 145.000 litros de agua y los vientos más fuertes de Londres. Asimismo, el sustento acrílico de la piscina tiene 35 centímetros de grosor, para dar más seguridad en el momento del baño.

Ya son algunos los atrevidos, y privilegiados, que han aprovechado los primeros días de sol en la capital de Reino Unido para darse un chapuzón en la Sky Pool. Esta piscina ha provocado muchos recelos, incluso para los propios propietarios de la comunidad, ya que no todos pueden disfrutar de la experiencia de nadar en esta inmensa pecera flotante.

Solo los propietarios más adinerados tienen el derecho de subir a la última planta y poder nadar y bucear en las alturas de Londres. Eso significa que solo los que hayan comprado una vivienda por el precio aproximado de 2,2 millones dólares o paguen entre 2.500 a 9.000 dólares al mes por el alquiler pueden usar esta y otras instalaciones como el gimnasio o cine que entran dentro del recinto.

Los inquilinos que hayan aprovechado el plan de ayuda del gobierno británico para comprar solo parcialmente la vivienda, es decir, al menos el menos el 25% y el resto lo abonan en forma de alquiler, pueden disfrutar de las vistas desde su ventana, pero no darse un baño. Ni tan si quiera abonando una cantidad en el momento que deseen bañarse. Algo que ha transformado la novedad de la piscina idílica británica en un foco de críticas. 

¿De qué vale tener la primera piscina flotante del mundo si tan solo muy pocos pueden disfrutarla?