No te comprendo, de verdad que no te comprendo. Una vez más, observo los resultados electorales del 4-M por distritos y no te comprendo. Miro el mapa y lloro por mi calle, hasta ayer de un rojo rebelde y sindical, un fortín de la izquierda, pues incluso las acacias daban puños de primero de mayo como flores de primavera.

Pero miro el mapa, ya digo, y no te entiendo. Y porque no te entiendo lloro por mi calle, esta calle ancha y trabajadora, calle de profesores y taxistas, de amas de casa y pequeños comerciantes, de parados con másteres y viejos con la pensión mínima. Mi calle, antaño roja y desde el 4-M travestida en la criada electoral de Ayuso, mi calle con cofia y delantalito blancos, como las internas que limpian el culo a las marquesas del barrio de Salamanca por un café y cuatro euros paternalistas.

No, no te comprendo, vecino. No entiendo que, declarándote de izquierdas, el martes votases a favor de los verdugos del bien común y en contra de la clase trabajadora. No entiendo que votases contra la sanidad y la educación públicas. Y contra los ancianos muertos en las residencias gestionadas por Ayuso, muertos que no acaban de morirse porque resucitan tristemente en el cielo sin dioses de las estadísticas.

O a lo mejor, vecino, eres de los que piensan que ser de izquierdas consiste únicamente en reír las gracias sin gracia del Gran Wyoming en laSexta o en despreciar la cultura —la cultura de verdad, no esa que intentan hacer pasar por tal cuando solo es entretenimiento para las masas infantilizadas— porque consideras que un libro es elitista.

Y esto es precisamente lo que ellos quieren que pienses, para que la cultura en primer grado, esa que da solidez interior, esa que te hace verdaderamente libre, esa que es un derecho de todos, sea solo para los suyos. A ti, en cambio, te sirven bazofia en la tele y tú, tan feliz hozando en Sálvame o enganchándote al opio comercial de los grandes almacenes. ¿Dónde quedó aquel “instruíos, necesitamos vuestra inteligencia” de Gramsci? ¿En qué trasbordo del metro perdiste tu orgullo de clase? ¿Qué hiciste con la rebeldía?

Tal vez, vecino, seas de izquierdas, sí, pero de la izquierda imaginaria de Felipe González, ese trol de derechas que afirma que Podemos es más peligroso que Vox, y por eso te vengas de tus frustraciones castigando al negro de la esquina, ese que deambula junto a la frutería de los marroquíes y al que miras de reojo cuando te da los buenos días delante de las cajas de los tomates.

Como tantos otros, quizá tú también pienses por pereza o porque te has dejado engañar que el negro de nuestro barrio ha llegado a España con el fin de okupar pisos o con el de azuzar a los menas para que violen a nuestras hijas detrás de una retama asustada de la Dehesa de la Villa.

O a lo mejor no llegas a tanto en tus lepras y solo crees que el negro es uno de esos poquísimos inmigrantes civilizados que no vienen a violar, sino solo a quitarte el curro (trabajas doce horas diarias de camarero, pero tu jefe solo cotiza por ti cuatro y, en vez de enfrentarte a él, de denunciarlo, de exigir tus derechos, echas la culpa al Gobierno socialcomunista por la miseria de ERTE que cobras por horas cotizadas).

O puede, querido vecino, que nada de todo cuanto estoy escribiéndote sea verdad y que simplemente el hartazgo del coronavirus te haya transformado en uno de esos pasotas de izquierda ful que afirman que lo mismo da votar a la derecha o la izquierda, porque, en el fondo, ya no existen las clases sociales. Y te confundes. Claro que existen las clases sociales. Y va ganando la de los ricos. Palabra del magnate Warren Buffet.

La única que no existe es a la que tú imaginas pertenecer: la clase media. Pero crees integrarla porque te levantas a las cinco para coger el metro e ir a lamerle durante ocho horas las botas al jefe; porque no aguardas un mendrugo de pan en las colas del hambre —y quiera san Carlos Marx, que está en los cielos, que jamás las conozcas—; porque tienes una hipoteca que no terminarán de pagar tus nietos; porque conduces un Hyundai a plazos y porque el próximo verano te endeudarás para viajar con la familia a Cancún y ya irán pagando después el crédito la úlcera de estómago y el Trankimazin.

Ayuso te ha comprado, querido vecino de izquierdas, no con treinta monedas de plata, sino con una cervecita y un puñado de mentiras. Y, con tu voto, te has hecho cómplice de sus trofeos de guerra: encanallamiento, datos falsos, muertes y muertes perfectamente evitables en los geriátricos durante la primera ola de la pandemia, hospitales creados para el lucro de amigues, insultos monstruosos a Pablo Iglesias, gestión inexistente, bajada de impuestos para favorecer a los más ricos, hundimiento de la atención primaria… De modo que no te quejes si, al llamar al ambulatorio para pedir cita, nadie descuelga el teléfono. Y ahora corre al bar a celebrar tu voto, que la vida son dos birras, digo dos días.

Ya te entiendo, vecino, ya te entiendo.