Seguro que conocemos a alguien que vive en la ciudad y continuamente afirma querer irse al campo a vivir y, posiblemente conozcamos a otra persona que vive en un pueblo y desea irse a vivir a una ciudad. Yo conozco varios casos de este tipo.

Si escuchamos sus argumentos, en un caso y en el otro, suelen comenzar por “estoy harto de…” y una retahíla de verdaderos motivos de su hartazgo.

Cuando se produce un puente y este permite marcharse de la ciudad unos días, se suele decir “escaparse al campo” o “huir de la ciudad”.

Incluso, la compra de viviendas en pequeños municipios cercanos a grandes ciudades, casas con pequeños jardines y espacio abiertos aumentó recientemente como consecuencia del confinamiento por el coronavirus.

Esto nos debería hacer pensar. Parece que consideramos que lo rural, el campo, el pueblo… es sinónimo de calidad de vida para el urbanita. Sin embargo, a nivel general y en todo el mundo, el paso del pueblo a la ciudad y el abandono de lo rural es una realidad. ¿Por qué será esto? ¿No queremos tener más y mejor calidad de vida?

Hace unos días fui invitado a intervenir en unas jornadas muy técnicas sobre calidad del aire. El nombre a principio parecía pomposo: 'Congreso Europeo de Calidad del Aire en el Medio Rural'. Se celebró este congreso en el municipio de Arenas de San Pedro en Ávila y, especialmente, trataba sobre la creación de redes, equipos y técnicas para detectar, de forma asequible en precio y tecnología, la presencia de determinados gases contaminantes que afectan al medioambiente y a la salud de las personas. Parece interesante el tema, dado que hasta ahora los equipos de medición se ubican principalmente en las grandes ciudades y en las coronas metropolitanas. Son equipos caros en sí mismos y en su mantenimiento. La opción parece acertada: se ubican los equipos donde pueda existir mayor presencia de gases contaminantes por consecuencia de la movilidad y la industria y, por ende, hay más población. El campo no lo necesita tanto, se piensa. Hay menos gente y su calidad del aire es muy alta. Es cierto en parte, dado que aunque hay menos gente viviendo en los pueblos la contaminación no hace distingos. Una cosa es donde se produce y otra a quien afecta.

El denominado ozono troposférico, por ejemplo, provocado principalmente por los vehículos y el uso de combustibles fósiles se genera en las ciudades y sus cinturones, pero se traslada hacia muchos kilómetros de estas ciudades. Así, el efecto provocado en Madrid afecta sobremanera a municipios como Alcalá de Henares que se encuentra a 48 kilómetros de distancia. En Ávila también se nota ese efecto, al igual que en todo el Valle del Jerte.

Es por casos como estos, tiene mucho sentido que se hayan organizado estas jornadas en Arenas de San Pedro. Han sido semipresenciales con ponentes de forma física y otros a través de videoconferencia. Ha sido la suma de gente que vive allí y que quiere promover este tipo de estudios con investigadores de todas partes, autoridades que han apoyado y fondos europeos que lo han facilitado. El Alcalde de Arenas afirmó: “ Agradecemos muchísimo que una institución tan grande se acuerde y tenga repercusión en lugares tan pequeños”.

Me gusta mucho que se hable de lo rural desde lo rural, y si encima es mis tierras castellanas más aún. Además de hablar en primera persona, se pudo demostrar la capacidad existente para promover proyectos que resultan innovadores para permitir facilitar que esos equipos sean más asequibles en su instalación y en su mantenimiento. I+D+i rural, ¡perfecto!.

Yo no intervine en la parte más técnica. Es más, me tocó hablar antes de que clausurase mi admirado Joaquín Araujo. Lo mejor que podía hacer era callarme y escucharle. Lo de no decir nada me pareció poco respetuoso porque muy amablemente me habían invitado y no debía hacer ese feo. Por cierto, organizado principalmente por mujeres y eso le aportó una gran organización y cuidado al detalle.

Quise intervenir para trasladar varias ideas:

Estos sistemas y tecnologías tenían que tener una utilidad y responder a la pregunta ¿para qué? Y la respuesta era sencilla: para medir la calidad del aire y poner en valor esta. Sabiendo los niveles correctos y la existencia de gases que afectan a la salud se permite tomar decisiones a nivel técnico, político y de los ciudadanos.

Me quedé en la parte de decisiones de las personas, de nosotros. Sabiendo que uno de los factores muy en positivo de lo rural es su calidad del aire, a lo que yo sumaría del ruido, de lo visual y del tiempo, deberíamos considerar que el campo o el pueblo no es un lugar de escape del “infierno” urbano. Es el pueblo otro entorno que nos suma calidad de vida y mayor esperanza de la misma entre otras ventajas. No es un tema menor. Vivir más y mejor, el sueño de casi todos.

Es por ello, que insté a comunicar y hablar sobre lo rural en positivo, no como lo contrario a la ciudad, sino por sus valores y cualidades. Por ejemplo, el Valle del Jerte y el entorno de Gredos cuenta con una de las primeras certificaciones denominadas Starlight, lo cual asegura que se pueden ver las estrellas sin contaminación lumínica y de una forma sorprendente. En Madrid no podemos, pero aquí es que se pueden ver de forma increíble. Hay varios emprendedores que han desarrollado actividades de observación y didáctica, que son de la zona, viven allí y, una vez más, suelen ser mujeres quienes lo hacen mejor. No “vendamos” que hay que ir porque en Madrid no se ven las estrellas, que es cierto, sino por lo asombroso de verlas en un entorno tan bonito y de una forma que siempre podrá recordarlo. Ocurre igual en Extremadura con el turismo de observación de aves. Atrae a multitud de turistas nacionales e internacionales que vienen en positivo, no huyen de sus ciudades. Esta actividad ha generado gran cantidad de iniciativas económicas de alojamiento, restauración y guías especializados.

Propongo avanzar en tres conceptos para esa puesta en valor de lo rural: en positivo, aunando salud y medioambiente y de la forma más didáctica que se pueda. Hay tanto que contar y sentir.

Pero más allá de esta visión idílica, las personas que viven en el mundo rural deben tener garantizados los mismos derechos que el resto de ciudadanos de España. No pueden tener una menor y dificultosa atención sanitaria porque sea más caro atenderles, los derechos no se tiene en función del coste, o no se deberían tener con esa discriminación tan injusta. Ocurre igual con la educación, la cual debe garantizarse se viva donde se viva en acceso y en calidad. Y así en gran cantidad de cuestiones como son la movilidad, la cultura, servicios sociales…

Si alguien quiere mantener que no puede ser este “derroche de derechos” porque es más caro atender a una persona mayor en un pueblo de Ávila que en Barcelona, y seguro que es así, yo le contestaría que probase a vivir sin respirar el aire que se limpia en el campo, no comiese los alimentos que se producen en estas tierras, no bebiese el agua que le llega desde montañas y zonas que deben asegurar su cuidado y tantas cosas más. Sabríamos entonces la diferencia entre caro y barato, aunque ya saben eso de que sólo un necio confunde valor y precio. El campo, lo rural y sus personas son de gran valor, ¿verdad? Igual que se afirma que no de deben poner puertas al campo, tampoco le pongamos precio.