La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la resolución 66/281 del 12 de julio de 2012, decretó el 20 de marzo, día de inicio de la primavera, como el Día Internacional de la Felicidad, con el objetivo de reconocer la relevancia de la felicidad, la armonía y el bienestar como aspiraciones universales e inherentes a la condición humana, así como la importancia de su inclusión en las políticas de los gobiernos.

Reconocer la relevancia de la felicidad, la armonía y el bienestar como aspiraciones universales e inherentes a la condición humana

Ya sabemos que no es fácil. Ya sabemos que, más que con un destino, la felicidad tiene que ver con el modo en que se recorre el camino. Y ya sabemos que el poder tirano y no democrático, el antiguo, en forma de sistemas feudales o monarquías absolutas, y el actual, en forma de neoliberalismos y monarquías modernas, supuestamente democráticas, siempre se han esmerado mucho, y lo siguen haciendo, en alejar a las sociedades y a las personas del bienestar y la felicidad; incluso, no pocas veces, de los derechos más básicos del ser humano. Puesto que sus prebendas provienen, de manera directamente proporcional, de la precariedad del pueblo. Y si hablamos de religiones ¡para qué contar!! Es su especialidad, no sólo el alejar al ser humano de la felicidad, sino el acercarle al horror, al miedo, al temor al castigo y al sentimiento de culpa. Las grandes religiones monoteístas llevan haciéndolo siglos. Práctica tienen mucha.

El Partido Popular es un ejemplo más que oportuno, si nos centramos en los ámbitos de la gestión política. La legislatura de Rajoy es un modelo del trabajo arduo e incansable en aras de empobrecer, apalear, despreciar y hacer sufrir a los ciudadanos. Su íntimo aliado, el clero, es, ya digo, gran experto en la materia. La Semana Santa es un gran paradigma a este respecto. Festividad que usurpó el cristianismo a las festividades ancestrales que celebraban el renacer de la vida y de la luz en el equinoccio de primavera; suplantando la alegría de una época del año que incita a ella, por más penas, duelos y quebrantos, que diría Don Miguel en ese maravilloso símil culinario. De tal manera que, un año más, hemos presenciado esos ritos macabros en que se sume a los adeptos en un sentir de culpa y de pena. Mitad espectáculo y mitad ritual, la Semana Santa nos volvió a dejar su impronta de apego a la irracionalidad, a la superstición, al dolor, y a la catarsis de la emocionalidad de un pueblo ignorante en la asunción de la culpa, del dolor y del miedo; y ha vuelto a hacer llorar a media España con una imaginería propia de falsas plañideras, adornada, en muchos casos, con símbolos franquistas; y, mientras tanto, miles de seres humanos que huyen de la guerra y la miseria son tratados como escoria y mercancía en una Europa que estipuló los Derechos Humanos y ahora los ignora.

La legislatura de Rajoy es un modelo del trabajo arduo e incansable en aras de empobrecer, apalear, despreciar y hacer sufrir a los ciudadanos

No es fácil ser feliz en medio de la infelicidad, y es muy difícil la alegría en medio del dolor y la crueldad. La fiesta de la primavera de este año nos ha llegado impregnada a los españoles por la precariedad económica y política; a los europeos por el testimonio de una Europa neoliberal y bochornosa que, en una decadencia degradante, presencia hostil e impasible la mayor crisis humanitaria, la de los refugiados, desde la Segunda Guerra Mundial. El mundo, en realidad, está en manos de verdaderos psicópatas que sólo aspiran a hacer crecer, a costa de lo que sea, su poder y sus arcas llenas de dinero y de impudicia. Y le convierten en un mundo atroz e infeliz. Por eso es tan importante la lucha social y política.

Pero, pese a todo, ese valle de lágrimas que dicen los católicos no es tal. El paraíso prometido no es de ultratumba, le tenemos aquí cerca. Vivimos en un mundo que es realmente un paraíso, que podría ser un mundo maravilloso, lleno de infinitas formas de vida, de riqueza natural y de prodigiosa diversidad. No estamos aquí para sufrir. Eso nos lo cuentan algunos en interés propio. Estamos aquí para aprender, para, como decía Píndaro, llegar a ser quienes de verdad somos, para evolucionar, para mejorarnos, superar nuestras limitaciones, y para disfrutar ese viaje incierto y maravilloso que es la vida; porque, realmente, el inmovilismo que nos venden es una falacia más, construida a la medida de los que nos imponen la sumisión, la inacción y la ignorancia.

Quizás el mayor pecado de un ser humano es no ser feliz, o, como poco, el no aspirar a serlo. Lo decía Jorge Luis Borges en su poema más triste, El remordimiento, publicado en el diario La Nación en 1975: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz...”. Seamos felices, por tanto, aunque sólo sea por oponerles resistencia. Porque, como dice Almudena Grandes, la felicidad es la mejor manera de resistir.